Capítulo 60

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Jesus Oviedo.
Miercoles 1 de Marzo, 11.00
3 años después.
°
Salgo de mi sede pues he quedado con Alberto, el padre de Malala. Él ha sido un buen compañero estos tres últimos años, tras todo lo sucedido me estuvo apoyando como buenamente pudo, aconsejandome y animandome pues el Jesús que era hace unos cuatro años volvió ese mismo día que me suplicaba una explicación sobre por qué la dejé tan sola.
Me siento en una de las mesas abriendo el maletín, saco unos papeles que debo entregar en mi sede a las doce para después a la una almorzar ya que a las tres tengo un juicio en la otra punta de Madrid.
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-Un gusto verle, señorito. -bromea.
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Sonrio dulce, estrechamos manos y se sienta frente a mi en lo que guardo los papeles ya firmados.
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-Tengo que hablar contigo. -dice serio.
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Frunzo el ceño.
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-Vi a Celeste ayer. -anuncia.
-¿Cómo? -me extraño.
-Estaba dando un paseo y la vi de lejos... No estaba sola. -confiesa.
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Mi corazón se encoje.
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-¿Cómo la viste? -murmuro.
-Está como siempre, parecía que están bien, contenta... Me enteré que está en cuarto de carrera. -anuncia.
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Sonrio dulce secando las pocas lágrimas que se me han saltado y asiente.
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-Continuó con derecho. -murmuro dulce.
-Jesus, piensa que es por el bien de su salud. -asegura.
-¿Cómo aguantas tantísimos años sin estar con ella? -pregunto.
-Pensando eso mismo, todo esto es por Celeste y Malala, su salud y bienestar. -asegura.
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Recibo una llamada de trabajo, le pido disculpas cogiéndole y es mi secretario.
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-Necesito que venga señor, hay aquí un hombre que viene de la universidad, necesita pedirle un favor. -explica.
-¿Ahora? -pregunto.
-Es urgente. -dice serio.
-Enseguida voy, gracias. -cuelgo.
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Alberto me mira y agita la cabeza.
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-Sin problema alguno Jesus, ve a trabajar. -aseguro.
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Voy a dejarle cinco euros para pagar el café, me los niega y suspiro.
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-El próximo yo. -aseguro.
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Salgo directo a la sede saturado, freno en un cruce viendo a Celeste, la madre de Malala, cruzar la calle. Rezo en silencio por que no gire el rostro pero mis súplicas no son para nada... Gira su cabeza y me mira cambiando su expresión fácil por completo: está impresionada.
Aunque siga haciendo deporte diario mi cuerpo está rozando los treinta y estos tres últimos años me han quemado psicologicamente como ninguno... Soy un Jesús quemado y hecho cenizas, cenizas que mueren por llegar a ella nuevamente.

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