8: De Santa Lucía a Caracas

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Al año próximo cuando fue la época de que volviera al colegio, Elis deseó quedarse en casa pero su madre no quiso ni oír hablar de ello.

—Vas a ser una profesional Rebeca —le dijo llamándola por su segundo nombre—. Apúrate y consigue el título de abogada.

Después que terminó el secundario, se anotó en la Universidad Central de Venezuela para estudiar derecho. Durante el primer año de facultad mientras los compañeros de Elis andaban enloquecidos de un lado al otro, sumergidos en un pantano de contratos, indemnizaciones, propiedad, procedimiento civil y penal, Elis se sentía como en su casa. Se ubicó en los dormitorios para estudiantes y consiguió un trabajo en la biblioteca.

Le gustaba mucho Caracas.

Los domingos, ella y un estudiante de Panamá llamado Andrés Bizarbak y una chica de Ecuador alta y maciza, Jessica Prime, remaban en el lago del parque Francisco de Miranda en el centro de la ciudad o concurrían a las carreras de las diferentes zonas de el Ávila.

Elis tenía dos pretendientes: un joven y atractivo estudiante de medicina llamado Diego Martinez y un estudiante de derecho, José Contreras.

Cada tanto, Elis salía con ellos, pero estaba demasiado ocupada como para pensar en un noviazgo en serio.

Las estaciones estaban netamente divididas en lluviosas y ventosas. Parecía que llovía todo el tiempo.

Elis usaba una chaqueta de leñador a cuadros blanca y azul que recibía las gotas de lluvia en su gruesa lana y hacía brillar sus ojos como esmeraldas.

Caminaba bajo la lluvia perdida en sus pensamientos secretos, sin saber que todos aquellos con los que se cruzaba conservarían su recuerdo.

Con la primavera, las muchachas florecían en sus vestidos de brillante algodón y se las veía preciosas. En el camino a la universidad había once fraternidades y sus miembros se reunían en el césped para ver pasar a las chicas, pero había algo en Elis que los hacía sentir inexplicablemente tímidos. Era una característica especial en ella que les resultaba difícil de definir, la sensación de que había conseguido lo que ellos todavía estaban buscando.

Elis volvía a casa cada verano para visitar a su madre. Ésta había cambiado mucho. Nunca estaba comiendo constantemente como se le veía antes, pero tampoco se le veía que bajara de peso.

Se había refugiado en una fortaleza en donde nada la podía tocar.

Murió cuando Elis estaba cursando su último año en la facultad de Derecho. El pueblo la recordaba y a su funeral asistieron más de quinientas personas, eran aquellas a las que Yenni Irazabal había ayudado y aconsejado y dado su amistad durante tanto tiempo. Elis se lamentó en privado. Había perdido algo más que a una madre. Elis había perdido a su mejor amiga.

Después del funeral, Elis volvió a Caracas para terminar la facultad. Su madre le dejó menos de cincuenta millones de bolívares. Elis tenía que decidir qué es lo que iba a hacer de su vida. Sabía que no podía volver a Santa Lucía para ejercer la abogacía. Allí, siempre sería la muchachita a la que su padre abandonó para irse con una adolescente.

Como tenía un promedio muy alto en su carrera, Elis tuvo entrevistas con una docena de importantísimos estudios de abogados en distintos lugares del país y muchos le hicieron ofertas. Moisés Padrón, su profesor en derecho penal le dijo:

—Jovencita, esto es un verdadero homenaje. Es muy difícil para una mujer el poder entrar a un buen estudio de abogados.

El dilema de Elis era que ya no tenía casa ni raíces. Y no estaba segura en dónde le gustaría vivir.

Un poco antes de la graduación, el problema de Elis se resolvió. El profesor Padrón le pidió que lo viera después de clase.

—He recibido una carta del Fiscal del distrito de Caracas en la que me pide que le recomiende a mi alumno más brillante para integrar su equipo. ¿Le interesaría la capital?

—Sí, señor. — Elis estaba tan asombrada que la respuesta le salió sola.

Viajó hasta Caracas para examinarse con el cuerpo de abogados y volvió a Santa Lucía para cerrar el antiguo negocio de su madre. Fue una experiencia agridulce, llena de recuerdos del pasado. A Elis le parecía que había crecido en ese lugar.

Consiguió un trabajo como ayudante en el departamento de Derecho en la universidad mientras esperaba el resultado de su examen con el cuerpo de abogados de Caracas.

—Es uno de los más difíciles del país — le había prevenido el profesor Moisés.

Pero Elis sabía.

Recibió la noticia de que había aprobado el mismo día en que le llegaba la oferta para trabajar con el Fiscal del distrito de Caracas. Una semana más tarde, Elis estaba en camino hacia el Este.

Encontró un departamento minúsculo en lo más barato de la Novena Calle, con una chimenea simulada en un doceavo piso sin ascensor. "El ejercicio me hará bien" se dijo Elis. "Esto es sólo un escalón mientras me pruebo a mí misma como abogada"
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora