105: Ellos son mi vida

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El tiempo era un río que fluía veloz, sin orillas ni límites. Sus estaciones no eran ni el verano, ni el invierno, pues en Venezuela no habian estaciones de primavera u otoño sino los cumpleaños, las alegrías y los problemas y los dolores. Había batallas ganadas en el Tribunal y casos perdidos; la realidad de Nicolás y el recuerdo de Alivier junto con las esperanzas de Doumasr. Pero principalmente, eran Luis y Miguel los que tenía el tiempo del calendario, eran ellos quienes recordaban lo rápido que los años pasaban.

Tenían, increíblemente, siete años. De la noche a la mañana, parecía que habían pasado de los lápices de colores y los libros con figuras a los modelos de aeroplanos y a los deportes. Miguel y Luis habían crecido, eran altos y cada día se parecían más a su padre, y no sólo en su apariencia física. Eran sensitivos y amables, y tenían un fuerte sentido de la justicia. Cuando Elis los castigaba por algo que habían hecho, ya sea Luis Miguel decían obstinadamente:

—Tenemos sólo un metro veinte de estatura, pero tenemos nuestros derechos.

Eran una miniatura de Alivier. Eran atléticos como Alivier. Los fines de semana, Miguel miraba todos los eventos deportivos por televisión, fútbol, béisbol y tenis, no importaba cuáles. Al principio, Elis dejaba que Miguel mirara los partidos solo, pero cuando él trataba de discutir los juegos con ella y Elis estaba totalmente en el aire, decidió que era mejor verlos con él. Y así los dos se sentaban frente al televisor, masticando cotufas y vitoreando a los jugadores. A Luis no le gustaba ver partidos, solo practicar los deportes, por eso se iba a su cuarto, donde podía desarrollar sus habilidades como pintor, talvez después le mostraría algo de lo que había hecho a Elis.

Un día que Miguel volvía de jugar a la pelota con una expresión preocupada en la cara, le dijo:

—¿Mami, podemos tener una conversación de hombre a hombre?

—Claro que sí, Miguel.

Se sentaron en la mesa de la cocina y Elis le hizo un sandwich de mantequilla de maní y le dio un vaso de leche.

—¿Cuál es el problema?

Su voz era casi sollozante y llena de preocupación.

—Bueno, estuve oyendo hablar a unos chicos y querría saber… ¿Crees que todavía habrá sexo cuando yo sea grande?

—Ehhhhhhhh...

Elis compró un pequeño velero Newport y los fines de semana, ella y los gemelos iban al canal para navegar. A Elia le gustaba mirar la cara de Luis cuando manejaba el timón. Tenía una sonrisita excitada que ella llamaba la sonrisa de «Eric el Rojo». Luis era naturalmente un marino, como su padre.

Ese pensamiento conmovió a Elis. Se preguntó si no estaría tratando de vivir su vida con Alivier a través de sus hijos. Todas las cosas que había hecho con su padre. Elis se decía a sí misma que lo hacía porque a los niños les gustaban, pero no estaba segura de si era totalmente honesta. Miró a Luis envuelto en la vela, con las mejillas tostadas por el viento y el sol, su rostro rebosante de alegría y se dio cuenta de que las razones no tenían importancia.

La cosa importante era que sus hijos amaban su vida con ella. No eran un sustituto de su padre. Tenían su propia personalidad y Elis los quería más que a nadie en la tierra.

Ellos son mi vida, pensaba Elis.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora