74: Lo importante

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Una voz le dijo:

—Vamos a ver. Relájese.

Elis levantó la cabeza para encontrarse con un corpulento pelado con anteojos de carey que le daban la apariencia de un búho.

—Soy el doctor Lorenzo. —Miró la tarjeta que tenía en la mano. —¿Usted es la señora Irazabal?

Elis hizo un gesto con la cabeza.

El doctor le tomó un brazo y le dijo en tono tranquilizador:

—Siéntese. —Le alcanzó un vaso de papel con agua. —Beba esto.

Elis obedeció. El doctor Lorenzo se sentó en una silla mirándola hasta que el temblor cesó.

—Bien. Usted quiere hacerse un aborto según lo que me dijo Doumasr ¿No es así?.

—Sí.

—¿Lo ha discutido con su marido, señora Irazabal?

—Sí. Nosotros… nosotros lo hemos decidido.

La examinó.

—Usted parece tener buena salud.

—Me siento… me siento bien.

—¿Es por un problema económico?

—No —contestó severamente. ¿Por qué la molestaba con preguntas?—.Nosotros… nosotros simplemente no queremos un bebé.

El doctor Lorenzo sacó una pipa.

—¿Le molesta que fume?

—No.

El doctor Lorenzo encendió la pipa y dijo:

—Es un hábito molesto. —Se echó hacia atrás y expulsó una bocanada de humo.

—¿Podemos terminar con todo esto?—preguntó Elis.

Sus nervios estaban tan tensos que parecía que se le iban a romper… Sentía que en cualquier momento iba a empezar a gritar. El doctor Lorenzo tomó otra gran bocanada de humo de su pipa.

—Creo que debemos conversar por unos minutos más.

Por un enorme esfuerzo de su voluntad, Elis controló su agitación.

—Muy bien.

—En primer lugar, esto no es legal y usted lo sabe, estoy haciendo esto solo porque le debo un favor muy grande a Doumasr.

—¿Ah sí?

—Sí, hace como nueve años atrás, mi hija se perdió y fue Doumasr quien la encontró, había contratado a otros investigadores, pero Doumasr fue el mejor, dio con ella en tan solo cinco días.... Siempre le estaré agradecido por eso.

—No lo sabía.

—No son cosas que a Doumasr le guste presumir. Ahora... El problema del aborto —dijo el doctor Lorenzo—, es que es algo definitivo. Usted puede cambiar de idea ahora, pero no puede cambiar una vez que el bebé se haya ido.

—No voy a cambiar de idea.

Hizo un gesto y tomó otra lenta bocanada de humo.

—Eso está muy bien.

El olor dulce del tabaco estaba haciendo que Elis sintiera náuseas. Hubiera querido que el doctor apagara la pipa.

—Doctor Lorenzo…

Se puso de pie y de mala gana dijo:

—Muy bien, señora, vamos a examinarla.

Elis se tendió en la camilla, con sus pies colocados en los estribos de metal. Sentía los dedos del médico dentro de su cuerpo. Era amable y diestro y no la hacía sentir incómoda, sólo tenía un indescriptible sentimiento de pérdida, un profundo dolor. Imágenes que no deseaba acudían a su mente y veía a su joven hijo, porque ella estaba segura de que era un varón, corriendo y jugando y riendo. Creciendo igual a su padre.

El doctor Lorenzo había terminado con su examen.

—Puede volver a vestirse, señora Irazabal. Puede pasar la noche aquí si quiere y practicaremos la operación mañana a la mañana.

—¡No! —la voz de Elis sonó más aguda de lo que ella se proponía—.Querría hacerlo ahora, por favor.

El doctor Lorenzo la observó de nuevo con una expresión intrigada en el rostro.

—Tengo dos pacientes antes que usted. Voy a llamar a la enfermera para que le haga unas pruebas de laboratorio y la ubique en un cuarto. Y estaremos en la sala de cirugía dentro de cuatro horas. ¿Está de acuerdo?

Elis susurró.

—Muy bien.

Elis estaba acostada en una estrecha cama de hospital, con los ojos cerrados, esperando que volviera el doctor Lorenzo. Había un reloj antiguo en la pared y su sonido parecía llenar toda la habitación. El tictac se convertía en palabras: Joven Alivier, joven Alivier, nuestro hijo, nuestro hijo, nuestro hijo.

Elis no podía apartar la visión de su hijo de su imaginación. En este momento estaba dentro de su cuerpo, cómodo, caliente y vivo, protegido del mundo en su bolsa amniótica. Se preguntaba si sentiría algún miedo primitivo por lo que le iba a pasar. Se preguntaba si sentiría dolor cuando el bisturí lo matara. Puso sus manos en los oídos para no seguir oyendo el sonido del reloj. Se dio cuenta de que estaba respirando con dificultad y que su cuerpo se cubría de transpiración. Oyó un ruido y abrió los ojos.

El doctor Lorenzo estaba parado ante ella y la miraba preocupado.

—¿Está usted bien, señora Irazabal?

—Sí —susurró Elis— sólo querría haber terminado.

El doctor Lorenzo hizo un gesto con la cabeza.—Eso es lo que vamos a hacer. —Tomó una jeringa de la mesa cercana a la cama y se acercó.

—¿Qué es lo que tiene?

—Demerol y Phenergan para relajarla. Vamos a estar en la sala de operaciones en unos pocos minutos —le puso la inyección—. ¿Éste es su primer aborto, no es cierto?

—Sí.

—Entonces déjeme explicarle cuál es el procedimiento. No es doloroso y es relativamente simple. En la sala de operaciones le daremos óxido nitroso, una anestesia general y máscara de oxígeno. Cuando usted esté inconsciente, se le insertará un espéculo en la vagina, así podemos ver lo que vamos a hacer. Después dilataremos el cuello del útero con una serie de dilatadores de medidas crecientes y con una cureta se le hará el raspado del útero. ¿Alguna otra pregunta?

—No.

Una cálida sensación de adormecimiento se apoderaba de ella. Podía sentir que la tensión la abandonaba como por arte de magia y las paredes del cuarto se volvían borrosas. Quería preguntarle algo al doctor, pero no podía recordar qué era… algo sobre el bebé… pero no parecía importante. Lo importante era que iba a hacer lo que tenía que hacer.

Todo estaría terminado en unos pocos minutos y ella podría empezar su vida de nuevo.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora