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La limusina negra de Nicolás Castro estaba detenida en la autopista Francisco Fajardo en medio del tráfico de la mañana temprano, donde un camión de verdura les impedía el paso. El tráfico estaba atascado.

—Métete por el otro lado de la ruta y pásalo —ordenó Castro a su chofer.

—Adelante hay un auto de la policía, Nico.

—Anda y dile al que esté al mando que quiero hablar con él.

—Bien, jefe.

El chofer se bajó y se apuró a llegar al auto. Unos pocos minutos después volvía con un sargento de policía. Nicolás Castro abrió la ventanilla del auto y sacó la mano. Tenía cinco billetes de cien dólares.

—Oficial, estoy muy apurado.

Dos minutos después, el auto de la policía con las luces rojas prendidas iba abriendo camino a la limusina. Cuando el tráfico estaba más liviano, el sargento se bajó de su auto y se acercó a la limusina.

—¿Quiere que lo escolten a algún lado, señor Castro?

—No, muchas gracias —contestó Castro—. Venga a verme el lunes —y dirigiéndose al chofer—: ¡Apúrate!
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora