21: Pensando en Alivier

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Elis pasó Navidad y Año Nuevo sola. La ciudad parecía una gigantesca tarjeta de Navidad. Elis caminaba por la calle, mirando a los transeúntes que se apresuraban hacia el calor de sus hogares y se llenaba de un doloroso sentimiento de vacío. Extrañaba a su madre. Se alegró cuando terminaron las fiestas. 2010 va a ser un año mejor, se dijo a sí misma.

En los días en los que Elis estaba peor, Doumasr Constantine trataba de levantarle el ánimo. La llevaba al algún restaurante medianamente lujoso para oír tocar música de Jazz, a un disco club o al teatro o al cine. Elis sabía que él se sentía atraído por ella, pero sin embargo ponía una barrera entre los dos.

En marzo, Josué Velardes decidió mudarse a los médanos de Coro en el estado Falcón con su mujer.

—Mis huesos están demasiado débiles para el frío de Caracas —le dijo a Elis.

—Voy a extrañarlo. —Elis lo sentía de verdad. Sentía real afecto por Josué.

—Cuida a Doumasr.

Elis lo miró sin entender.

—¿Nunca te lo dijo, verdad?

—¿Qué cosa?

—La mujer de Doumasr se suicidó.

Elis estaba muy impresionada.

—¡Qué terrible! ¿Por qué lo hizo?

—Encontró a Doumasr acostado con un hombre joven y rubio.

—¡Oh Dios mío!

—Disparó contra Doumasr y después contra ella misma. El se salvó. Ella no.

—¡Qué horror! No tenía idea de que… que…

—Lo sé. Doumasr siempre sonríe pero arrastra su propio infierno.

—Gracias por contármelo.

Cuando Elis volvió a la oficina, Doumasr le dijo: —Así que el viejo Josué nos deja.

—Sí.

Doumasr Constantine hizo una mueca.

—Creo que ahora somos tú y yo contra el mundo.

—Yo también lo creo.

Y de alguna manera era verdad. Ahora Elis miraba a Doumasr con ojos diferentes. Almorzaban y comían juntos y Elis no le encontraba nada que lo revelara como homosexual. Sabía que lo que Josué le había dicho era verdad: Doumasr Constantine arrastraba su propio infierno.

Unos pocos clientes venían de la calle. En general muy pobremente vestidos, confundidos y algunas veces eran casos perdidos.

Iban prostitutas a pedirle que se ocupara de sus fianzas y Elis estaba asombrada de lo jóvenes y lindas que eran algunas de ellas. Se convirtieron en una fuente pequeña pero segura de ingresos. No pudo averiguar quién se las enviaba. Cuando se lo mencionaba a Doumasr Constantine hacía un gesto de ignorancia y se iba.

Cada vez que un cliente iba a ver a Elis, Doumasr Constantine se retiraba discretamente. Era como un padre orgulloso, dando valor a Elis para que triunfara.

Le ofrecieron varios casos de divorcio y Elis los rechazó. No podía olvidar lo que una vez había dicho uno de sus profesores: El divorcio es para la práctica del derecho lo que la proctología es para el ejercicio de la medicina. La mayoría de los abogados que se ocupaban de divorcios tenían mala reputación. El axioma decía que cuando un matrimonio ve rojo, el abogado ve verde. Los abogados especialistas en divorcios más caros eran llamados ponedores de bombas, porque llegan a usar potentes explosivos legales para ganar el caso y durante el proceso, muchas veces destruyen al marido, a la mujer y a los chicos.

Unos pocos clientes que llegaban a la oficina de Elis eran diferentes de los otros y diferentes de una forma que la intrigaba.

Por lo pronto, estaban muy bien vestidos, con un aire de opulencia. En segundo lugar, los casos que traían no eran por moneditas como los que
Elis acostumbraba tomar. Eran sucesiones por herencias de sumas considerables y juicios que cualquier estudio importante de abogados estaría encantado de atender.

—¿Quién lo recomendó para que viniera a verme? —preguntaba Elis.

Siempre le contestaban con evasivas. Un amigo… leí algo sobre usted… mencionaron su nombre en una reunión… todas respuestas vagas.

Recién cuando uno de sus clientes en el curso de una conversación mencionó a Alivier Reinosa, Elis comprendió.

—El señor Reinosa le dijo que viniera a verme ¿no?

El cliente estaba incómodo.

—Bueno, en realidad, él me sugirió que era mejor que no lo mencionara.

Elis decidió llamar por teléfono a Alivier. Después de todo tenía mucho que agradecerle. Quería ser amable, pero formal. Naturalmente no quería darle la impresión de que lo llamaba por ninguna otra razón que la de agradecerle. Repitió la conversación una y otra vez en su mente. Cuando finalmente tuvo el valor suficiente para llamarlo, la secretaria le informó que Alivier Reinosa estaba en Oceanía y no regresaría antes de varias semanas. Ese anticlímax dejó a Elis muy deprimida.

Se encontró pensando en Alivier Reinosa cada vez más seguido.

Recordaba la noche en que él fue a su departamento y en lo mal que se había portado ella. Había estado encantador soportando su conducta tan infantil y su furia contra él. Ahora, después de todo lo que había hecho por ella le estaba mandando clientes.

Elis esperó tres semanas y volvió a telefonear. Esta vez Alivier estaba en Centroamerica.

—¿Quiere dejar algún mensaje? — preguntó la secretaria.

Elis dudó.

—No, ningún mensaje.

Elis trató de alejar a Alivier de sus pensamientos, pero no era fácil. Se preguntaba si estaría casado o comprometido. Quería saber cómo sería la señora de Alivier Reinosa. Se preguntaba si la mujer de Alivier sería loca.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora