30: Sensacion de acidez

28 4 1
                                    

Darwin Opez la miró durante unos instantes y luego, lentamente, se puso de pie. El juez Mondragon tomó asiento en su sitial. Los espectadores volvieron a sentarse. El empleado de turno entregó un expediente al juez. «El Pueblo del Estado del Distrito Capital, Caracas versus Darwin Opez, acusado del asesinato de Aron Bardis».

Normalmente el sentido común le hubiera sugerido a Elis integrar el palco del jurado con negros, pero en el caso de Darwin Opez no estaba nada segura de que fuera sensato. Opez no era uno de ellos. Se trataba de un renegado, de un asesino, de un baldón para su raza. Acaso ellos estuvieran más predispuestos para inculparlo que los blancos. Todo lo que Elis podía hacer era tratar de impedir que los fanáticos más evidentes integraran el jurado. Pero los fanáticos no lo llevan escrito en la frente. Se mantendrían encubiertos, tratando de disimular sus prejuicios, a la espera de su oportunidad para vengarse.

Al promediar la tarde del segundo día, Elis había agotado las diez posibles recusaciones de jurados. Sentía que su manera de hacer el interrogatorio previo de la competencia de los jurados, era torpe y poco sutil. Mientras que D' Alessandro sabía conducirse con desenvoltura y destreza. Tenía el don de hacer sentir cómodos a los miembros del jurado, de hacer que confiaran en él, volverlos amistosos…

¿Cómo he podido olvidar las condiciones histriónicas de D' Alessandro?, se dijo.

D' Alessandro no utilizó su derecho de recusación hasta que Elis no hubo agotado el suyo, y no podía comprender por qué había sucedido eso. Cuando se dio cuenta de la razón era demasiado tarde. D' Alessandro ya la había aventajado.

Entre los últimos presuntos jurados interrogados estaban la madre de un médico, un detective privado y un gerente de Banco. Todos ellos pertenecientes a la lista de personas que odiaban a Darwin Opez; y ella ya no podía hacer nada por evitar que integraran el jurado. El Fiscal le había ganado de mano.

El fiscal Jorge D' Alessandro se puso de pie y lanzó su discurso inicial.

—Solicito el consentimiento de esta Corte —y volviéndose al jurado— y de ustedes señoras y señores del jurado para agradecer en primer lugar a los que dejando sus ocupaciones han venido a ocuparse de este caso. —Les dirigió una sonrisa de agradecida solidaridad. — Sé cuan perturbador es prestar el servicio de integrar un jurado. Todos ustedes tienen trabajos que los aguardan, familias que reclaman atención.

Es como si fuera uno de ellos, pensó Elis, es el miembro número trece.

—Prometo tomarles el menor tiempo posible. Se trata de un caso verdaderamente simple. El acusado está sentado allá y su nombre es Darwin Opez. Está acusado por el Estado de Nueva York de haber asesinado a otro convicto en la prisión de Yare, cuyo nombre era Aron Bardis. Cuando digo acusado, damas y caballeros, estoy empleando una suerte de tecnicismo legal. No podemos decir que asesinó aun hombre. Ustedes deberán decidir si es así. Pero no cabe duda alguna de que lo hizo. Él lo ha admitido. El abogado defensor del señor Opez argumentará que se trató de un acto en defensa propia.

El Fiscal se volvió para mirar a la voluminosa estampa de Darwin Opez, y los ojos de los jurados automáticamente siguieron la misma dirección. Elis podía ver las reacciones en sus rostros. Se forzó por concentrar su atención en lo que decía el fiscal D' Alessandro.

—Hace veinticinco años, doce ciudadanos, similares a ustedes, estoy seguro, votaron para que Darwin Opez fuera confinado en una cárcel. A causa de ciertos aspectos técnicos legales no me está permitido dirimir con ustedes el crimen cometido por Darwin Opez. Puedo decirles que aquel jurado honestamente consideró que recluir a Darwin Opez evitaría que cometiera otros crímenes. Trágicamente, estuvieron equivocados. Pues aun encarcelado Darwin Opez pudo golpear, matar, para satisfacer su sed de sangre. Sabemos ahora, por fin, que sólo hay una forma de evitar que Darwin Opez vuelva a matar. Y esa forma es confinamiento solitario por treinta años más.

Elis sintió una sensación de acidez recorriendo todo su esófago.... Era una sensación perturbadoramente asquerosa y horrible.
.
.
.
.
.
Gracias por votar ;)

La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora