9: Reescribiendo la escena una y otra vez

41 4 1
                                    

Ese había sido su sueño. La realidad era que había estado en Caracas menos de setenta y dos horas: expulsada como asistente del Fiscal del Distrito, tenía que afrontar que la excluyeran del foro. Esa era su pesadilla. Elis se sentía como si un gigantesco proyector se hubiera vuelto
hacia ella.

Dejó de leer los periódicos y las revistas y no miraba televisión porque en todos lados se encontraba con ella misma. La gente la detenía en las calles, en los autobuses y en los negocios. Terminó por ocultarse en su pequeño departamento, negándose a atender el teléfono o a abrir la puerta. Pensó en hacer sus maletas y marcharse a Santa Lucía. Pensó en la posibilidad de buscar un trabajo en otra actividad.

Meditó en la posibilidad de suicidarse.

Ocupó muchas horas escribiendo cartas para el fiscal Jorge D' Alessandro, la mitad de ellas eran severas acusaciones por su insensibilidad y falta de comprensión.

La otra mitad eran súplicas despreciables, pidiéndole que le diera otra oportunidad. Ninguna de esas cartas fue enviada jamás.

Por primera vez en su vida, Elis estaba abrumada por el sentimiento de la desesperación. No tenía amigos en Caracas, nadie con quien poder hablar. Permanecía encerrada en su departamento todo el día, y muy tarde en la noche, se escabullía para caminar por las calles desiertas de la ciudad. Los vagabundos que pueblan la noche nunca le faltaron al respeto. Seguramente veían su propia soledad y desesperación reflejada en los ojos de Elis.

Una y otra vez, mientras caminaba, Elis volvía a representarse en su mente la escena en la sala del Tribunal, cambiando siempre el final.

Un hombre se apartaba del grupo que rodeaba a D' Alessandro y se acercaba a ella. Llevaba un sobre de papel Manila. ¿La señorita Irazabal?

Sí.

El Jefe quiere que usted le entregue esto a Salvatierra.

Elis lo miraba con frialdad.

Déjeme ver su identificación por favor.

El hombre se asustaba y huía.

Un hombre se apartaba del grupo que rodeaba a D' Alessandro y se acercaba a ella. Llevaba un sobre de papel Manila. ¿La señorita Irazabal?

Sí.

El Jefe quiere que usted le entregue esto a Salvatierra.

Le alcanzaba el sobre. Elis abría el sobre y veía la Rata muerta.

Está usted arrestado.

Un hombre se apartaba del grupo que rodeaba a D' Alessandro y se acercaba a ella. Llevaba un sobre de papel Manila. Pasaba a su lado y le entregaba el sobre a otro hombre.

El Jefe quiere que le entregue esto a Salvatierra.

Podía reescribir la escena tantas veces cuantas quisiera, pero nada cambiaría. Un estúpido error la había destruido. Y sin embargo… ¿quién dijo
que estaba terminada? ¿La prensa? ¿D' Alessandro? Todavía no había oído una palabra de la Asociación del Cuerpo de Abogados de Caracas, y mientras eso no sucediera, seguía siendo una abogada.

He sido una idiota, pensó Elis. Hay otros abogados que me han ofrecido trabajo.

Llena de excitación, Elis tomó la lista de los estudios jurídicos con los que se había comunicado y empezó a hacer una serie de llamados telefónicos.

Ninguno de los abogados con los que quiso hablar estaba y ninguno de ellos la volvió a llamar. Tardó dos días en darse cuenta de que ella era una paria dentro de la profesión. El entusiasmo sobre el caso ya había terminado, pero todos lo recordaban.

Elis siguió llamando a presuntos empleadores, pasando de la desesperación a la indignación, a la frustración para caer otra vez en la desesperación. Se preguntaba qué iba a hacer con su vida y cada vez llegaba a la misma conclusión: la única cosa que quería hacer, la única cosa que realmente le importaba era la práctica del derecho.

Era una abogada y por Dios, y hasta que la detuvieran ella iba a encontrar la forma de practicar su profesión.

Elis empezó a hacer su recorrido por todos los estudios de abogados de Caracas. Iba sin anunciarse, daba su nombre a la recepcionista y pedía por el jefe de personal. Alguna vez llegaba a tener una entrevista, pero cuando la obtenía, Elis tenía la sensación de que era por curiosidad. Ella era una cosa rara y querían ver cómo era en persona. La mayoría de las veces le informaban simplemente que no había vacantes. No nos llame, señorita Irazabal, nosotros la llamaremos.

Al finalizar la sexta semana, Elis estaba sin dinero. Se hubiera querido mudar a un departamento más barato, pero no había departamentos baratos.

Empezó a saltarse el desayuno y el almuerzo y a comer en uno de los pequeños lugares donde la comida era mala pero los precios eran buenos. Fue así como descubrió "La Rosanella" y el "Rancho Escondido, en los que por poco dinero podía obtener un plato principal, toda la ensalada que pudiese comer y toda la cerveza que quisiese tomar.

Elis odiaba la cerveza, pero llenaba el estómago.
.
.
.
.
.
Gracias por votar :)

La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora