58: Demasiado sencillo

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Las oficinas de Arquilla y Mujica, los abogados que representaban a la Corporación Toyota Motors, estaban ubicadas en la mejor parte de la Quinta Avenida, en un moderno edificio de vidrio y acero, con una fuente que derramaba agua a la entrada. Elis se anunció en la mesa de recepción. La recepcionista le pidió que esperara y, quince minutos más tarde, Elis fue acompañada hasta las oficinas de Enmanuel Arquilla. Era el socio más importante de la firma, un corpulento y tenaz húngaro con penetrantes ojos que no se perdían nada.

Le ofreció una silla.

—Es muy grato para mí conocerla, señorita Irazabal. Usted se ha hecho toda una reputación en la ciudad.

—No demasiado mala, espero.

—Dicen que usted es peleadora. Pero no lo parece.

—Espero que no.

—¿Quiere  un excelente café de Kenya? ¿O un buen vino húngaro?

—Café, gracias.

Enmanuel Arquilla llamó y una secretaria trajo dos tazas de café en una bandeja de plata.

—¿Qué puedo hacer por usted? —preguntó Arquilla.

—Se trata del caso de Samanta Valverde.

—Ah, sí creo recordar que perdió el caso en la apelación.

Creo recordar, Elis hubiera apostado su vida a que Enmanuel Arquilla hubiera podido recitar cada dato del caso.

—Voy a pedir un nuevo juicio.

—¿De veras? ¿Y con qué fundamento? —preguntó Arquilla amablemente.

Elis abrió su portafolios y sacó el informe que había preparado. Se lo alcanzó.

—Voy a pedir que se reabra el caso por una falla en las declaraciones.

Imperturbable, Arquilla recorrió con la vista los papeles.

—Ah, sí —dijo—. Ese asunto de los frenos.

—¿Usted ya lo conocía?

—Por supuesto. —Dio un golpecito al papel con un dedo regordete. —Señorita Irazabal esto no la conducirá a ningún lado. Va a tener que probar que el mismo camión involucrado en el accidente tenía una falla en el sistema de frenos. Seguramente fue reacondicionado una docena de veces después del accidente, así que no hay forma de probar en qué condiciones estaba entonces —empujó el informe delante de ella—. Esto no es un caso.

Elis tomó un trago de café.

—Todo lo que tengo que hacer es probar que los camiones tienen malos antecedentes en cuanto a seguridad. Su cliente debería saber que tienen esos problemas.

—¿Qué es lo que usted propone? —contestó Arquilla en un tono casual.

—Tengo una clienta de veinticinco años instalada en una habitación que nunca dejará por el resto de su vida porque no tiene ni brazos ni piernas..... A menos claro, que se le pueda pagar su operación para implantarle miembros artificiales.... Quisiera conseguirle una cantidad que la ayude a pasar mejor la angustia por la que debe pasar y para que pueda tener una vida digna.

Enmanuel Arquilla tomó un trago de su café.

—¿Cuál sería esa cantidad para usted?

—Diez millones de dólares.

Arquilla sonrió.

—Es una gran cantidad de dinero para alguien que no tiene elementos para un juicio.

—Si voy a los Tribunales, señor Arquilla, le aseguro que los tendré. Y que voy a ganar mucho más que eso. Si usted nos fuerza a seguir, vamos a hacerlo hasta cincuenta millones de dólares.

Volvió a sonreír.

—Me está haciendo temblar las entrañas. ¿Más café?

—No, gracias —Elis se puso de pie.

—¡Espere un minuto! Siéntese por favor. No he dicho que no.

—No ha dicho que sí.

—Tome otro café. Lo arreglaremos entre nosotros.

Elis pensó en Alivier y el café de Kenya.... ¿Será que le gustaría?

—Diez millones de dólares es mucha plata, señorita Irazabal.

Elis guardó silencio.

—Ahora bien, si habláramos de una cantidad menor, yo sería capaz de… —hizo un expresivo gesto con las manos.

Elis seguía en silencio. Finalmente, Arquilla dijo:

—Realmente usted quiere diez millones, ¿no?

—Realmente quiero cincuenta millones, señor Arquilla.

—Muy bien. Creo que podremos llegar a un arreglo.

¡Había sido fácil!

—Tengo que viajar a Porto Pogza en Italia por la mañana, pero estaré de regreso la semana próxima.

—Quiero finalizar esto. Le agradecería si usted habla lo más pronto posible con su cliente. Quisiera darle a mi cliente el cheque la semana próxima.

Enmanuel Arquilla inclinó la cabeza.

—Probablemente resulte así.

Durante todo el camino de vuelta a su oficina, Elis se sintió llena de desasosiego. Había sido tan sencillo y ella sabía que cuando era así, algo malo venía, fue sencillo.... Demasiado sencillo.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora