78: Un padre

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Cuando Elis sacó a los gemelos del hospital para llevarlos a casa, llevaba una larga lista de instrucciones, pero sólo sirvieron para asustarla. Durante las dos primeras semanas una enfermera con experiencia estuvo en la casa. Después de eso, Elis se hizo cargo y tenía terror de hacer algo mal y matar a sus bebés. Tenía miedo de que pudieran dejar de respirar en cualquier momento.

La primera vez que Elis preparó el tetero de los gemelos, se dio cuenta de que se había olvidado de esterilizar el chupete. Tiró lo que había preparado y empezó todo de nuevo. Cuando terminó se acordó de que no había esterilizado el tetero. Comenzó todo de nuevo. Para cuando la comida de los gemelos estuvo lista, ambos lloraban enfurecidos.

Había momentos en los que Elis no creía que iba a ser capaz de arreglárselas. Inesperadamente se sentía invadida por una inexplicable depresión. Se decía a sí misma que era la normal tristeza del posparto, pero esa explicación no la hacía sentirse mejor. Estaba constantemente agotada. Le parecía que estaba levantada toda la noche alimentando a sus hijos y cuando finalmente se quedaba dormida, el llanto de ambos la despertaba y debía volver a la nursery.

Elis llamaba constantemente al doctor, a toda hora del día y de la noche.—Luis está respirando demasiado ligero… Miguel está respirando demasiado despacio… Luis tose… Miguel no comió su comida… Luis vomitó.

El doctor, en defensa propia, decidió finalmente ir hasta la casa de Elis y darle una clase.

—Señora Irazabal, nunca he visto unos bebés más sanos que sus hijos. Pueden parecer frágiles, pero son fuertes como un buey. Déjese de preocuparse por él y disfrútelo. Sólo recuerde una cosa… ¡nos van a sobrevivir a los dos!

Y entonces Elis empezó a tranquilizarse. Había decorado el cuarto de Luis y Miguel, exactamente igual, con cortinas estampadas y una colcha de fondo azul, con un bordado de flores blancas y mariposas verdes.

Había una cuna, un corralito, un juego en miniatura con un escritorio y una silla, un caballito que se hamacaba y un cofre lleno de juguetes. A Elis le encantaba alzar a los gemelos , bañarlo y cambiarlo, y llevarlo a pasear en su reluciente cochecito nuevo. Hablaba con él constantemente y cuando Luis tuvo un mes, también la miraba sonriendo la miraba sonriendo. No es un gas, es como como Miguel pensó Elis con alegría. ¡Es una sonrisa!

La primera vez que Doumasr Constantine vio a los bebés, se quedó mirándolo largo rato. Con un súbito sentimiento de pánico, Elis pensó: Lo va a reconocer. Se va a dar cuenta de que son los hijos de Alivier.

Pero todo lo que Doumasr dijo fue:

—Son realmente unas bellezas. Iguales a su mamá.

A Elis le encantaba ver a Doumasr alzando a los gemelos y se rió de la torpeza de Doumasr. Pero no podía dejar de pensar en los niños, miraba a Doumasr y pensaba.... Ellos necesitan un padre.... Un padre que los levante en sus brazos.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora