2: Elis Irazabal

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Era la mañana del día veintidós de noviembre, para Elis Irazabal era el primer día del juicio. Estaba instalada en la mesa del Fiscal junto con otros cinco jóvenes asistentes del Fiscal que habían sido elegidos junto con ella esa mañana.

Elis Irazabal era una joven de veinticinco años, delgada, de cabello negro y piel de un color canela tostado, con un rostro inteligente y cambiante y pensativos ojos dorados. Era una cara más bien atractiva que linda, un rostro que reflejaba orgullo, coraje y sensibilidad, y que era difícil de olvidar. Estaba sentada muy derecha, como dándose fuerza a sí misma contra los fantasmas invisibles del pasado.

El día de Elis comenzó desastrosamente. La ceremonia para investirlos en el cargo estaba señalada para las ocho de la mañana en el despacho del Fiscal. La noche antes Elis había preparado cuidadosamente sus ropas y había puesto la alarma del despertador a las seis, para poder tener tiempo de lavarse el pelo.

La alarma no sonó.

Elis se despertó a las siete en punto y se aterró, se le corrieron las medias cuando se le rompió el tacón del zapato y tuvo que cambiarse de ropa, cerró la puerta de su pequeño departamento al mismo tiempo que se daba cuenta de que había dejado las llaves adentro.

Tenía pensado tomar el bus para ir a los Tribunales con tiempo, pero ahora eso quedaba descartado y se vio obligada a tomar un taxi cuando en realidad no podía permitirse ese gasto y soportar un conductor que le explicó durante todo el viaje por qué el mundo estaba por llegar a su fin.

Cuando finalmente llegó sin aliento a los Tribunales, Elis estaba retrasada quince minutos, había veinticinco abogados reunidos en el despacho del Fiscal, la mayoría de ellos recién egresados de la Facultad de Derecho, jóvenes e impacientes y estimulados por la idea de trabajar con el Fiscal del distrito de Caracas.

El despacho era impresionante, con paneles y decorado con buen gusto y sobriedad. Tenía un gran escritorio con tres sillas enfrente y un cómodo sillón de cuero detrás, una mesa para reuniones con veinte sillas alrededor y vitrinas en las paredes llenas de libros de Derecho.

Cuando Elis entró apresuradamente en el despacho, pidiendo disculpas, D' Alessandro estaba hablando. Dejó de hacerlo, dedicó toda su atención a Elis y le preguntó:

-¿Qué mierda se cree que es esto... Una fiesta?

-Lo siento muchísimo, yo...

-Me importa un carajo que usted lo sienta. ¡No vuelva a llegar tarde nunca más!

Los demás la miraron, ocultando cuidadosamente su simpatía.

D' Alessandro se volvió hacia el grupo y habló con irritación.

-Sé por qué están todos ustedes aquí. Quieren permanecer el tiempo suficiente como para averiguar mis ideas, y aprender unos cuantos trucos en la sala del Tribunal y entonces cuando crean que ya están listos, se irán para convertirse en brillantes penalistas. La mitad de ustedes se convertirá en unos idiotas incompetentes y la otra mitad simplemente en idiotas.

D' Alessandro hizo un gesto con la cabeza a su asistente.

- Tómeles el juramento.

Les tomó el juramento y lo hicieron en voz baja.... Cuando terminaron, D' Alessandro dijo:

-Muy bien. Ahora son funcionarios del Tribunal, Dios nos ayude. En este despacho es donde ocurren las cosas importantes, pero no se hagan ilusiones.... Todo lo que van a hacer durante los próximos seis meses es quemarse las pestañas haciendo investigaciones legales y borradores de documentos (escritos, citaciones, poderes), todas esas cosas maravillosas que les enseñaron en la facultad. No estarán cerca de un juicio por lo menos hasta dentro de dos años.

D' Alessandro hizo una pausa para encender un cigarro grueso y corto.

-Ahora estoy llevando adelante un juicio. Algunos de ustedes deben de haberlo leído.

Su voz rezumaba sarcasmo.

-Puedo usar a media docena de ustedes para que me hagan diligencias.

La mano de Elis fue la primera en levantarse. D' Alessandro dudó un momento y luego la eligió junto con otros cinco.

-Bajen a la sala 43.

Cuando dejaron la habitación, ya les habían entregado sus tarjetas de identificación. Elis no se desanimó por la actitud del Fiscal. "Tiene que ser duro", pensó. "El trabajo lo es".

Y ahora estaba trabajando para él. ¡Era un miembro de los colaboradores del Fiscal del distrito de Caracas! Los interminables años de labor monótona en la facultad de Derecho habían terminado. De alguna manera sus profesores se las habían arreglado para que la ley pareciera polvorienta y antigua, pero Elis siempre se las ingenió para vislumbrar más allá la Tierra Prometida: la Verdadera Ley, la ley que se ocupaba de los seres humanos, de sus locuras, de sus padecimientos y dolores. Ésa era la ley que le interesaba a Elis. Se había graduado como la primera en su curso y había estado en la revista de leyes.

Había pasado el examen para recibirse de abogada al primer intento, cuando casi el setenta y cinco por ciento de los que lo hicieron con ella fracasaron. Sentía que comprendía a Jorge D' Alessandro y estaba segura de poder manejar cualquier trabajo que éste le diera.

Elis había hecho sus deberes escolares. Sabía que existían cuatro oficinas dependientes del Fiscal, divididas en Procesos, Apelaciones, Estafas y Defraudaciones, y se preguntaba a cuál de ellas la designarían. Había más de setecientos cincuenta asistentes de fiscales en Caracas y nueve fiscales.

Pero sabía perfectamente que el distrito electoral más importante era, por supuesto Caracas: Jorge D' Alessandro.... Y no planeaba defraudar a su futuro mentor y fuente de inspiración eterna.

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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora