43: ¡Maldito padre Raimundo!

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Uno de los primeros en visitar la nueva oficina de Elis fue el padre Raimundo, recorrió los tres pequeños cuartos y dijo:

—Realmente es muy lindo. Nos estamos elevando en el mundo, Eis.

Elis se rió.

—Esto no es exactamente elevarse en el mundo, Padre. Tengo un largo camino que recorrer.

La miró profundamente.

—Lo harás. A propósito, fui a visitar a Darwin Opez.

—¿Cómo está?

—Muy bien. Está trabajando en la máquina del taller de la prisión. Me pidió que te diera sus saludos.

—Tengo que ir a visitarlo pronto.

El padre Raimundo se sentó en una silla, esperando hasta que Elis le dijo:

—¿Hay algo que pueda hacer por usted, padre Raimundo?

Se le iluminó el rostro.

—Bueno, sé que estarás ocupada, pero ya que lo has dicho, una amiga mía tiene un problemita. Tuvo un accidente. Creo que eres la persona indicada para ayudarla.

Automáticamente Elis contestó:

—Dígale que me venga a ver, Padre.

—Creo que tú tendrás que ir a verla. Tiene amputadas las piernas y los brazos.

Samanta Valderde vivía en un departamento pequeño y bonito. Cuando Elis llegó le abrió la puerta una mujer de edad, de pelo blanco, que llevaba un guardapolvo.

—Yo soy María Esquiter, la tía de Samanta. Vivo con ella. Por favor pase. La está esperando.

Elis entró a un living pobremente amueblado. Samanta Valverde estaba colocada entre almohadas en un gran sillón. Elis se impresionó ante su
juventud. Por alguna razón esperaba encontrar a alguien mayor. Samanta Valverde tenía veinticinco años, la edad de Elis. Tenía un rostro que
irradiaba encanto y a Elis le resultó desagradable que sólo tuviera un torso sin brazos ni piernas. Elis reprimió un escalofrío.

Samanta Valverde le dirigió una cálida sonrisa diciéndole:

—Por favor siéntate, Elis. ¿Puedo llamarte Elis? El padre Raimundo me ha hablado mucho de ti. Y por supuesto te he visto por televisión. Estoy muy contenta de que hayas podido venir.

Elis comenzó a contestar «el gusto es mío» y se dio cuenta de lo absurdo que eso sonaba. Se sentó en una silla cómoda enfrente de la joven.

—El padre Raimundo me dijo que tuviste un accidente hace algunos años. ¿Me quieres contar qué pasó?

—Me temo que fue culpa mía. Estaba cruzando una intersección y me detuve lejos de la vereda, me resbalé y me caí frente a un camión.

—¿Cuánto tiempo hace de eso?

—En diciembre hicieron seis años. Iba en camino a Graffiti para hacer compras de Navidad.

—¿Qué pasó después de que el camión te golpeó?

—No recuerdo nada. Me desperté en un hospital. Me dijeron que me había llevado una ambulancia. Tenía lesionada la columna. Después encontraron problemas de huesos que se extendieron hasta que… —Se detuvo y trató de encogerse de hombros. Fue un gesto digno de compasión. —Trataron de ponerme miembros artificiales, pero no me fue posible pagarlos..... Ciento cincuenta mil dolares por miembro.

—¿Hubo un juicio?

Samanta miró a Elis con asombro.

—¿El padre Raimundo no te lo dijo?

—¿Decirme qué?

—Mi abogado entabló una demanda contra la compañía de camiones y perdimos el caso. Apelamos y volvimos a perder.

—Me debería haber dicho eso —contestó Elis—. Si la Corte de Apelaciones falló en contra, me temo que no se puede hacer nada.

Samanta Valverde inclinó la cabeza.

—Yo tampoco creí que se pudiera hacer nada. Pero pensé… Bueno, el padre Raimundo dice que tú puedes hacer milagros.

—Ese es su territorio. Yo soy sólo una abogada.

Estaba furiosa con el padre Raimundo por haberle dado falsas esperanzas a Samanta Valverde. Elis pensó con severidad que tendría que hablar con él. La mujer mayor estaba en el fondo del cuarto.

—¿Puedo ofrecerle algo, señorita Irazabal? ¿Una taza de café y un pedazo de torta quizás?

Elis se dio cuenta de repente que tenía hambre ya que no había tenido tiempo de almorzar. Pero miró a Samanta Valverde frente a ella, pensó que iba a comer utilizando las manos y no pudo soportar la idea.

—No gracias —mintió Elis—. Acabo de comer.

Todo lo que Elis quería era irse de allí lo más pronto posible. Trató de pensar en algo que pudiera decir que dejara una nota de alegría, pero no había nada. ¡Maldito padre Raimundo!

—Realmente lo siento, yo hubiera querido…

Samanta Valverde sonrió y le dijo:

—Por favor, no te preocupes por nada.

La sonrisa de Samanta fue lo que la hizo reaccionar. Se dio cuenta de que si ella hubiera estado en el lugar de Samanta jamás hubiera sido capaz de sonreír.

—¿Quién fue tu abogado? —

preguntó Elis.

—Leandro Mora. ¿Lo conoces?

—No, pero voy a ponerme en contacto con él —siguió hablando, sin quererlo—. Voy a hablar con él.

—Eso sería muy amable de tu parte—había un cálido agradecimiento en la voz de Samanta.

Elis pensó en cómo podía ser la vida de esa joven, puesta allí sin ninguna esperanza, día tras día, mes tras mes, año tras año, incapaz de hacer nada por sí misma.

—No puedo prometerte nada.

—Por supuesto que no. ¿Pero sabes una cosa, Elis? Me siento mejor simplemente porque hayas venido.

Elis se puso de pie. Era el momento de estrecharse las manos, pero no había manos para saludarse.

—Me alegro de conocerte Samanta — dijo torpemente—. Ya tendrás noticias mías.

Pero al salir, lo volvió a repetir en su mente ¡Maldito padre Raimundo!
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora