87: Ocho horas

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—Lo siento, señora. Éste es el Leiver Restaurant. No conozco a ningún Nicolás Castro.

—¡Espere! —gritó Elis—. ¡No cuelgue! —trató de calmar su voz —Esto es urgente. Yo soy… una amiga de él. Me llamo Elis Irazabal. Necesito hablar con él ahora mismo.

Le dio el número de teléfono. Elis había empezado a tartamudear tanto que casi no podía hablar.

—Déle mi nombre y este número de teléfono.

—Mire, señora, ya le dije…

—Dí-di-dígale a-a él…

Le cortaron la comunicación.

Aturdida, Elis colgó el teléfono. Volvía a una de sus dos anteriores posibilidades. O las dos. No había ninguna razón para que Jorge D' Alessandro y el CICPC no unieran sus fuerzas y trataran de encontrar a Luis y a Miguel. Lo que la estaba volviendo loca era que sabía las pocas posibilidades que tendrían de encontrar a Lucio Vallenilla. No había tiempo. Lea mañana los periódicos. En sus últimas palabras hubo algo de definitivo que hizo que Elis estuviera segura de que no iba a volver a llamarla, para no darle a nadie la posibilidad de seguirle la pista. Pero tenía que hacer algo. Debía intentar con D' Alessandro. Otra vez buscó el teléfono. Cuando lo tomaba empezó a sonar, alarmándola.

—Soy Nicolás Castro.

—¡Nicolás! ¡Oh Nicolás ayúdeme por favor! yo… —empezó a llorar sin control. Dejó caer el teléfono, luego lo tomó rápido, aterrada de que él hubiera colgado—. ¿Nicolás?

—Estoy aquí. —Su voz era calma.—Conténgase usted misma y dígame qué es lo que anda mal.

—Yo… Yo… —Respiró profunda y rápidamente tratando de no tartamudear—. Son mis hijos Luis y Miguel. Los secuestraron. Los van a… matar.

—¿Sabe quién se lo llevó?

—Sí. Su no-nombre es Lucio Vallenilla—su corazón le saltaba adentro del pecho.

—Cuénteme qué pasó. —Su voz era tranquila y daba confianza.

Elis se esforzó en hablar despacio, detallando la secuencia de lo ocurrido.

—¿Podría describir a Vallenilla?

Elis trajo a su mente la imagen de Vallenilla. Trasladó la imagen a las palabras y Nicolás le dijo:

—Lo está haciendo muy bien. ¿Sabe dónde cumplió la condena?

—En Yare III. Me dijo que él va a matar…

—¿Dónde queda la estación de servicio en donde trabajaba?

Le dio la dirección.

—¿Sabe el nombre del motel donde se estaba quedando?

—Sí. No —no podía recordar. Se clavó las uñas en el cuero cabelludo hasta que empezó a sangrar, forzándose a sí misma a pensar. Castro esperaba con paciencia.

De golpe recordó.

—Es el Motel Alfajor. Es en la Décima Avenida. Pero estoy segura de que no está allí ahora.

—Ya veremos.

—Quiero que mis hijos regresen vivos.

Nicolás Castro no contestó y Elis entendió la razón.

—¿Que quiere que hagamos si encontramos a Vallenilla…?

Elis respiró temblorosa y profundamente.

—¡MATENLO!

—Quédese al lado del teléfono.

Se cortó la comunicación. Elis colgó el teléfono. Se sentía extrañamente calma, como cuando algo ya se ha llevado a cabo. No había ninguna razón para sentir la confianza que ella tenía en Nicolás castro. Desde un punto de vista lógico, había hecho una locura, algo salvaje, pero la lógica no tenía nada que ver con esto. Era la vida de sus hijos la que estaba en peligro.

Deliberadamente había enviado a un asesino para que atrapara a otro asesino. Si no tenía resultado… Pensó en la niñita cuyo cuerpo había sido violado y sodomizado.

Elis llamó a la policía al recordar que estaba el cuerpo de la señora Marta en el lavadero, si ellos le preguntaban algo sobre sus hijos, ella les diría, sin la menor esperanza de que ellos pudieran hacer algo.

Nicolás Castro estaba sentado en su escritorio enfrentando a los siete hombres que había mandado llamar. Ya les había dado instrucciones a tres de ellos.

Se dirigió a Manuel Rivas.

—Manu, quiero que use sus conexiones. Vaya y vea al capitán Norberto y haga que maneje todo el asunto de Lucio Vallenilla. Quiero todo lo que de él sepa.

—Estamos gastando una buena conexión, Nico. Yo no creo…

—¡No discuta! Simplemente hágalo.

—Muy bien —contestó Rivas secamente.

Nicolás se volvió hacia Aníbal Cárdenas. Un hombre alto, corpulento, de manos gigantes y aspecto intimidante, era el guardaespaldas personal de Nicolás Castro.

—Ve al motel de Vallenilla. Seguramente ya se fue, pero quiero saber si anduvo con alguien. Quiero saber quiénes eran sus compañeros — miró su reloj—. Es medianoche. Tenemos ocho horas para encontrar a Vallenilla.... Solo ocho horas.... Sé que puedes hacerlo Aníbal.... No quiero que le pase nada a los niños. Llámame. Estaré esperando.

Nicolás Castro lo miró irse, después tomó uno de los teléfonos de su escritorio y empezó a marcar un número.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora