54: Una marciana en la tierra

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A la mañana siguiente, Elis tenía un fuerte y palpitante dolor de cabeza.

—Alguien la llama —dijo Silvia—. Es ese marciano otra vez.

Elis la miró sin entender.

—¿No se acuerda?, ése de la historia del manicomio.

Elis había alejado totalmente a ese hombre de su memoria. Evidentemente era alguien que necesitaba ayuda psiquiátrica. —Dile que… —movió la cabeza—. No importa. Se lo diré yo.

Tomó el teléfono.

—Soy Elis Irazabal.

—¿Verificó la información que le di? —preguntó la voz que ya le era conocida.

—No he tenido oportunidad. —Recordó que había tirado la nota al canasto de papeles. —Quiero ayudarlo. ¿No me podría dar su nombre?

El hombre titubeó.

—No puedo —susurró—. Se enfrentarían conmigo también. Simplemente averigüe. Patricia Clemente, Dubai, París, Hawaii, MonteCarlo y Milán.

—Puedo recomendarle un médico que… —cortaron la comunicación.

Elis permaneció sentada un momento, pensando, y después pidió a Doumasr Constantine que viniera a su oficina.

—¿Qué pasa, jefa?

—Nada… creo. He tenido un par de llamadas extrañas de alguien que no quiere dar su nombre. Quisiera que vieras si puedes averiguar algo sobre una mujer llamada Patricia Clemente. Se supone que tiene grandes propiedades en Hawaii, Dubai, MonteCarlo, París y Milán.

—¿Dónde está ahora?

—En algún manicomio o en Marte.

Dos horas más tarde, Doumasr Constantine volvió y sorprendió a Elis diciéndole:

—Tu marciana ha llegado a la tierra. Hay una Patricia Clemente internada en "La Risueña" que es una clínica psiquiátrica en el estado Aragua.

—¿Estás seguro?

Doumasr la miró ofendido.

—No quise decir eso —aclaró Elis. Doumasr era el mejor investigador que ella había conocido en su vida. Nunca decía nada de lo que no estaba absolutamente seguro y nunca hacía las cosas mal.

—¿Cuál es tu interés en la dama? —preguntó Doumasr.

—Alguien cree que está internada por un complot. Quisiera que investigues sus antecedentes. Quiero saber datos de su familia.

A la mañana siguiente, Elis tenía la información sobre su escritorio. Patricia Clemente era una viuda que había recibido una fortuna de cuarenta millones de dólares de su marido. Su hija se había casado con el administrador del edificio en donde vivían y seis meses después del matrimonio, la pareja se presentó ante la justicia para pedir que declararan incapaz a la madre y que los bienes fueran puestos bajo el control de ellos. Presentaron el testimonio de tres psiquiatras que declararon que Patricia Clemente era insana y la internaron en un manicomio.

Elis terminó de leer el informe y miró a Doumasr Constantine.

—Me parece que hay gato encerrado, ¿no?

—¿Te parece? Ya puedes abrir bien las ventanas.

—¿Qué piensas hacer?

Era una pregunta difícil de contestar.

Si la familia de la señora Clemente la había internado, con toda seguridad no iba a aceptar que ella se metiera y, ya que la mujer había sido declarada insana, no era competencia de Elis.

Era un problema interesante. Pero había una cosa que Elis sabía: fuera o no su cliente, ella no se iba a quedar sentada mientras alguien estaba en un manicomio de forma injusta.

—Voy a ir a visitar a la señora Clemente—decidió Elis.

La clínica psiquiátrica La Risueña estaba situada en el estado Aragua en una inmensa región arbolada. El terreno estaba cercado y el único acceso era por una puerta vigilada. Elis todavía no estaba preparada para que la familia se enterara de sus planes, así que hizo unos llamados hasta conseguir que una persona la conectara con el sanatorio.

Le consiguieron el permiso para hacer una visita a la señora Clemente.

La directora del lugar, la señora Federica era una mujer severa, de rostro duro pero bonito, que le hacía acordar a Doña Bárbara.

—Estrictamente hablando —dijo con desdén la señora Federica— yo no debería dejarla hablar con la señora Clemente. Sin embargo, vamos a
considerar a esto una visita no oficial. No figurará en los registros.

—Muchas gracias.

—Voy a buscarla.

Patricia Clemente era delgada, una mujer atractiva de más de sesenta años. Tenía unos vivaces ojos azules llenos de inteligencia y era tan amable como si la estuviera recibiendo en su propia casa.

—Es usted muy amable en haber venido a visitarme —dijo la señora Clemente— pero creo que no sé quién es usted.

—Soy una abogada, señora Clemente. Recibí dos llamadas anónimas y me dijeron que usted estaba aquí pero que no debería estar internada.

—Ese debe de haber sido Mario — contestó la señora Clemente sonriendo con amabilidad.

—¿Mario?

—Fue mi mayordomo durante treinta y un años. Cuando mi hija Génesis se casó lo despidió —movió la cabeza—. Pobre Mario. Realmente pertenece al pasado, a otro mundo. Y en un sentido supongo que yo también. Usted, mí querida, es demasiado joven, así que quizá no se ha dado cuenta de cómo han cambiado las cosas. ¿Sabe lo que falta hoy? Generosidad. Me temo que ha sido reemplazada por la avaricia.

Elis le preguntó con suavidad:

—¿Su hija?

Los ojos de la señora Clemente se entristecieron.

—No culpo a Génesis. Es su marido. No es un hombre muy agradable, por lo menos no lo es moralmente. Por desgracia mi hija no es muy atractiva físicamente. Carlos se casó con Génesis por su dinero y se encontró con que estaba todo en mis manos. No le gustó.

—¿Se lo dijo a usted?

—¡Oh! sí, por supuesto. Mi yerno fue muy claro al respecto. Pensaba que yo tenía que darle a mi hija la herencia y no que ella tuviera que esperar a que yo muriera. Lo hubiera hecho, pero no me fiaba de él. Sabía lo que pasaría si él podía apoderarse de ese dinero.

—¿Tiene usted antecedentes de algún problema mental, señora Clemente?

Patricia Clemente miró a Elis y le contestó con ironía.

—De acuerdo con los médicos tengo esquizofrenia y paranoia.

Elis tenía la sensación de que nunca había hablado con una persona más sana en su vida.

—¿Usted está enterada de que tres médicos testificaron diciendo que usted era insana?

—La herencia de Clemente está valuada en cuarenta millones de dólares, señorita Irazabal. Se puede influir en los médicos con tanto dinero. Me temo que usted está perdiendo su tiempo. Mi yerno controla todo ahora. Jamás me dejará salir de aquí.

—Quiero conocer a su yerno.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora