102: Te conviertes en una parte de ellos

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Instintivamente, Elis siempre había sabido que si alguna vez trabajaba para la Organización estaría dando un paso gigantesco, pero como muchos de los que estaban afuera, ella tenía un concepto erróneo de lo que era la Organización. La Mafia era generalmente representada como un grupo de gángsters sentados alrededor de una mesa ordenando a la gente que cometiera asesinatos y contando el dinero que recibían del juego y las prostitutas. Esto era sólo una parte del retrato.

Las reuniones a las que Elis asistía le dieron el resto: eran hombres de negocios operando en una escala asombrosa. Eran dueños de hoteles y Bancos, restaurantes y casinos, compañías de seguros y fábricas, edificios y cadenas de hospitales. Controlaban los gremios y los embarques. Estaban en el negocio de los discos y máquinas tragamonedas. Eran dueños de funerarias, panaderías y compañías constructoras. La renta anual era de miles de millones. ¿Cómo habían adquirido esos bienes? No era un asunto de Elis. Su trabajo era defender a aquellos que tenían algún problema con la ley.

Jorge D' Alessandro tenía a tres de los hombres de Nicolás Castro acusados de asaltar un grupo de camiones con comida. Se los acusaba de asociación para interferir en el comercio, de extorsión y otros siete cargos por interferencia en el comercio. La única testigo que quería declarar contra los hombres era una mujer que era dueña de uno de los puestos de venta.

—Nos va a reventar —dijo Nicolás a Elis—. Tendremos que manejarla.

—¿Tú eres dueño de parte de una empresa editora de revistas, no? —preguntó Elis.

—Sí. ¿Qué tiene eso que ver con camiones de comida?

—Ya lo verás.

Elis tranquilamente arregló con la revista para que ofreciera una gran suma de dinero por la historia de la testigo. La mujer aceptó. En el Tribunal, utilizó los motivos de la mujer para desacreditarla y los cargos fueron denegados.

La relación de Elis con sus socios había cambiado. Cuando la oficina empezó a tomar una cantidad de casos de la Mafia, Doumasr Constantine fue al despacho de Elis y le dijo:

—¿Qué es lo que sucede? No puedes seguir representando a esos rufianes. Eso nos va a arruinar.

—No te preocupes, Doumasr. Nos van a pagar.

—No puedes ser tan ingenua, Elis. Tú eres la única que va a pagar. Te van a atrapar.

Porque sabía que él tenía razón, Elis contestó enojada.

—Déjalo así, Doumasr.

La miró por un largo rato y luego contestó:

—Muy bien. Tú eres la jefa.

La Justicia del Crimen era un mundo pequeño y las noticias viajaban ligero. Cuando se empezó a decir que Elis Irazabal defendía a miembros de la Organización, amigos bien intencionados acudieron a verla y le reiteraron lo que Doumasr Constantine ya le había dicho.

—Si te mezclas con esos rufianes, te van a considerar igual a ellos.

Elis les contestó a todos lo mismo.

—Cada uno tiene derecho a ser defendido.

Apreciaba sus avisos, pero sentía que no servían para su caso. Ella no era parte de la Organización, apenas representaba a alguno de sus miembros. Era una abogada y nunca haría nada que la hiciera avergonzarse de si misma. La jungla estaba allí, pero ella todavía estaba fuera.

El padre Raimundo fue a visitarla. Esta vez no era para pedirle que ayudara a un amigo.

—Estoy preocupado por ti, Elis. He oído noticias de que estás ocupándote de… bueno… de la gente equivocada.

—¿Dónde está la gente equivocada? ¿Usted juzga a la gente que acude a pedirle ayuda? ¿Aleja de Dios a la gente porque son pecadores?

El padre Raimundo sacudió la cabeza.

—Por supuesto que no. Pero una cosa es cuando un individuo comete un error. Y otra muy distinta es cuando la corrupción está organizada. Si ayudas a esa gente, estás aprobando lo que hacen. Te conviertes en una parte de ellos.

—No. Yo soy una abogada, Padre. Ayudo a la gente que tiene problemas.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora