65: Elis y Diana

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Alivier seguía hablando pero Elis ya no entendía las palabras, sólo estaba oyendo la música. Se sentía como flotando, volando. Se había estado endureciendo para soportar que Alivier le dijera que no la vería más… ¡Y ahora esto! Sabía lo penosa que debió ser la escena con Diana para Alivier y sintió que nunca lo había amado como en ese momento. Sintió como si le hubiera sacado un terrible peso de su pecho y pudiera respirar de nuevo.

Alivier le estaba diciendo:

—Diana estuvo maravillosa. Es una mujer increíble. Está realmente feliz por nosotros dos.

—Eso es difícil de creer.

—Es que tú no entiendes. Hace un tiempo que nosotros vivíamos más como un par de hermanos. Nunca lo he conversado contigo pero Diana —dudó y dijo cuidadosamente—Diana no tiene grandes… impulsos.

—Me doy cuenta.

—Quiere conocerte.

La sola idea perturbó a Elis.—No creo que pueda Alivier. Me sentiría… incómoda.

—Confía en mí.

—Si… si tú lo quieres Alivier, por supuesto.

—Muy bien querida. Iremos a tomar el té. Te llevaré.

Elis lo pensó por un momento.

—¿No sería mejor si fuera sola?

A la mañana siguiente Elis condujo su auto hacia las afueras de la ciudad. Era una mañana fría y clara, un día precioso para manejar. Elis prendió la radio del auto y trató de olvidar lo nerviosa que estaba por la reunión que iba a tener que enfrentar.

La casa de los Reinosa era una magnífica casa estilo holandés, muy bien conservada, que miraba hacia un río, ubicada en un inmenso espacio de ondulante verde. Elis se detuvo ante la imponente puerta de entrada. Hizo sonar el timbre y un momento más tarde le abría la puerta una atractiva mujer de unos treinta y cinco años. Lo último que Elis había esperado ver era a esa tímida chica que le tomó la mano, le sonrió cálidamente y le dijo:

—Soy Diana. Alivier se quedó corto al describirte. Por favor, entra.

La mujer de Alivier llevaba una falda de lana beige, suavemente amplia y una. blusa de seda abierta justo lo suficiente como para revelar un pecho maduro, pero aún encantador. Los cabellos de un negro opaco los llevaba largos y suavemente rizados alrededor de la cara y favorecían sus ojos dorados. Las perlas que llevaba en el cuello nunca se confundirían con las cultivadas. Diana tenía un aire de dignidad del viejo mundo.

El interior de la casa era encantador, con espaciosos y amplios cuartos llenos de antigüedades y magníficos cuadros. Un mucamo sirvió el té en el salón, con un juego de té de plata estilo romano. Cuando el mucamo se retiró, Diana dijo:

—Estoy segura de que debes amar mucho a Alivier.

Elis contestó en forma embarazosa.

—Quiero que sepa, señora Reinosa, que ninguno de los dos planeó…

Diana puso una mano en el brazo de Elis.

—No tienes que decirme eso. No sé qué te habrá dicho Alivier, pero nuestro matrimonio se convirtió en un matrimonio de cortesía, Alivier y yo nos conocemos desde chicos, creo que yo me enamoré de él la primera vez que lo vi. Íbamos a las mismas fiestas y teníamos los mismos amigos y yo supongo que era inevitable que un día nos casáramos. Por favor no me malinterpretes, todavía adoro a Alivier y estoy segura de que él me adora a mí. Pero la gente debe cambiar ¿no?

—Sí.

Elis miraba a Diana y se sentía invadida por una sensación de gratitud. Lo que hubiera podido ser una escena horrible y desagradable se había convertido en algo amistoso y maravilloso. Alivier tenía razón. Diana era una dama encantadora.

—Le estoy muy agradecida —dijo Elis.

—Y yo te estoy agradecida a ti — contestó Diana en tono confidencial. Sonrió tímidamente y dijo—: sabes, yo también estoy muy enamorada. Pensaba darle el divorcio inmediatamente, pero pensé que por Alivier era mejor esperar hasta después de las elecciones.

Elis había estado tan ocupada con sus propias emociones que se había olvidado de las elecciones.

Diana continuó diciendo:

—Todos están convencidos de que Alivier va a ser nuestro próximo gobernador y un divorcio ahora le quitaría muchas posibilidades. Son sólo seis meses, por eso decidí que era mejor para él si esperaba. —Miró a Elis— Pero, perdóname ¿estás de acuerdo?

—Por supuesto que sí —contestó Elis.

Tenía que reajustar todos sus pensamientos. Su futuro estaría ahora ligado al de Alivier. Si lo elegían gobernador, debería vivir con él en Miraflores. Eso quería decir que dejaría de ejercer la abogacía aquí, pero nada de eso importaba Nada importaba excepto el hecho de que podrían estar juntos.

Alivier será un magnífico Gobernador—dijo Elis

Diana movió la cabeza y sonrió.

—Mi querida, un día Alivier Reinosa va a ser un magnífico Presidente.

El teléfono estaba sonando cuando Elis llegó a su departamento. Era Alivier.

—¿Cómo te fue con Diana?

—¡Alivier, es maravillosa!

—Ella dijo lo mismo de ti.

—Había leído acerca del encanto de las mujeres de alta sociedad, pero no se lo encuentra muy frecuentemente. Diana lo tiene. Es una verdadera dama.

—Tú también lo eres, querida. ¿Dónde quieres que nos casemos?

—Es lo que menos me importa. Pero creo que debemos esperar, Alivier.

—¿Esperar por qué?

—Hasta después de las elecciones. Tu carrera es muy importante. Un divorcio podría arruinarlo todo.

—Mi vida privada es…

—Está por convertirse en tu vida pública. No debemos hacer nada que pueda estropear tus posibilidades. Podemos esperar seis meses.

—Yo no quiero esperar.

—Yo tampoco, querido —Elis sonrió—. En realidad no tenemos que esperar, ¿no?
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora