45: Me estoy volviendo loca

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Habían pasado tres semanas desde la comida con Alivier en Monselo. Elis trató de alejarlo de su mente, pero todo se lo recordaba: una frase cualquiera, la parte de atrás de la cabeza de un desconocido, una corbata parecida a la que él tenía. Muchos hombres trataban de salir con ella. Se lo proponían clientes, abogados que habían sido sus contrarios en un juicio y hasta un juez, pero Elis no estaba interesada en ninguno de ellos. Los abogados la invitaban a salidas que sarcásticamente se llamaban «comidas con cama incluida», pero ella no tenía interés. Su independencia constituía un desafío para los hombres.

Doumasr Constantine siempre estaba allí, pero esto no servía para atenuar la soledad de Elis. ¡Había una sola persona que podía hacerlo, maldito sea!

La llamó el lunes por la mañana.

—Pensé que podría verte si estás libre para almorzar hoy.

No lo estaba pero contestó:

—Por supuesto que estoy libre.

Elis se había jurado a sí misma que si Alivier volvía a llamarla se mostraría amistosa pero distante, amable pero definitivamente inasequible.

En el momento que oyó la voz de Alivier se olvidó de todo y dijo Por supuesto que estoy libre. La última cosa en el mundo que debería haber dicho.

Almorzaron en un pequeño restaurante en Altamira, y hablaron tranquilamente durante dos horas que parecieron dos minutos. Hablaron de derecho, política y teatro y resolvieron todos los complejos problemas del mundo. Alivier era brillante, incisivo y fascinante. Estaba realmente interesado en lo que Elis hacía, y se sentía muy orgulloso de sus éxitos.

Tiene razón, pensaba Elis, si no fuera por él estaría de vuelta en Santa Teresa, Miranda.

Cuando Elis estuvo de vuelta en su oficina, Doumasr Constantine la estaba esperando.

—¿Fue una buena comida?

—Sí, gracias.

—¿Alivier Reinosa va a ser un cliente nuestro? —su tono sonaba demasiado casual.

—No Doumasr. Somos sólo amigos.

Y eso era verdad.

La semana siguiente, Alivier invitó a Elis para que almorzaran en el comedor privado de su estudio legal. Elis estaba impresionada por la inmensidad del moderno complejo de oficinas. Alivier le presentó a varios hombres de la firma y Elis se sintió como una especie de pequeña celebridad porque todos parecían conocerla. Conoció a Santiago Bustamante, el socio mayor. Fue amablemente distante con ella y Elis recordó que Alivier estaba casado con su sobrina.

Alivier y Elis almorzaron en un comedor con paneles de nogal servidos por un maître y dos mozos.

—Aquí es donde los socios traen sus problemas.

Elis se preguntaba si se estaría refiriendo a ella.

Le costó trabajo poder concentrarse en lo que estaba comiendo. Elis pensó en Alivier toda esa tarde. Sabía que tenía que olvidarlo, dejar de verlo. Pertenecía a otra mujer. Esa noche Elis fue con Doumasr al Ballet a ver Mamma Mía, un gran espectáculo.

Mientras esperaban en el hall, se oyó un excitado murmullo entre la concurrencia y Elis se dio vuelta para ver qué sucedía. Una enorme limusina negra se había detenido y de ella descendían un hombre y una mujer.

—¡Es él! —exclamó una mujer y la gente comenzó a reunirse alrededor del auto. Un corpulento chofer estaba de pie a un lado y Elis vio a Nicolás Castro y su mujer. Era a Nicolás al que la gente miraba. Era un héroe popular, lo suficientemente buen mozo como para ser un actor de cine, lo bastante temerario como para cautivar la imaginación de cualquiera. Elis permaneció en el hall mirando cómo Nicolás Castro y su mujer atravesaban la multitud. Nicolás pasó apenas a un metro de Elis y por un instante sus miradas se encontraron. Elis notó que sus ojos eran tan negros que no podía verle las pupilas. Un instante después desaparecía dentro del teatro.

Elis no pudo disfrutar del espectáculo. La visión de Nicolás Castro le había traído una serie de humillantes recuerdos. Elis pidió a Doumasr que la llevara a casa después del primer acto.

Alivier le telefoneó al día siguiente, pero cobró ánimos para rehusar la invitación.

—Gracias, Alivier, pero realmente estoy muy ocupada.

Pero todo lo que Alivier dijo fue:

—Tengo que salir del país por un tiempito.

Sintió como un golpe en el estómago.

—¿Por cuánto… por cuánto tiempo estarás afuera?

—Sólo unas pocas semanas. Te llamaré en cuanto esté de vuelta.

—Muy bien —contestó Elis con entusiasmo—. Que tengas un buen viaje.

Se sentía como si alguien hubiera muerto. Veía a Alivier en una playa en Río rodeado de chicas semidesnudas, o en un penthouse en la ciudad de Dubai, tomando margaritas y postres con acabado de oro con una joven belleza de ojos oscuros o en París haciendo el amor con… ¡Basta! se dijo a sí misma. Podría haberle preguntado a dónde iba. Seguramente era un viaje de negocios a algún aburrido lugar en donde no tendría tiempo para mujeres, a lo mejor en el medio de algún desierto donde tendría que trabajar veinticuatro horas por día. Podía haber tocado el tema, por supuesto muy casualmente. ¿Vas a tomar un avión de larga distancia? ¿Sabes hablar muchos idiomas? Si vas a París, por favor tráemeVervaine. Supongo que las borracheras deben de ser terribles. ¿Te vas con tu mujer? Me estoy volviendo loca.

Doumasr había entrado en su oficina y estaba parado mirándola.

—Estás hablando sola. ¿Estás bien?

¡No! quería gritar Elis. Necesito un médico. Necesito una ducha fría. Necesito a Alivier Reinosa.

—Estoy bien —contestó—. Sólo un poquito cansada.

—¿Por qué no te acuestas temprano hoy?

Le gustaría saber si Alivier se acostaría temprano.

La llamó el padre Raimundo.

—Estuve con Samanta Valverde. Me dijo que la has visto unas cuantas veces.

—Sí. —Las visitas eran la manera de mitigar sus sentimientos de culpa porque no podía ayudarla. Era frustrante.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora