82: Lo voy a hacer

20 3 1
                                    

Al día siguiente, Elis estuvo muy distraída, pensando en el beso que sostuvo con Doumasr, no se pudo concentrar en nada y cuando ya era bastante tarde y Elis se estaba preparando para dejar la oficina, Silvia le informó:

—Un señor Franco Ramirez quiere hablar con usted.

Elis dudó un instante y después contestó:

—Voy a atenderlo.

Franco Ramirez era un abogado que trabajaba con la Sociedad de Ayuda Legal.

—Discúlpeme por molestarla, Elis—dijo— pero tenemos un caso que nadie quiere tomar y realmente le agradecería si nos quisiera ayudar. Yo sé que está muy ocupada pero…

—¿Quién es el acusado?

—Lucio Vallenilla.

El nombre le sonó conocido inmediatamente. Durante los dos últimos días había estado en las páginas principales de todos los diarios. Lucio Vallenilla fue arrestado por raptar a una niña de cuatro años y tenerla secuestrada pidiendo rescate. Fue identificado por un identikit que la policía hizo por medio de los testigos del secuestro.

—¿Por qué yo, Franco?

—Vallenilla pidió que fuera usted.

Elis miró el reloj que estaba en la pared. Se le hacía tarde para ver a sus hijos.

—¿Dónde está él ahora?

—En el Centro Penal Metropolitano.

Elis tomó una rápida decisión.

—Voy a ir a hablar con él. Por favor encárguese de eso.

—Muy bien. Un millón de gracias. Le debo un favor.

Elis llamó a la señora Marta.

—Voy a llegar un poquito tarde. Déle de comer a los niños y dígales que me esperen despiertos.

Diez minutos más tarde, Elis estaba en camino hacia el centro. Para Elis, el secuestro era el más horrible de todos los delitos, en particular el de niños, pero toda persona acusada tiene derecho a ser oída, por horrible que sea su crimen. Esa era la base de la ley: justicia tanto para los peores como para los mejores.

Elis se identificó ante el guardia de recepción y la guiaron hasta la sala de visita de los abogados.

—Le traeré a Vallenilla —dijo el guardia.

Unos minutos más tarde, un hombre delgado y con un aspecto muy estético con una barba rubia y cabello rubio claro entró en la sala. Tendría casi cuarenta años y parecía un Cristo.

—Gracias por venir, señorita Irazabal—dijo con una voz dulce y amable—. Gracias por preocuparse.

—Siéntese.

Se sentó en una silla frente a Elis.

—¿Usted pidió verme?

—Sí. Incluso sabiendo que sólo Dios puede ayudarme. Hice una tontería.

Elis lo miró con desagrado.

—¿Usted llama una tontería secuestrar una niña y pedir rescate?

—Yo no secuestré a Tatiana por el rescate.

—¿No? ¿Entonces para qué la secuestró?

Hubo un largo silencio antes de que Lucio Vallenilla volviera a hablar.

—Mi esposa, Eva, murió al dar a luz. La amé más que a nada en el mundo. Si ha habido alguna santa en la tierra fue esa mujer. Eva no era fuerte. Nuestro médico la previno para que no tuviera un bebé, pero no le hizo caso. —Miró hacia el piso con incomodidad. — Puede… a usted le puede resultar difícil de entender, pero ella decía que quería tener un hijo de todos modos, porque era tener otra parte de mí.

Elis entendía eso demasiado bien.

Lucio Vallenilla dejó de hablar y pareció alejarse con sus pensamientos.

—¿Entonces tuvo el bebé?

Lucio Vallenilla hizo un gesto con la cabeza.

—Los dos murieron —le resultaba difícil seguir hablando—. Por un tiempo yo… yo no quería seguir viviendo sin ella. Me quedaba pensando en cómo hubiera sido nuestro bebé. Soñaba en cómo hubiera sido si hubiera vivido. Trataba de volver el reloj para atrás hasta el momento antes de que Eva…—se detuvo con la voz cortada por la pena—. Me volqué a la Biblia y eso me impidió volverme loco. He aquí que he puesto ante ustedes una puerta abierta que nadie podrá cerrar. Después de unos pocos días, vi a una pequeña jugando en la calle y fue como si Eva se hubiera reencarnado. Tenía sus ojos, sus cabellos. Levantó la cabeza, me miró y me sonrió y, yo… yo sé que suena a locura, pero era Eva sonriéndome. Debo de haber enloquecido. Me dije a mí mismo: Ésta es la hija que Eva quería tener. Esta es nuestra hija.

Elis observó cómo el hombre se clavaba las uñas en la piel.

—Sabía que estaba equivocado pero me la llevé —miró a Elis a los ojos—. No le hubiera hecho daño por nada del mundo.

Elis lo estaba estudiando detenidamente, esperando que diera una nota en falso. Pero no era así. Era un hombre en estado de angustia.

—¿Qué me puede decir de la nota pidiendo rescate? —preguntó Elis.

—Yo no envié ninguna nota pidiendo rescate. La última cosa que me preocupa en el mundo es el dinero. Sólo quería a la pequeña Tatiana.

—Alguien mandó la nota a la familia.

—La policía dice que yo la mandé, pero no es cierto.

Elis estaba allí, tratando de que todo eso coincidiera para ponerlo en claro.

—¿La noticia del secuestro apareció antes o después que usted fuera atrapado por la policía?

—Antes. Me acuerdo de que deseaba que dejaran de escribir sobre el asunto. Quería irme lejos con Tatiana y tenía miedo de que alguien nos detuviera.

—¿Entonces, cualquiera pudo haber leído la noticia e intentado cobrar el rescate?

Lucio Vallenilla agitó sus manos en un gesto de desamparo.

—No lo sé. Lo único que sé es que quisiera morir.

El dolor era tan evidente que Elis se sintió tocada. Si estaba diciéndole la verdad, y estaba allí en su cara, entonces no merecía morir por lo que había hecho. Deberían castigarlo, sí, pero no ejecutarlo.

Elis tomó una decisión.

—Voy a tratar de ayudarlo.

—Muchas gracias —contestó con calma—. En realidad ya no me importa lo que me pueda pasar.

—Lo voy a hacer.
.
.
.
.
.
Gracias por votar ;)

La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora