108: No tiene porque saberlo

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Quince minutos más tarde, la limusina estaba en camino a Caracas. Gabriel Cárdenas manejaba y Manuel Rivas iba sentado junto a él.

—Estoy encantado de que Nico haya decidido sacar del campo a esa puta —dijo Manuel Rivas.

Gabriel miró de soslayo al ingenuo abogado sentado junto a él.

—Aja.

Manuel Rivas miró su reloj de oro Casio. Eran las tres de la madrugada, bastante pasada su hora de acostarse. Había sido un largo día y estaba cansado. Me estoy volviendo viejo para estas peleas, pensó.

—¿Tienes que ir muy lejos?

—No muy lejos —masculló Gabriel.

La mente de Gabriel Cárdenas estaba confundida. Asesinar era parte de su trabajo y era una parte que le gustaba, por la sensación de poder que le daba. Gabriel se sentía como un dios cuando mataba, era omnipotente. Pero esta noche, estaba molesto. No podía entender por qué le habían ordenado deshacerse de Manuel Rivas. Rivas era el consigliere, el hombre que siempre había ayudado cuando alguien estaba en algún problema. Cercano al Padrino, el consigliere era el hombre más importante de la Organización. Había sacado de líos a Gabriel muchas veces.

¡Mierda!, pensó Gabriel. Rivas tiene razón. Nico nunca debió haber dejado entrar a una mujer en los negocios. Los hombres piensan con su cerebro. Las mujeres con sus ovarios.

¡Oh, cómo le gustaría ponerle las manos encima a Elis Irazabal! Se la daría hasta que gritara y entonces…

—¡Cuidado! ¡Te estás yendo del camino!

El basural estaba a corta distancia de allí. Gabriel podía sentir la transpiración en sus brazos. Volvió a mirar a Manuel Rivas. Hacerlo sonar era una cosa segura. Era como poner a dormir un bebé; ¡maldito sea! ¡Pero el bebé equivocado! Alguien le estaba haciendo un trabajo a Nico. Esto era un pecado. Era como asesinar a este viejo. Hubiera querido haber podido hablar de esto con su hermano Aníbal. Él le hubiera dicho lo que tenía que hacer.

Gabriel podía ver el basural a la derecha de la ruta. Sus nervios empezaron a estremecerse, como siempre le pasaba antes de matar. Apretó el brazo izquierdo contra su costado y sintió la seguridad de su Smith & Wesson calibre 38 de cañón recortado.

—Espero poder dormir bien —bostezó Rivas.

Sí, iba a tener un largo, largo sueño. El auto estaba cerca del basural. Gabriel controló por el espejo retrovisor y escudriñó la ruta. No había ningún auto a la vista. Repentinamente puso el pie en el freno y dijo:

—Maldición, creo que pinchamos una goma.

Detuvo el auto, abrió la puerta y se bajó al camino. Sacó el revólver de la funda y lo sostuvo a un costado. Después se corrió para el lado del pasajero y le dijo:

—¿Podría ayudarme?

Manuel Rivas abrió la puerta y bajó del auto.

—No soy muy bueno para… —Vio el revólver que Gabriel empuñaba y se detuvo. Tragó con dificultad y dijo: — ¿Qué… qué es lo que pasa Gabriel? —se le quebró Ja voz—, ¿Qué es lo que he hecho?

Ésa era la pregunta que había estado dando vueltas por la cabeza de Gabriel todo ese tiempo. Alguien le había hecho trampa a Gabriel. Rivas estaba del lado de ellos. Cuando el hermano menor de Gabriel, es decir, Aníbal tuvo problema con los Federales fue Rivas el que salvó al muchacho. Incluso le consiguió el trabajo que ahora disfruta.

Maldición, estoy en deuda con él, pensó Gabriel. Dejó caer la mano con el revólver.

—Le juro por Dios que no sé por qué, señor Rivas. No está bien.

Manuel Rivas lo miró un momento e hizo un gesto.

—Haz lo que tengas que hacer, Gabriel.

—Dios, no puedo hacerlo. Usted es mi consigliere.

—Nico te matará si me dejas ir.

Gabriel sabía que Rivas le estaba diciendo la verdad. Nicolás Castro no era un hombre que tolerara la desobediencia. Gabriel pensó en Ruben Pestana. Pestana había sido un tipo importante en el robo de pieles. Nicolás le ordenó que tomara el auto que habían usado y lo dejara en una compactadora de Barquisimeto que era de la Familia.

Ruben Pestana tenía apuro por llegar a una cita y dejó el auto en la calle donde lo encontraron los investigadores. Pestana desapareció al día siguiente, y la historia fue que lo habían puesto en el baúl de un viejo Chevy y lo habían compactado. Nadie traicionaba a Nicolás Castro y quedaba con vida. Pero hay una forma, pensó Gabriel.

—Nico no... No tiene por qué saberlo —dijo Gabriel. Su mente que generalmente trabajaba con lentitud andaba rápido y con una inusual claridad—. Mire —dijo— todo lo que tiene que hacer es irse del país. Le diré a Nico que lo maté y lo tiré a la basura, así nadie lo podrá encontrar. Usted puede volar a Europa, Asia o adonde quiera. Tendrá que tener un poco de dinero para poder irse.

Manuel Rivas trató de disimular la creciente esperanza en su voz.

—Tengo un montón Gabriel. Puedo darte lo que…

Gabriel sacudió la cabeza con furia.

—No hago esto por dinero. Lo hago porque —¿cómo podía decirlo con palabras? —yo lo respeto a usted. La única cosa es que usted tendrá que protegerme. ¿Podría tomar un avión mañana a la mañana para Europa?

—No hay problema, Gabriel — contestó Rivas—. Sólo llévame a casa. Mi pasaporte está allí.

Dos horas más tarde, estaba en su auto deportivo. Conduciendo con rapidez. Iba a ver al Gobernador Alivier Reinosa.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora