115: Ese día no llegaría nunca

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Miguel yacía en una estrecha mesa de metal, su cuerpo eternamente inmóvil. Parecía pacíficamente dormido, su hermoso rostro joven inundado de un secreto y lejano sueño. Elis había visto esa expresión cientos de veces mientras Miguel dormía en su cama caliente y ella se sentaba en el costado para contemplarle la cara, llena de un amor que le parecía tan grande que la impresionaba. ¿Y cuántas veces había arreglado cariñosamente sus sabanas para protegerlo del frío de la noche?

Ahora el frío estaba dentro del cuerpo de Miguel. No volvería a estar caliente nunca más. Esos ojos brillantes no se volverían a abrir para mirarla, nunca más vería la sonrisa de sus labios, ni oiría su voz, ni sentiría sus pequeños y fuertes brazos alrededor de ella. Estaba desnudo debajo de la sábana.

Elis dijo al doctor:

—Quiero que lo tapen con una cobija mas gruesa, puede tener frío.

—No puede… —y el doctor Hurtado miró a Elis a los ojos y lo que vio en ellos le hizo decir—: Sí, por supuesto, señora Irazabal —y se volvió a la enfermera y le ordenó— consiga una cobija extra gruesa.

Había unas cuantas personas en la habitación, la mayoría con guardapolvos blancos, y todos parecían estar hablándole, pero Elis no los podía oír. Era como si estuviese dentro de una campana que resonara, separándola del resto de ellos. Podía ver que movían los labios, pero no había sonido. Quería gritarles que se fueran, pero temía asustar a Miguel. Alguien la tomó por un brazo y la campana se rompió y el cuarto se llenó súbitamente de sonidos, todos parecieron estar hablando al mismo tiempo.

El doctor Hurtado estaba diciendo:

…necesario practicar la autopsia.

Elis dijo tranquilamente:

—Si usted toca a mi hijo de nuevo lo mataré.

Y sonrió a todos los que estaban allí porque no quería que trataran mal a Miguel Una enfermera trató de convencerla de que abandonara la habitación, pero ella sacudió la cabeza.

—No puedo dejarlo solo. Alguien puede apagar las luces. Miguel tiene miedo a la oscuridad, sobre todo cuando Luis no está cerca.

Alguien le pellizcó el brazo y Elis sintió el pinchazo de una aguja y un momento después sintió una gran calma y paz y se quedó dormida. Cuando Elis despertó, era casi de noche. Estaba en una pequeña habitación del hospital y alguien la había desvestido y puesto una camisa del hospital. Se levantó, se vistió y salió a buscar al doctor Hurtado. Estaba sobrenaturalmente calma.

—Nosotros haremos todos los arreglos del funeral por usted, señora Irazabal—dijo el doctor Hurtado—. Usted no tendrá que…

—Yo me encargaré de todo.

—Muy bien —dudó incómodo—. Sobre la autopsia, yo sé que usted no quiso decir lo que dijo esta mañana, yo…

—Está usted equivocado.

Durante los dos días siguientes, Elis pasó por todos los rituales de la muerte. Fue a la funeraria local e hizo los arreglos del funeral. Eligió un cajón blanco con forro de satén. No era dueña de sí misma y con los ojos sin lágrimas y más tarde cuando trató de pensar en ello no tenía ninguna vivencia de lo que ocurrió. Era cómo si otra persona se hubiera adueñado de su cuerpo y su mente, y hubiera actuado por ella.

Estaba en un estado de profundo shock, escondida detrás de una protector caparazón para evitar volverse loca. Cuando Elis abandonaba la oficina de la funeraria, el encargado le dijo:

—Si hay alguna ropa especial con la que quiere que su hijo sea enterrado, señora Irazabal nos la puede traer y nosotros lo vestiremos.

—Yo vestiré a Miguel.

La miró sorprendido.

—Si usted quiere… por supuesto pero… —la miró irse, pensando si ella sabría lo que era vestir a un cadáver.

Elis condujo hasta su casa, dejó el auto, en la entrada y abrió la puerta. La señora Dolores estaba en la cocina junto con Luis, ambos con los ojos enrojecidos y con la cara marcada por el dolor, Elis no le había mentido a Luis, no le había disfrazado la verdad diciéndole que Miguel se había ido al cielo y lo estaría cuidando desde allí... ¿Para que decirle mentiras en las que no creía?... Su hermano se había ido y ella se lo había dicho, con palabras dulces y calmadas, pero claras.

—¡Oh señora Irazabal! —Dijo la señora Dolores con lágrimas derramándose por sus mejillas — No puedo creerlo…

Elis ni la vio ni la oyó, tampoco el llamado de Luis, los ignoró a ambos olímpicamente. Siguió de largo y subió, dirigiéndose al cuarto de Miguel. Estaba como siempre. Nada había cambiado, con excepción de que estaba vacío. Los libros de Miguel, sus juegos, su equipo de futbol y los esquíes, todo estaba allí esperándolo.

Elis se quedó en la puerta, tratando de recordar para qué había ido. Ah, sí. La ropa para Miguel. Se dirigió al placard. Había un traje azul oscuro que ella le regaló para su último cumpleaños. Miguel lo llevaba puesto el día que fueron a comer a Monselo.

Recordaba vivamente ese episodio. Miguel parecía tan grande y Elis había pensado con dolor: Un día estará sentado aquí con la chica con la que se va a casar. Ese día no llegaría nunca. Nunca crecería. No habría una chica. Ni una vida.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora