46: Una parte tuya, es parte mía

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Elis se sumergió en el trabajo y aun así las semanas parecían alargarse... Iba a los Tribunales todos los días y trabajaba en los escritos a veces toda la noche.

-Tómatelo con calma. Te estás matando -le advertía Doumasr.

Pero Elis necesitaba agotarse física y mentalmente. No quería tener tiempo para pensar. Soy una tonta, se decía. Una verdadera tonta. Después de cuatro semanas, Alivier llamó.

-Recién llego -le dijo. El sonido de su voz la hizo temblar-. ¿Nos podemos encontrar para almorzar en algún lugar?

-Sí, me encantaría, Alivier. -Pensó que lo estaba manejando bien. Un simple Sí, me encantaría, Alivier.

-¿En el Odisea Tailandés de la Plaza?

-De acuerdo.

Era el lugar menos romántico del mundo, ideal para negocios, lleno de un ir y venir de hombres de mediana edad, corredores de Bolsa, banqueros. Había sido durante mucho tiempo uno de los escasos bastiones para hombres solos y hacía muy poco que había abierto sus puertas a las mujeres.

Elis llegó temprano y se sentó. Unos minutos más tarde, apareció Alivier. Elis miró la figura alta y delgada que se acercaba y súbitamente sintió la boca seca. Estaba tostado y Elis se preguntó si sus fantasías sobre Alivier y alguna joven en una playa no serían verdad. Le sonrió y le tomó la mano, y Elis supo en ese momento que todos sus razonamientos acerca de que Alivier era un hombre casado carecían de importancia. No podía controlarse. Era como si alguien la estuviera guiando, diciéndole lo que tenía que hacer, lo que debía hacer. No podía explicar lo que le estaba pasando, porque nunca había tenido una experiencia semejante.

Llámala química, pensó. Llámala karma, llámala cielo. Todo lo que Elis sabía era que deseaba estar en los brazos de Alivier y que jamás en su vida había deseado algo tanto. Mirándolo, podía verse haciendo el amor con él, abrazándolo, su cuerpo fuerte encima del de ella, dentro de ella, y sintió que su cara se ruborizaba.

Alivier dijo disculpándose.

-Siento haberte avisado con tan poco tiempo. Un cliente canceló una cita para almorzar.

Elis bendijo en silencio al cliente.

-Te traje algo -dijo Alivier. Era un hermoso pañuelo de seda verde y dorado-. Es de Milán.

Entonces fue allí donde estuvo. Jóvenes italianas.

-Es precioso, Alivier. Muchas gracias.

-¿Has estado alguna vez en Milán?

-No. He visto fotos de la catedral. Es una maravilla.

-Yo no soy un observador de los lugares de interés. Mi teoría es que una vez que has visto una iglesia, ya las has visto todas.

Más tarde, cuando Elis pensó en ese almuerzo, trató de recordar de qué habían hablado, qué era lo que habían comido, quién se había detenido frente a la mesa para saludar a Alivier, pero todo lo que podía recordar era la cercanía de Alivier, su contacto, sus miradas. Era como si la hubiera tenido en una especie de hechizo como si la hubiera hipnotizado, y fuera incapaz de librarse.

En un momento Elis pensó: Sé lo que tengo que hacer. Tengo que hacer el amor con él. Una vez. No puede ser tan maravilloso como me lo imagino. Después seré capaz de librarme de esto.

Cuando sus manos se tocaban accidentalmente era como si corriera electricidad entre ellos. Estaban allí sentados hablando de todo y de nada y sus palabras no tenían sentido. Sentados a la mesa en un invisible abrazo, acariciándose, haciendo ferozmente el amor, desnudos y sensuales. Ninguno de los dos tenía idea de lo que comían o de lo que estaban diciendo. Había un algo diferente, un ansia cada vez mayor que crecía en ellos hasta que ninguno de los dos pudo aguantarlo más.

En la mitad de la comida, Alivier tomó la mano de Elis y dijo con voz ronca.

-Elis.

Ella susurró:

-Sí, vámonos de aquí.

Elis esperó en el hall lleno de,gente mientras Alivier se registraba en el mostrador. Les dieron una habitación en la sección antigua del Plaza Hotel con vista al centro. Subieron por el ascensor de atrás, y a Elis le pareció que llegar al piso duraba una eternidad.

Si Elis era incapaz de recordar el almuerzo, en cambio recordaba todo sobre la habitación. Días más tarde, ella podía recordar la vista, el color de las cortinas, de las alfombras, y cada,cuadro y cada mueble. Podía recordar los ruidos de la ciudad, alejados, que se juntaban en la habitación. Las imágenes de esa tarde estarían con ella por el resto de su vida. Era una mágica y multicolor explosión en movimiento lento. Era Alivier desvistiéndola, la fuerza de Alivier, su cuerpo delgado en la cama, su rudeza y su ternura. Risas y pasión. El deseo había llegado a una voracidad que debía ser calmada. En el momento en que Alivier empezó a hacerle el amor, las palabras que flotaron en la mente de Elis fueron estoy perdida.

Hicieron el amor repetidamente y cada vez que un éxtasis casi intolerable.

Unas horas más tarde, mientras yacían en calma, Alivier le dijo: -Me siento como si estuviera vivo por primera vez en mi vida.

Elis estrechó dulcemente su pecho y rió en voz alta.

Alivier la miró interrogante.

-¿Qué es lo que te parece tan gracioso?

-¿Sabes lo que me dije a mí misma? Que si me acostaba una vez contigo, entonces podría sacarte de mi vida.

Alivier se dio vuelta y la miró.

-¿Y...?

-Estaba equivocada. Siento como si fueras una parte mía. Al menos -dudó- una parte tuya, es parte mía.

Alivier supo lo que ella estaba pensando.

-Nos arreglaremos -contestó Alivier-. Diana se va el lunes a Europa con su tía por un mes.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora