12: Comité de disciplina

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Al otro día, Elis fue a su oficina por última vez. Josué Velardes no estaba, en cambio Doumasr Constantine estaba allí, hablando por teléfono como de costumbre. Usaba unos blue jeans y un suéter de escote en V de casimir.

—Encontré a su mujer —decía—. El único problema es que ella no quiere volver con usted, mi amigo… lo sé. ¿Quién puede entender a las mujeres?… Muy bien. Le voy a decir dónde está y usted puede tratar de convencerla —le dio una dirección de un hotel en plena ciudad—. A sus órdenes. —Colgó y dio la vuelta para enfrentar a Elis. — Llega tarde esta mañana abogada.

—Señor Constantine, lo siento… creo que voy a tener que irme. Le voy a enviar lo que le debo del alquiler lo más pronto que pueda.

Doumasr Constantine se recostó en la silla y la observó. Su mirada hizo que Elis se sintiera incómoda.

—¿Le parece bien?

—¿Regresa a Santa Teresa?

Elis asintió.

—¿Antes de irse, me podría hacer un favor? —dijo Doumasr Constantine—. Tengo un amigo abogado que me ha pedido que entregue unas citaciones y no he tenido tiempo. Paga un millón por cada citación más los gastos de transporte. ¿Me haría el favor de hacerlo?

Una hora más tarde, Elis se encontraba en el elegante despacho de la firma jurídica de Jiménez & Meneses.

Era la clase de lugar donde ella se había imaginado trabajando algún día, un buen socio con un lindísimo despacho a la calle. En cambio la llevaron a una oficinita interna donde una preocupada secretaria le alcanzó un montón de citaciones.

—Aquí tiene. No se olvide de anotar sus viáticos. ¿Tiene auto, no es cierto?

—No, lo siento pero…

—Bueno, si toma el metro, guarde los pasajes.

—De acuerdo.

Elis pasó el resto del día entregando citaciones en Capitolio, Los Dos Caminos, Palo Verde y Los Símbolos bajo un constante aguacero. A las ocho de la noche llevaba ganados cuatro millones de bolívares.

Volvió a su pequeño departamento helada y muerta de cansancio. Pero, por fin ganaba dinero, el primero desde su llegada a Caracas. Y la secretaria le había dicho que tenía muchísimas citaciones para darle. Era un trabajo duro, dando vueltas por toda la ciudad y también era humillante. Le cerraban la puerta en las narices, la insultaban, la amenazaban y dos veces le hicieron proposiciones deshonestas. La perspectiva de enfrentar otro día como éste era descorazonador; por otro lado cuanto más tiempo pudiera permanecer en Caracas, no importa a costa de qué, le daba esperanzas.

Elis preparó un baño caliente y se deslizó en la bañera, sintiendo la agradable sensación del agua que cubría su cuerpo. No se había dado cuenta de lo cansada que estaba. Parecía que cada músculo le dolía. Decidió que necesitaba una buena comida para reanimarse. Quería hacer un gasto extravagante.

Me voy a llegar a un verdadero restaurante con mantel y servilleta, pensó Elis. A lo mejor incluso un lugar con música suave y tomaré un vaso de vino blanco y…

Los pensamientos de Elis se vieron interrumpidos por el timbre de la puerta de calle. Fue un sonido extraño.

No había tenido un solo visitante desde que se mudó. Únicamente podía ser la portera reclamándole el pago del alquiler. Elis no se movió esperando que la mujer se fuera.

El timbre sonó otra vez. De mala gana Elis salió de la bañera de agua caliente. Se puso una salida de baño de toalla y se dirigió a la puerta.

—¿Quién es?

Del otro lado de la puerta una voz de hombre le contestó:

—¿La señorita Elis Irazabal?

—Sí.

—Mi nombre es Alivier Reinosa. Soy abogado.

Desconcertada, Elis puso la cadena en la puerta y abrió un poco para ver quién era. El hombre que tenía delante parecía de unos treinta y cinco años, no muy alto, de cabello negro claro, ancho de espaldas, con ojos negros intensos, que la miraban con curiosidad detrás de unos anteojos oscuros de carey que le daban un aspecto elegante y misterioso. El traje que llevaba era hecho a medida y debía costar una fortuna.

—¿Puedo entrar? —preguntó.

Los asaltantes no usaban trajes hechos a medida, zapatos de Gucci y corbatas de seda. Tampoco tenían manos largas y sensibles con uñas cuidadosamente arregladas.

—Muy bien.

Elis sacó la cadena y abrió la puerta. Cuando Alivier entró, Elis echó una mirada a su departamento de un ambiente, viéndolo a través de los ojos de él y se sobresaltó.

Parecía un hombre acostumbrado a cosas mejores.

—¿Qué puedo hacer por usted, señor Reinosa?

De golpe supo por qué estaba allí y se llenó de excitación. Era por uno de los trabajos a los que se había ofrecido. Hubiera deseado estar con un lindo vestido azul oscuro, el pelo bien arreglado, con…

Alivier Reinosa dijo:

—Soy miembro del Comité de Disciplina del Cuerpo de Abogados de Caracas, señorita Irazabal. El fiscal Jorge D' Alessandro y el juez Isaac Mondragon han presentado una demanda ante el Tribunal de Apelación para que se inicie el proceso en su contra pidiendo que se la excluya del foro.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora