19: Victoria y astucia

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Esa tarde, a las dos, Elis estaba parada ante la imponente propiedad de Wilson Chafardet. La casa era de estilo victoriano, levantada en la mitad de cinco acres de preciosos y cuidados jardines. Un camino que describía una curva llevaba hasta el frente de la casa, a los costados crecían unos magníficos pinos. Elis había pensado mucho en este problema. Ya que no había forma de entrar en la casa, la única solución consistía en hacer salir al señor Wilson Chafardet.

Media cuadra más abajo vio un camión de jardinería. Elis lo estudió un momento, después caminó hacia el camión buscando a los jardineros. Tres de ellos estaban trabajando y eran Mexicanos.

Elis se dirigió a uno de ellos. —¿Quién es el encargado aquí?

Uno de ellos se enderezó.

—Soy yo.

—Tengo un trabajito para usted… — empezó a decir Elis.

—Lo siento señorita. Ocupado.

—Esto sólo le llevará cinco minutos.

—No. Es imposible…

—Le pagaré ocho millones.

Los tres hombres dejaron de trabajar y la miraron. El jefe de los jardineros dijo:

—¿Usted pagarnos ocho millones por un trabajo de cinco minutos?

—Eso es.

—¿Qué es lo que hay que…?

Cinco minutos más tarde el camión de los jardineros entraba por el camino de la propiedad de Wilson Chafardet, y Elis y los tres jardineros salían de él. Elis miró a su alrededor, eligió un hermoso árbol cercano a la puerta principal de la casa y ordenó a los jardineros:

—Desentiérrenlo.

Sacaron sus palas del camión y empezaron a cavar. No había transcurrido un minuto cuando se abrió la puerta principal y salió violentamente un hombre enorme con uniforme de mayordomo.

—¿Qué mierda se creen que están haciendo?

—Vivero de Altamira —dijo Elis con claridad—. Estamos sacando todos estos árboles.

El mayordomo se detuvo ante ella.

—¿Qué es lo que está haciendo?

Elis agitó una hoja de papel.

—Aquí tengo la orden para desenterrar todos estos árboles.

¡Esto es imposible! ¡El señor Chafardet va a tener un ataque! —se volvió a los jardineros—. ¡Dejen de hacer eso!

—Mire señor —dijo Elis— yo sólo estoy cumpliendo con mi trabajo — miró a los jardineros—. Sigan cavando, muchachos.

—¡No! —exclamó el mayordomo—. Les digo que aquí hay un error. ¡El señor Chafardet no ha mandado desenterrar ningún árbol!

Elis se encogió de hombros diciendo:

—¿No me diga? Mi jefe dice que sí lo hizo.

—¿Dónde puedo hablar con su jefe?

Elis miró su reloj.

—Está afuera, haciendo un trabajo en Los Cortijos. Pero estará de vuelta en la oficina a eso de las cinco.

El mayordomo la miró furioso.

—¡Espere un momento! No hagan nada hasta que yo vuelva.

—Sigan cavando —ordenó Elis a los jardineros.

El mayordomo se volvió hacia la casa y entró dando un portazo. Unos minutos más tarde se abrió la puerta y el mayordomo volvió a salir acompañado de un hombre diminuto, de mediana edad.

—¿Le importaría decirme qué diablos está pasando aquí?

—¿Y usted qué tiene que ver? — preguntó Elis.

—Le voy a decir qué tengo que ver en esto —dijo irritado—. Yo soy Wilson Chafardet y sucede que ésta es mi propiedad.

—En ese caso señor Chafardet —dijo Elis— tengo algo para usted. —Buscó en un bolsillo, sacó la notificación y se la dio.

Se dirigió a los jardineros con una sonrisa de victoria y astucia.

—Ahora pueden dejar de cavar.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora