18: Cuarenta millones

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Las próximas semanas pasaron volando. Elis estaba ocupada desde la mañana temprano hasta la noche, entregando notificaciones (órdenes de la Corte de presentar la contestación a una acusación) y citaciones (órdenes de la Corte para presentarse como testigo). Sabía que sus posibilidades de entrar en una firma importante de abogados eran inexistentes. Después del fracaso que había tenido, nadie soñaría con emplearla. Tenía que encontrar la manera de hacerse una reputación, empezar todo de nuevo.

Mientras tanto, había una gran cantidad de notificaciones y citaciones en su escritorio, provenientes de Jiménez & Meneses. Aunque no era exactamente trabajar como abogada, significaba un millón de bolívares más los viáticos.

Algunas veces, cuando Elis se quedaba trabajando hasta tarde, Doumasr Constantine la invitaba a comer. Exteriormente se mostraba como un hombre sarcástico, pero Elis sentía que era sólo una apariencia. Sentía que era un solitario. Se había graduado en una facultad de Mérida y había sido un estudiante bien informado y brillante.

Elis no podía comprender por qué se resignaba a dedicar su vida a trabajar en una deprimente oficina tratando de encontrar maridos y mujeres descarnadas y animalitos perdidos. Era como pensar que Doumasr se había resignado a aceptar el fracaso y tuviera miedo al éxito. Elis estaba segura de que Doumasr gustaba de ella, pero jamás intentaba nada y la trataba siempre con gran cortesía.

Una vez, Elis sacó el tema de su matrimonio, y él le respondió con un gruñido: «No es asunto suyo» y después de eso nunca más lo mencionó.

Josué Velardes era completamente distinto. El hombrecito delgado estaba felizmente casado. Trataba a Elis como a una hija y siempre le traía sopas y tortas que su mujer había hecho. Desgraciadamente, su mujer era una pésima cocinera, pero Elis se esforzaba y comía todo lo que Josué Velardes le llevaba, porque no quería herir sus sentimientos.

Un viernes a la noche, Elis fue invitada a la casa de los Velardes a comer. La señora Velardes había preparado guiso de repollo, su especialidad. El repollo estaba húmedo, la carne dura y el arroz medio crudo. Y todo nadaba en un lago de pollo grasiento. Elis lo comió valerosamente, tomando pequeños bocados y colocando la comida alrededor del plato como si estuviera comiendo.

-¿Le gusta? -preguntó alegremente la señora Velardes.

-Está... está exquisito. Es uno de mis platos preferidos.

Desde ese día, Elis comía todos los viernes a la noche con los Velardes y la señora siempre preparaba el plato preferido de Elis.

Una mañana temprano, Elis recibió un llamado de la secretaria del señor Meneses, hijo.

-El señor Meneses quiere verla hoy a las once de la mañana. Por favor sea puntual.

-Sí, señora.

Hasta ese momento, Elis sólo había tratado con secretarías y empleados en la oficina de Meneses. Ésta era una firma prestigiosa y grande, de esas con las que los jóvenes abogados sueñan con tener la oportunidad de entrar a trabajar. En camino hacia la cita, Elis empezó a fantasear. Si el señor Meneses en persona quería verla, debía ser para algo importante. Seguramente le iba a ofrecer que trabajara como abogada con ellos, darle la oportunidad de demostrar lo que era capaz de hacer. Los iba a sorprender. Algún día la firma sería Jiménez & Meneses & Irazabal.

Elis esperó treinta minutos en el corredor de la oficina y cuando fueron exactamente las once entró en la recepción. No quería parecer demasiado ansiosa. Tuvo que esperar dos horas y recién la hicieron pasar a la oficina del señor Meneses, hijo. Era un hombre alto y delgado, con traje con chaleco y zapatos que debían haber sido hechos para él en Europa.

No la invitó a sentarse.

-Señorita Izquierdo... -Tenía una voz desagradable y estridente.

-Irazabal.

Tomó un papel del escritorio.

-Esta es una notificación. Quiero que usted la entregue.

En ese momento Elis sintió que no iba a ser miembro de esa firma. El señor Meneses entregó la notificación a Elis diciéndole:

-Sus honorarios serán de cuarenta millones.

Elis no estaba segura de haber entendido bien.

-¿Cuarenta millones?

-Eso es. Si consigue hacerlo, por supuesto.

-Eso déjelo por mi cuenta - contestó Elis.

-Muy bien, entonces -continuó el señor Meneses, hijo-. Hemos tratado durante más de un año de entregar esta notificación a este hombre. Se llama Wilson Chafardet. Vive en una propiedad en Altamira y nunca deja su casa. Para serle sincero, le diré que una docena de personas ya lo han intentado. Tiene un mayordomo guardaespaldas que no deja que nadie se le acerque.

-No veo cómo yo... -dijo Elis.

El señor Meneses, hijo, se inclinó hacia ella.

-Hay una gran cantidad de dinero invertido en esto. Pero no puedo llevar ante la Corte al señor Wilson Chafardet hasta que usted no le entregue esto, señorita Izquierdo -Elis no se molestó en corregirlo-. ¿Cree que podrá hacerlo?

Elis pensó en todo lo que podría hacer con cuarenta millones.... ¡POR DIOS, ERAN CUARENTA MILLONES SOLO POR ENTREGAR UNA NOTIFICACIÓN!

Pero por fuera, ella se mantuvo tranquila e impasible.

-Encontraré la forma.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora