28: El juez

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Media hora más tarde, Elis estaba tomando un café con Doumasr Constantine.

—No sé qué hacer —le confesó Elis—. Pensé que si abandonaba el caso de Darwin Opez tendría más posibilidades. Pero D' Alessandro no quiere aceptar el trato. No está en contra de Opez… está en contra de mí, Doumasr.

Doumasr Constantine la miró pensativo.

—Quizás esté tratando de acobardarte. Quiere que te manejes con miedo.

—Me estoy manejando con miedo —dijo Elis. Tomó un trago del café. Tenía sabor amargo—. Es un mal caso. Deberías conocer a Darwin Opez. Todo lo que el jurado tiene que hacer es mirarlo y lo declararán culpable.

—¿Cuándo empieza el juicio?

—Dentro de cuatro semanas.

—¿No puedo hacer nada para ayudarte?

—Claro. Poner fuera de juego a D' Alessandro.

—¿Crees que hay alguna posibilidad de que absuelvan a Opez?

—Mirándolo desde un punto de vista pesimista, estoy llevando mi primer caso contra el Fiscal más astuto del país, que me odia. Mi cliente es un condenado por asesinato, que volvió a matar frente a quinientos treinta y seis testigos.

—Fantástico. ¿Y cuál es el punto de vista optimista?

—Esta tarde me puede aplastar un camión.

Faltaban tres semanas para el juicio. Elis consiguió que Darwin Opez fuera transferido a la prisión en Yare I. Lo pusieron en el pabellón para hombres, el más grande y antiguo del lugar. El noventa y ocho por ciento de los prisioneros estaba allí por delitos mayores: asesinato, incendio premeditado, violación, asalto a mano armada y sodomía.

Los autos privados no estaban permitidos y Elis tuvo que tomar un pequeño autobús verde, hasta el edificio de ladrillos donde controlaban la entrada y en el que ella mostró su tarjeta de identificación. En una casilla verde del lado izquierdo del edificio había dos guardias armados y más allá una puerta en la que se detenía a todos los visitantes que no tuvieran autorización. Desde el edificio de control, Elis fue conducida por un pequeño camino que atravesaba el terreno de la cárcel, hasta el centro, donde Darwin Opez había sido llevado a la sala de abogados con sus ocho cubículos reservados para las entrevistas de los abogados con sus clientes.

Mientras caminaba por el largo corredor en camino a su entrevista con Darwin Opez, Elis pensaba: Esto debe ser como la sala de espera del infierno.

Había una increíble discordancia en los ruidos. La cárcel estaba hecha de ladrillo, y acero y piedra y tejas. Las puertas de metal se abrían y cerraban constantemente con estrépito. Había más de trescientos hombres en cada bloque de celdas, hablando y gritando al mismo tiempo, con dos aparatos de televisión puestos en canales diferentes y con un sistema de música con temas de rock y heavy metal. Había asignados trescientos guardias para el lugar, y sus alaridos se podían oír por sobre el concierto de los prisioneros.

Un guardia le había dicho una vez a Elis: «La sociedad que constituye una prisión es la más educada del mundo. Si un prisionero simplemente roza a otro, inmediatamente dirá: "Discúlpeme". Los prisioneros tienen muchas cosas en su cabeza y la más mínima cosa…»

Elis estaba sentada frente a Darwin Opez y pensaba: La vida de este hombre está en mis manos. Si es condenado treinta años mas de su vida, será porque le fallé.

Lo miró a los ojos y vio la desesperación en ellos.

—Voy a hacer todo lo que pueda — prometió Elis.

Tres días antes de que comenzara el juicio de Darwin Opez, Elis supo que el Juez que presidiría la causa era Isaac Mondragon, el mismo que había sido Juez durante el juicio de Nicolás Castro y que había tratado de que Elis fuera expulsada del Cuerpo de Abogados.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora