33: La soga en el cuello

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Doumasr Constantine se hallaba sentado entre los espectadores, y durante un receso Elis tuvo oportunidad de intercambiar algunas palabras con él.

—No es un caso fácil —dijo Doumasr solidariamente—. Si por lo menos tu cliente no hubiera sido un King Kong. Diablos, el sólo mirarlo es bastante para dar miedo a cualquiera.

—Él no tiene la culpa.

—Recuerda aquella vieja broma que dice que se podría haber quedado en casa. ¿Cómo se están entendiendo tú y nuestro estimado Fiscal?

Elis le dijo con una sonrisa carente de alegría:

—El señor D' Alessandro me envió un mensaje esta mañana. Se propone impedir mi actuación profesional.

Cuando el desfile de testigos de la fiscalía hubo concluido y D' Alessandro descansó, Elis se puso de pie y dijo:

—Me gustaría llamar a declarar a Domenico García.

El asistente de la alcaldía de la cárcel de Yare se puso desganadamente de pie y fue al lugar de los testigos mientras todos los ojos se fijaban en él.

Jorge D' Alessandro observaba intrigado, mientras García prestaba juramento. La mente de D' Alessandro trabajaba con aceleración, computando
todas las probabilidades. Sabía que había ganado el caso. Tenía preparado su discurso de la victoria.

Elis estaba interrogando al testigo.

—¿Quiere informar al jurado sobre sus antecedentes, por favor señor García?

El fiscal D' Alessandro se puso de pie.

—El Estado proveerá los antecedentes del testigo, con el fin de ahorrar tiempo, y testimonia que el señor García es asistente del alcalde en el establecimiento penal de Yare.

—Gracias —respondió Elis—. Creo que el jurado deberá saber que el señor García recibió una orden judicial de presentarse aquí hoy. Es un testigo hostil —Elis se volvió a García—. Cuando yo le pedí que se presentara voluntariamente a declarar en favor de mi cliente, usted se rehusó. ¿No es verdad?

—Así es.

—¿Podría manifestar al jurado por qué debió ser emplazado jurídicamente para decidirse a venir?

La expresión de Domenico García se endureció.

—Con mucho gusto. Toda mi vida he estado manejando hombres como Darwin Opez. Son perturbadores natos del orden.

Jorge D' Alessandro se había inclinado hacia adelante en su asiento, sonreía, mantenía los ojos fijos sobre los miembros del jurado. Murmuró a un colaborador: —Vean, vean, se está poniendo ella misma la soga al cuello.

—Señor García —dijo Elis —, el señor Darwin Opez no está siendo juzgado por perturbador del orden. Está en juego una gran parte de su vida. ¿No sería usted capaz de ayudar a un prójimo suyo que está siendo injustamente acusado de un crimen capital?

—Si fuera injustamente acusado, sí. —El énfasis en injustamente produjo una mirada de entendimiento en los jurados.

—¿Antes de este caso se han producido crímenes en la prisión, no es así?

—Vea, cuando se tiene encerrados a miles de hombres violentos juntos en un ambiente artificial, ineludiblemente generan una gran cantidad de agresividad. Hay…

—Sólo responda sí, o no, por favor, señor García.

—Sí.

—¿Y en esos crímenes que han sucedido durante su experiencia, diría usted que las motivaciones han sido diversas?

—Bueno, supongo que sí. A veces…

—Sí, o no, por favor.

—Sí.

—¿La defensa propia ha sido alguna vez motivación de esos crímenes de la prisión?

—Bueno, este… a veces… — advirtió la expresión del rostro de Elis—. Sí.

—¿De modo que, conforme a su vasta experiencia, es totalmente posible que Darwin Opez hubiera estado defendiendo su propia vida cuando mató a Aron Bardis?

—No creo que…

—Le he pedido que de ser posible use el sí, o el no.

—Es muy improbable —insistió obstinadamente García.

Elis se volvió al juez Mondragon.

—Su Señoría, ¿quisiera ordenar al testigo que responda a mi pregunta?

El juez Mondragon miró a Domenico García.

—El testigo debe responder la pregunta.

—Sí.

Pero el hecho de que su actitud total dijera no se grabó en el jurado.

—Si la Corte me permite —dijo Elis—. He extraído del testigo algún material que quisiera exponer como prueba. El fiscal D' Alessandro se puso inmediatamente de pie.

—¿Qué clase de material?

—Pruebas que abonarán nuestra argumentación de defensa propia.

—Me opongo, Su Señoría.

—¿A qué se opone? —preguntó Elis—. Usted no ha visto nada aún.

—La Corte mantendrá la validez hasta que vea la prueba. Aquí está en juego la libertad de un hombre. Él tiene derecho a todas las consideraciones posibles —dijo el juez Mondragon.

—Gracias, Su Señoría —Elis se volvió hacia Domenico García—. ¿La trajo usted consigo? —le preguntó.

—Sí —asintió con los labios apretados—. Pero estoy haciendo esto bajo protesta.

—Creo que eso ya lo ha evidenciado usted lo suficiente, señor García, ¿puedo disponer del material, por favor?

Domenico García dirigió la mirada al área de los espectadores donde se encontraba sentado un hombre con uniforme de guardia-cárceles. García lo llamó con una señal de cabeza. El guardia se levantó y se aproximó trayendo envuelta una caja de madera consigo.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora