120: Zorra oportunista

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Durante la semana siguiente, Alivier trató de encontrar a Elis varias veces durante el día. La secretaria le decía cada vez:

—Lo siento, señor Alivier, la señorita Irazabal no está en la oficina.

Alivier estaba en su estudio esperando para llamar por tercera vez en el día a Elis cuando Diana entró. Alivier dejó el teléfono. Diana se le acercó y le pasó las manos por el pelo.

—Se te ve cansado, querido.

—Estoy bien.

Diana se dirigió a un sillón sueco que estaba frente al escritorio y se sentó.

—¿Todo viene junto, no Alivier?

—Parece que es así.

—Espero que esto termine pronto, por tu tranquilidad. La tensión tiene que ser terrible.

—Me las arreglo, Diana. No te preocupes por mí.

—Pero sí me preocupo. El nombre de Elis Irazabal está en esa lista, ¿no?

Alivier la miró sorprendido.

—¿Cómo sabes eso?

—Mi amor, has convertido esta casa en un lugar público de reunión —dijo riéndose—. No puedo dejar de oír algo de lo que sucede. Todo el mundo parece tan excitado con la idea de atrapar a Nicolás Castro y su amante. —Miró a Alivier pero no hubo ninguna reacción en su rostro.

Diana miró tiernamente a su esposo y pensó Qué hombre tan ingenuo que es. Ella sabía más que él sobre Elis Irazabal. Siempre le había divertido a Diana el ver que un hombre podía ser brillante en sus negocios o en política y sin embargo convertirse en un idiota con una mujer. Cuántos verdaderos grandes hombres se habían casado con mujeres vulgares. Diana entendía que su marido hubiera tenido un asunto con Elis Irazabal Después de todo, Alivier era un hombre muy atractivo y deseable. Y como todos los hombres, era susceptible. La filosofía de Diana era perdonar todo y no olvidar nada.

Ella sabía lo que era mejor para su marido. Todo lo que hacía era para el bien de él. Bueno, cuando todo hubiera terminado, llevaría a Alivier  a algún lugar a descansar. Se lo veía cansado. Dejarían a su hija Mayra con el ama de llaves y buscarían algún lugar romántico. Quizás Japón... Porque Francia le parecía que estaba muy trillado.

Diana miró por las ventanas y vio a los hombres del servicio secreto hablando entre ellos. Tenía sentimientos encontrados con respecto a la presencia de ellos. Le disgustaba la intrusión en su vida privada, pero al mismo tiempo su presencia le recordaba que su marido era un candidato a la Presidencia de los Venezuela. No, qué tontería de su parte. Su marido iba a ser el próximo Presidente de Venezuela. Todos lo decían. La idea de vivir aun mas cómoda era tan tangible que simplemente con pensarlo se sentía confortada. Su tarea favorita, cuando Alivier estaba ocupado en reuniones, era redecorar su enorme mansión que tenía pensado comprar en los suburbios mas lujosos de Caracas, talvez, en las Mercedes. Se sentaba sola en su habitación durante horas cambiando muebles en su imaginación, planeando cosas que iba a hacer cuando su esposo llegara a ser Presidente, ella se sentiría como hacen en Estados Unidos, como la Primera Dama.

Había visto ya una mansión que le había encantado, habitaciones gigantescas amuebladas, la Biblioteca, con sus casi tres mil volúmenes, el Salón Chino y el Salón de Recepciones Diplomáticas, la parte de la familia y los diecisiete dormitorios para huéspedes en el cuarto piso.

Ella y Alivier vivirían en esa mansión y sería parte de su historia juntos. Diana se estremeció ante el pensamiento de lo cerca que Alivier había estado de perder todas sus posibilidades por esa zorra oportunista de Elis Irazabal. Bueno, estaba todo terminado, gracias a Dios, ya la había sacado de su camino para siempre.

Miró a Alivier sentado ante su escritorio, cansado y demacrado.

—¿Quieres una taza de café, querido?

Alivier iba a decir que no y cambió de idea.

—Sería una buena idea.

—Estará listo en un momento.

En cuanto Diana dejó la habitación, Alivier tomó el teléfono y empezó a marcar. Ya era tarde y sabía que la oficina de Elis estaba cerrada, pero habría alguien para contestar las llamadas. Después de lo que pareció un tiempo interminable, la operadora contestó.

—Es urgente —dijo Alivier—. Hace varios días que trato de encontrar a Elis Irazabal. Habla el señor Alivier.

—Un momento, por favor —la voz volvió a la línea—. Lo siento, señor Alivier. No sé dónde está la señorita Irazabal. ¿Quiere dejar algún mensaje?

—No. —Alivier cortó la comunicación, lleno de frustración, sabiendo que aunque hubiera dejado un mensaje para que Elis lo llamara, no había manera de que ella lo hiciera. Se quedó sentado, mirando la noche, pensando en los arrestos que pronto se llevarían a cabo y uno de ellos sería por asesinato, impreso con el nombre de Elis Irazabal.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora