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Carlota Espinoza estaba por cumplir el sueño de su vida. Se arrullaba alegremente a sí misma mientras llenaba la maleta de cartón con las ropas que iba a necesitar en Costa Rica. Había hechos viajes con amigos antes, pero éste era diferente. Iba a ser su viaje de luna de miel. Lucio Vallenilla no era como los hombres que había conocido.

Los hombres que iban al bar, la manoseaban y le pellizcaban las nalgas, ésos no eran más que animales. Lucio Vallenilla era diferente. Era un verdadero caballero. Carlota se detuvo en lo que estaba haciendo para pensar en esa palabra caballero, gentilhombre. Nunca lo había pensado de esa manera; pero eso era Lucio Vallenilla. Lo había visto sólo cuatro veces en su vida, pero sabía que estaba enamorada de él. Podía decirse que él se había sentido atraído desde el principio, porque siempre se sentaba en su lugar. Y después de la segunda vez la había acompañado a su casa cuando cerraron el bar.

Todavía debo de tener algo, pensó Carlota con presunción, si puedo conseguir un joven buen mozo como éste. Dejó de empacar y caminó hasta el espejo del armario para mirarse. Quizás estaba un poquito gorda y su pelo estaba demasiado rojo, pero una dieta se encargaría de los kilos de más y podía ser más cuidadosa la próxima vez que se tiñera el pelo. Teniendo en cuenta todo, no estaba demasiado disconforme con lo que vio.

La vieja yegua todavía tiene su presencia, se dijo para sí. Sabía que Lucio Vallenilla quería acostarse con ella, a pesar de que nunca la había tocado. Era realmente especial. Había algo casi —Carlota frunció las cejas buscando la palabra— espiritual en él. Carlota se había educado como una buena católica y sabía que era sacrílego pensar una cosa así, pero Lucio Vallenilla le hacía acordar un poco a Jesús. Se preguntaba cómo sería en la cama. Bueno, si era tímido, le enseñaría una o dos trampitas.

Le había dicho que se casarían en cuanto llegaran a Costa Rica. Su sueño iba a ser verdad. Carlota miró su reloj y decidió que era mejor apurarse. Había prometido a Lucio que lo recogería en su motel a las siete y media.

Los vio en el espejo mientras caminaban entrando a su dormitorio. Habían aparecido desde ninguna parte. Dos gigantes. Carlota observó a los dos que se le acercaban.

Ambos hombres miraron su maleta.

—¿A dónde vas, Carlota?

—No es asunto tuyo. Tomen lo que quieran y váyanse de aquí. Si encuentran en esta inmundicia algo que cueste más de diez billetes, me lo comeré.

—Yo tengo algo que puedes comer—dijo el Gabriel Cárdenas.

—Eso es cosa de ustedes, chicos —contestó bruscamente Carlota—. Si este trabajo es una violación, quiero que sepan que el médico me está tratando porque tengo gonorrea.

—No queremos hacerte daño —dijo Gabriel Cárdenas—. Sólo queremos saber dónde está Lucio Vallenilla.

Pudieron ver el cambio que se produjo en ella. Su cuerpo de golpe se puso rígido y la cara se le convirtió en una máscara.

—¿Lucio Vallenilla? —había una nota de profundo desconcierto en su voz—. No conozco ningún Lucio Vallenilla.

Aníbal sacó el caño de plomo de su bolsillo y dio un paso hacia ella.

—No me vas a asustar —le dijo Carlota—. Yo…

El brazo del hombre le cruzó la cara y en medio del dolor que la enceguecía, pudo sentir sus dientes desmenuzarse como pequeños granos de arena. Abrió la boca para hablar y le empezó a salir sangre. El gigante levantó el caño de nuevo.

—¡No, por favor, no! —balbuceó.

Gabriel Cárdenas le preguntó con amabilidad:

—¿Dónde podemos encontrar a Lucio Vallenilla?

—Lucio está… en…

Carlota pensó en su encantador, en su hombre amable en manos de esos dos monstruos. Iban a lastimarlo e instintivamente sabía que Lucio no resistiría el dolor. Si sólo encontrara un modo de salvarlo, se lo agradecería para toda la vida.

—No sé.

Gabriel Cárdenas se movió hacia adelante y Carlota oyó el sonido de su pierna al quebrarse y al mismo tiempo un dolor terrible. Cayó al piso, incapaz de gritar por toda la sangre que tenía en la boca. Aníbal Cárdenas se puso delante de ella y le dijo con tranquilidad.

—A lo mejor no me entendiste. No queremos matarte. Solamente seguiremos rompiendo cosas. Cuando terminemos contigo, vas a quedar como un poco de basura que ni el gato toca. ¿Me crees?

Carlota le creía. Lucio Vallenilla no iba a querer mirarla nunca más. Lo había perdido por esos dos hijos de puta. Ningún sueño se haría realidad, no habría casamiento. El gigante frente a ella estaba moviendo el caño de nuevo.

—No. Por favor no lo hagas. Lucio está… en el motel Ave Azul en la avenida Quinta Crespo. Él…

Se desmayó.

Aníbal Cárdenas se dirigió al teléfono y marcó un número. Contestó Nicolás Castro.

—¿Sí?

—El motel Ave Azul en la avenida Quinta Crespo. ¿Quiere que lo agarremos?

—No. Yo los encontraré allí. Asegúrense de que no se vaya.

—No irá a ninguna parte.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora