37: Jugar a ser Dios

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El juez Mondragon observó la hoja de papel que tenía en sus manos; después miró lentamente a la sala. Sus ojos se detuvieron en los miembros del jurado, en Jorge D' Alessandro, en Elis y finalmente en Darwin Opez.

—Que el acusado se ponga de pie.

Darwin Opez se puso de pie con movimientos lentos y cansados, como si le hubieran sacado toda la energía.

El juez Mondragon leyó la hoja de papel.

—Este jurado encuentra al acusado Darwin Opez.... inocente de los cargos de los que se lo acusan.

Hubo un momentáneo silencio y las nuevas palabras del Juez fueron ahogadas por el estrépito de los espectadores. Elis permaneció allí, atónita, sin poder creer lo que acababa de oír. Se volvió hacia Darwin Opez sin decir palabra. El estuvo un instante frente a ella, con sus grandes ojos vulgares. Y de pronto esa horrible cara se abrió en la más clara sonrisa que Elis hubiera visto jamás. Extendió los brazos y la estrechó y Elis trató
de contener las lágrimas.

Los periodistas rodeaban a Elis, pidiéndole declaraciones, con una andanada de preguntas.

—¿Cómo se siente por haber derrotado al Fiscal?

—¿Creía que iba a ganar este caso?

—¿Qué hubiera hecho si hubieran condenado a Opez?

Elis cerró su mente a todas esas preguntas. No podía sincerarse con ellos. Habían venido a ver un espectáculo, a ver como cazaban un hombre hasta encerrarlo. Si el veredicto hubiera sido distinto… no podía soportar ese pensamiento. Elis comenzó a juntar sus papeles y a guardarlos en su portafolios.

Un alguacil se le acercó.

—El juez Mondragon quiere verla en su despacho, señorita Irazabal.

Se había olvidado de que quedaba pendiente una citación por desacato a la Corte pero ahora no parecía algo importante. La única cosa que contaba era que había salvado la libertad de Darwin Opez, dentro de cinco años cuando culminara de cumplir su actual condena, podría volver a salir.

Elis miró de reojo a la mesa del Fiscal. D' Alessandro guardaba sus papeles en el portafolios con furia mientras reprendía a uno de sus asistentes. Notó la mirada de Elis. Clavó su mirada en los ojos de ella y no hubo necesidad de palabras.

Cuando Elis entró, el juez Isaac Mondragon estaba sentado en su escritorio. Dijo fríamente. —Tome asiento, señorita Irazabal — Elis se sentó—. No voy a permitir ni a usted ni a nadie que convierta mi sala del tribunal en un espectáculo.

Elis se sonrojó.

—Es que tropecé. No pude evitar lo que…

El juez Mondragon levantó la mano.

—Por favor. Ahórreme eso —

Elis apretó los labios con fuerza. El juez Mondragon se inclinó hacia adelante en su silla y continuó.

—Otra cosa que no tolero en mi Corte es la insolencia —Elis lo miró cautelosamente sin decir nada—. Esta tarde, usted se pasó de los límites. Me
doy cuenta de que su excesivo celo fue para salvar la libertad de un hombre. En razón de ello he decidido no citarla por desacato.

—Muchas gracias, Su Señoría —

Elis tuvo que forzarse para decirlo. El rostro del Juez era impenetrable cuando continuó diciendo:

—Casi invariablemente, cuando termina un caso, tengo la sensación de si la justicia se ha cumplido o no. Francamente, en este caso no estoy seguro. —Elis esperó que siguiera hablando.

—Eso es todo, señorita Irazabal.

En las ediciones de la tarde de los diarios y de la televisión en la noche, Elis Irazabal estaba otra vez en la primera plana, pero esta vez era la heroína. Era el David de la abogacía que había derribado a Goliath. Las fotos de ella y de Darwin Opez y del fiscal D' Alessandro cubrían las páginas principales. Elis devoró hambrienta cada palabra de las notas, saboreándolas. Era realmente una dulce victoria después de todas las desgracias que había sufrido al principio.

Doumasr Constantine la llevó a comer a "Bonsái Chef 's" para celebrar y Elis fue reconocida por el dueño y muchos de los clientes. Desconocidos la llamaban por su nombre y la felicitaban. Era una experiencia embriagadora.

—¿Cómo se siente uno siendo una celebridad? —preguntó sonriendo Doumasr.

—Estoy aturdida.

Alguien mandó una botella de vino a la mesa.

—No necesito beber nada —dijo Elis—. Me siento como si ya estuviera borracha.

Pero tenía sed y se tomó tres vasos de vino mientras repasaba el juicio con Doumasr.

—Estaba asustada. ¿Sabes lo que es tener la libertad de alguien en tus manos? Es como jugar a ser Dios. ¿Puedes pensar en algo que asuste más que eso? Quiero decir, yo vengo de Santa Teresa… ¿podemos pedir otra botella de vino, Doumasr?

—Todo lo que quieras.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora