117: Mi castigo, mi infierno

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La casa estaba silenciosa y en paz. La señora Dolores se había llevado a pasear a Luis para distraerlo, Elis subió al dormitorio de Miguel, cerró la puerta detrás de ella y se tiró en la cama, mirando todas las cosas que eran de él, que había amado. Todo su mundo estaba en ese cuarto. Ahora ella no tenía nada que hacer, ni ningún lugar a donde ir. Sólo estaba Miguel. Elis empezó a recordar el día que nació y revivió todos los recuerdos.

Miguel dando los primeros pasos… Miguel diciendo tútú y mami ve a jugar con tus juguetes… Miguel saliendo del colegio solo por primera vez, una figura delgada y valiente… Miguel postrado en cama con sarampión, su cuerpo atormentado por el dolor… Miguel pateando y ganando el partido para su equipo… Miguel navegando… Miguel dándole de comer a un elefante en el zoológico… Miguel cantando en el día de la Madre…

Los recuerdos fluían a su mente, como una película familiar. Se detenían en el día en que Elis y Miguel fueron a Acapulco. Acapulco… donde ella y Miguel se divirtieron. La habían castigado por no escuchar sus instintos de madre. Por supuesto, pensó Elis, éste es mi castigo. Mi infierno.

Y empezaba todo de nuevo con el día del nacimiento de Miguel… Miguel dando sus primeros pasos… Miguel diciendo tútú y mami ve a jugar con tus juguetes…

El tiempo pasaba. Algunas veces Elis oía sonar el teléfono en algún lugar distante de la casa, la señora Dolores siempre contestaba le decía que era Doumasr Constantine, pero ella ni siquiera hablaba, la señora Dolores tenía que decirle siempre a Doumasr que Elis no estaba y una vez oyó. que alguien golpeaba en la puerta de entrada, pero esos sonidos no tenían ningún significado para ella. No quería permitir que nadie interrumpiera ese estar con su hijo. Se quedaba en la habitación sin comer ni beber, perdida en su propio mundo privado con Miguel... Había pedido a la señora Dolores que se fuera y se llevara a Luis de Viaje por unos días. No tenía idea del tiempo, no sabía cuanto hacía que estaba allí.

Cinco días más tarde, Elis volvió a oír el sonido del timbre de la puerta de entrada y de alguien que golpeaba la puerta, pero no le prestó atención. Quienquiera que fuese se iría y la dejaría tranquila. Débilmente oyó el ruido de un vidrio roto y unos momentos más tarde la puerta del cuarto de Miguel se abrió y Doumasr Constantine penetró en la habitación.

Echó una mirada a la figura demacrada y ojerosa que lo miraba desde la cama y exclamó:

—¡Dios mío!

Doumasr Constantine tuvo que usar toda su fuerza para conseguir que Elis abandonara la habitación. Peleó histérica contra él, pegándole y arañándolo. La señora Dolores esperaba abajo, había llamado a Doumasr preocupada por la salud de Elis y Doumasr necesitó aun más fuerza para meterla en el auto. Elis no tenía idea de dónde estaba o de quien era aquel hombre, no reconocía a nadie. Lo único que sabía era que la estaban alejando de su hijo. Trató de decirles que ella moriría si le hacían eso, pero estaba tan cansada de luchar que finalmente se durmió.

Cuando Elis despertó, estaba en una habitación brillante y limpia con una ventana panorámica que daba a las montañas y a un lago azul lejano. Una enfermera uniformada estaba sentada en una silla cercana a su cama, leyendo una revista. La miró cuando Elis abrió los ojos.

—¿Dónde estoy? —Le dolía la garganta al hablar.

—Está con amigos, señorita Irazabal. El señor Castro la trajo aquí. Ha estado muy preocupado por usted. Va a estar muy contento al saber que se ha despertado.

La enfermera salió del cuarto. Elis permaneció allí con la mente en blanco. Pero los recuerdos empezaron a surgir espontáneamente y no había a dónde ir para escapar nadie, ningún lugar para esconderse. Elis se dio cuenta de que había estado tratando de suicidarse sin tener el coraje necesario para realizarlo. Simplemente había querido morir y estuvo deseando que sucediera.

Pero no recordaba que Nicolás Castro la haya ido a ver, recordaba era a Doumasr Constantine, él la había salvado. Era una ironía. No Alivier, el hombre al que amó sino Doumasr Constantine y Nicolás Castro, los dos hombres a los que había rechazado constantemente.

Supuso que era injusto el culpar a Alivier. Ella le había ocultado la verdad, lo había mantenido en la ignorancia de que sus hijo habían nacido y que ahora uno de ellos estaba muerto. Miguel estaba muerto. Elis podía enfrentarlo ahora. El dolor era profundo y terrible, y sabía que ese dolor iba a permanecer con ella todo el tiempo que durara su vida, pero ahora debía aceptarlo. Era la justicia que se cobraba su pago.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora