83: Robo de mayor cuantía

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—Me parece que… me temo que no tengo dinero para pagarle —contestó Lucio Vallenilla.

—No se preocupe por eso. Quiero que me hable de usted.

—¿Qué es lo que quiere saber?

—Empiece por el principio. ¿Dónde nació?

—En el estado Guárico, hace treinta y cinco años. Nací en una granja. Me pregunto si usted lo llamaría granja. Era un pobre pedazo de tierra en donde nada quería crecer. Éramos pobres. Me fui de casa cuando tenía quince años. Quería mucho a mi madre, pero odiaba a mi padre. Sé que la Biblia dice que es un pecado hablar mal de los padres, pero mi padre era un hombre malvado. Le encantaba azotarme.

Elis pudo ver que su cuerpo temblaba mientras seguía hablando.

—Lo que quiero decir es que realmente gozaba haciéndolo. Si yo hacía la menor cosa que él pensaba que estaba mal me azotaba con un cinturón
de cuero con una gran hebilla de bronce. Después me hacía arrodillar y pedir perdón a Dios. Por mucho tiempo odié a Dios tanto como a mi padre. —Se detuvo, demasiado lleno de recuerdos como para seguir hablando.

—¿Entonces se fue de su casa?

—Sí. Hice auto-stop hasta Caracas. Había ido poco a la escuela pero en casa leía mucho. Cada vez que mi padre me encontraba leyendo era una buena excusa para azotarme. En Caracas encontré trabajo en una fábrica. Allí conocí a Eva. Me corté una mano con una fresadora y me llevaron al dispensario y allí estaba ella. Era una enfermera practicante —le sonrió a Elis—. Era la mujer más bella que yo había visto en mi vida. Mi mano tardó dos semanas en cicatrizar y yo iba a que me curara todos los días. Después de eso, simplemente empezamos a estar juntos. Hablamos de casarnos pero la compañía perdió un importante contrato y fui despedido con el resto de la gente de mi sección. Eso no le importó a Eva. Nos casamos y ella se hizo cargo de mí. Ésa era la única cosa por la que discutíamos. Yo crecí pensando que el hombre debe hacerse cargo de la mujer. Conseguí un trabajo de conductor de un camión y la paga era buena. La única cosa que no me gustaba era que debíamos estar separados, a veces hasta una semana seguida. Aparte de eso, era totalmente feliz. Los dos éramos felices. Y entonces Eva quedó embarazada.

Le corrió un escalofrío por el cuerpo. Sus manos empezaron a temblar.

—Eva y nuestra nena murieron.—Le corrían lágrimas por las mejillas.—No sé por qué Dios hizo eso. —Se estaba hamacando en la silla, sin darse cuenta de lo que hacía con los brazos cruzados sobre el pecho, sosteniéndolo en su dolor. —Te enseñaré y te instruiré sobre el camino que debes seguir, te guiaré.

Elis pensó: ¡Este es uno que no va a ir a la silla eléctrica!

—Volveré a verlo mañana —le prometió Elis.

La fianza era de ochocientos mil dólares. Lucio Vallenilla no tenía esa suma de dinero y Elis tuvo que ponerla por él. Vallenilla salió del Centro Penal y Elis lo llevó a un hotelito del lado oeste para que se quedara allí. Además le dio quinientos dólares para que se mantuviera.

—No sé cómo —dijo Lucio Vallenilla—, pero le pagaré hasta el último centavo. Buscaré un trabajo. No me importa qué clase de trabajo sea. Haré cualquier cosa. Cuando Elis lo dejó, estaba buscando en los avisos de trabajo.

El fiscal federal, Eusebio Vargas, era un hombre alto, corpulento, con la cara lampiña y modales engañosamente blandos. Para la sorpresa de Elis, Jorge D' Alessandro estaba en la oficina de Vargas.

—Supe que va a intervenir en este caso —le dijo D' Alessandro—. Nada es demasiado sucio para usted ¿no?

Elis se volvió a Eusebio Vargas.

—¿Qué hace él aquí? Éste es un caso federal.

—Lucio Vallenilla se llevó a la niña en un auto que era de la familia.

—El robo de un auto es un robo de mayor cuantía —dijo D' Alessandro

Elis se preguntó si D' Alessandro estaría tan interesado en el caso si ella no fuera la defensora. Se dirigió a Eusebio Vargas.

—Me gustaría hacer un trato —dijo Elis—. Mi cliente…

Eusebio Vargas levantó una mano.

—No hay posibilidad. Vamos a seguir con esto adelante hasta el final.

—Pero hay circunstancias…

—Puede decirnos todo lo que quiera en la audiencia preliminar.

D' Alessandro se estaba burlando.

—Muy bien —contestó Elis—.Los veré en la sala del Tribunal.

Lucio Vallenilla encontró trabajo en una estación de servicio en el lado oeste, cerca de su motel, y Elis se detuvo allí para hablar con él.

—La audiencia preliminar es pasado mañana —le informó Elis—. Voy a tratar de que el gobierno acepte un alegato para convenir que lo declaren culpable de un cargo menor. Tendrá que estar preso un tiempo, Lucio, pero trataré de sacarlo lo más pronto posible.

La gratitud que se pintó en su rostro fue suficiente premio.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora