119: ¡¿Sus hijos?!

21 4 1
                                    

El gran salón de conferencias del Cuerpo de la Marina de los Venezuela estaba lleno hasta el tope. Fuera del salón, una patrulla de hombres armados estaba alerta. Adentro había una reunión extraordinaria. Un Gran Jurado especial estaba ubicado en sillas contra la pared. En una punta de la mesa estaba Alivier Reinosa, Jorge D' Alessandro y el asistente del director del CICPC. Frente a ellos estaba Manuel Rivas.

Llevar el Gran Jurado a la base naval había sido idea de Alivier.

—Es la única forma de que estemos seguros de proteger a Rivas.

El Gran Jurado había estado de acuerdo con la sugerencia de Alivier y la sesión secreta estaba por comenzar. Alivier se dirigió a Manuel Rivas.

—¿Quiere identificarse, por favor?

—Mi nombre es Manuel Rivas.

—¿Cuál es su ocupación, señor Rivas?

—Soy abogado, con licencia para ejercer en Caracas, así como también en otros estados del país.

—¿Cuánto tiempo hace que ejerce la profesión?

—Más de veinticinco años.

—¿Hace práctica general?

—No señor, tengo un solo cliente.

—¿Quién es su cliente?

—Durante la mayoría de esos veinticinco años fue Leiver Figuera, que ahora ha muerto. Su lugar ha sido tomado por Nicolás Castro. Yo represento a Nicolás Castro y a su Organización.

—¿Se está refiriendo a una organización criminal?

—Sí, señor.

—Por la posición que usted ha ocupado durante todos esos años, ¿sería lógico pensar que usted está en una posición privilegiada para conocer todos los trabajos más secretos de eso que llamamos la Organización junto con sus reiteradas ubicaciones?

—Es muy poco lo que sucede allí que yo no sepa o muy pocos los lugares de la organización que yo no conozca.

—¿Y están involucradas actividades criminales?

—Sí, Gobernador.

—¿Querría describir la naturaleza de esas actividades?

Durante las dos horas siguientes, Manuel Rivas habló. Su voz era calma y segura. Dio nombres, lugares y fechas y en algunos momentos lo que contaba era tan fascinante que la gente que estaba en la sala se olvidaba de dónde estaba, cautivada por el horror de las historias que Rivas contaba.

Habló de contratos para asesinar, testigos muertos para que no pudieran testificar, incendios premeditados, mutilación criminal, trata de mujeres, parecía un catálogo sacado de un cuento de horror. Por primera vez en su historia todas las intimidades del más grande sindicato del crimen del mundo estaban expuestas para que todos pudieran verlas.

Ocasionalmente, Alivier o Jorge D' Alessandro hacían alguna pregunta, impulsando a Manuel Rivas a llenar algunas lagunas cuando era necesario. La sesión estaba transcurriendo mejor de lo que Alivier hubiera podido desear, cuando repentinamente, cerca del final, cuando faltaban apenas unos minutos, ocurrió la catástrofe.

Uno de los hombres del Gran Jurado estaba interrogándolo sobre una operación de blanqueo de capitales.

—Eso ocurrió hace dos años. Nicolás me tuvo alejado de eso, lo manejó Elis Irazabal.

Alivier se quedó helado. Jorge D' Alessandro preguntó con interés disimulado:

—¿Elis Irazabal? —Había impaciencia en su pregunta.

—Sí, señor. —Una nota de venganza sonaba en la voz de Manuel Rivas. —Ella es la abogada de la Organización ahora.

Alivier deseó desesperadamente poder hacerlo callar, borrar de la declaración lo que decía, pero era demasiado tarde… D' Alessandro estaba buscando la vena yugular y nadie lo iba a detener.

—Háblenos de ella —pidió D' Alessandro.

Manuel Rivas empezó a hablar.

—Elis Irazabal está involucrada en levantar sociedades en quiebra, operaciones con blanqueo de capitales…

Alivier trató de interrumpirlo.

—Yo no creo…

—…asesinato.

La palabra estalló en la sala. Alivier rompió el silencio.

—Nosotros… nosotros tenemos que atenernos a los hechos, señor Rivas. ¿No estará usted tratando de decirnos que Elis Irazabal está comprometida en un asesinato?

—Eso es exactamente lo que le estoy diciendo. Ella ordenó que mataran al hombre que había secuestrado a sus dos hijos gemelos de siete años. El hombre se llamaba Lucio Vallenilla. Ella le dijo a Castro que lo matara y él lo hizo.

Hubo un murmullo de voces excitadas.

¡¿Sus hijos?! ¡¿Siete años?!... Ese es exactamente el tiempo que tengo sin ver a Elis, Alivier estaba pensando No, Tiene que haber algún error.

Tartamudeó.

—Yo creo… yo creo que tenemos bastante evidencia sin recurrir a los rumores. Nosotros…

—No son rumores —aseguró Manuel Rivas—. Yo estaba en la habitación con Castro cuando ella llamó.

Las manos de Alivier debajo de la mesa se apretaban con tal fuerza que la sangre se había retirado de ellas.

—El testigo parece cansado. Creo que es suficiente por esta sesión.

Jorge D' Alessandro se dirigió al Gran Jurado.

—Quisiera hacerles una sugerencia acerca del procedimiento…

Alivier no escuchaba. Se estaba preguntando adonde estaría Elis. Ella había desaparecido hace años, oía sobre ella, la veía en las noticias, la escuchaba en la radio, la leía en los periódicos, había tratado repetidas veces de dar con ella. Pero ahora estaba desesperado. Tenía que encontrarla y advertirle rápido.
.
.
.
.
.
Gracias por votar ;)

La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora