24: Amenazador

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Darwin Opez no era el único que tenía algo en contra… Si Elis se hacía cargo del caso, los medios de comunicación tendrían un día de fiesta repitiendo el episodio de su pasado, y cuando ella perdiera el caso, como seguramente lo haría, sería clasificada como una perdedora de nacimiento.

La prisión de Yare II está situada en la susodicha ciudad.

Elis fue en autobús. Había telefoneado al asistente del Alcalde y le habían dado una entrevista para poder ver a Darwin Opez, que estaba en una celda, incomunicado. Durante el viaje en autobus, Elis se sintió inundada por un sentimiento de excitación que hacía mucho tiempo que no sentía.

Estaba en camino a Yare II para conocer a un posible cliente acusado de asesinato. Era la clase de caso para el que había estudiado, para el que había trabajado. Se sentía una abogada por primera vez en todo ese año y sin embargo sabía que estaba siendo poco práctica. No estaba yendo a ver a un cliente. Estaba yendo a ver a un hombre al que le iba a decir que no podía representarlo. No podía comprometerse en un caso que iba a ser muy publicitado y en el que ella no tenía ninguna posibilidad de ganar.

Darwin Opez tendría que buscarse algún otro para que lo defendiera.

Un taxi desvencijado la llevó desde donde la dejó el autobus hasta la penitenciaría, Elis tocó el timbre en la puerta de entrada y un guardia le abrió, controló su nombre en una lista y la mandó a la oficina del asistente del Alcalde.

Era un hombre alto, fornido, con la cara manchada de acné. Se llamaba Domenico García.

—Le agradecería que me diga todo lo que pueda sobre Darwin Opez — comenzó Elis.

—Si usted busca algo que la ayude no lo va a encontrar en esto —dijo García dando una ojeada al expediente que tenía en el escritorio—. Opez ha estado entrando y saliendo de la prisión toda su vida. Lo atraparon robando autos a los once años, a los trece lo arrestaron por el cargo de robo con violencia, violación a los quince, a los dieciocho vivía de las mujeres, cumplió una sentencia por mandar a unas de sus chicas al hospital… —hojeó el expediente—. Elija… puñaladas, asalto a mano armada, y finalmente lo más grande… asesinato.

La lista era deprimente.

—¿Hay alguna posibilidad de que Darwin Opez no haya matado a Aron Bardis? —preguntó Elis.

—Olvide eso. Opez es el primero en admitirlo, pero no tendría importancia si lo negara. Tenemos quinientos treinta y seis testigos.

—¿Puedo ver al señor Opez?

Domenico García  se puso de pie.

—Por supuesto, pero está perdiendo el tiempo.

Darwin Opez era el hombre más repugnante que Elis había visto en su vida. Era exageradamente musculoso, con la nariz rota en distintas partes, ojos chicos de mirada furtiva, le faltaban los dientes delanteros y tenía la cara llena de cicatrices. Debía de medir un metro noventa y era muy corpulento. Tenía los pies planos y grandes y eso lo hacía caminar pesadamente. Sí Elis hubiera tenido que buscar una sola palabra para describir a Darwin Opez hubiera tenido que decir: amenazador. Se podía imaginar el efecto que este hombre causaría frente a un jurado.

Darwin Opez y Elis estaban sentados en una sala de visitas de máxima seguridad, entre ambos una gruesa reja de alambre y un guardia parado en la puerta. Opez acababa de salir de su solitaria reclusión y los ojos pequeños parpadeaban ante la luz. Si Elis había venido a esta entrevista pensando que no debía tomar este caso, después de ver a Darwin Opez, estaba segura. Por el simple hecho de estar sentada frente a él, Elis podía sentir la mala voluntad que emanaba del hombre.

Elis empezó la conversación diciendo:

—Me llamo Elis Irazabal. Soy abogada. El padre Raimundo me pidió que lo viniera a ver.

Darwin Opez escupió a través de la reja, rociando con saliva a Elis.

—Ese hijo de puta que se mete a ayudar a los demás.

Es un comienzo maravilloso, pensó Elis.

Cuidadosamente, se contuvo para no limpiarse la saliva de la cara.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora