113: ¿No me vas a dejar morir, no?

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El camino hasta el hospital Santa Lucía parecía no terminar nunca. Elis estaba sentada en la parte de atrás de la ambulancia, sosteniendo la mano de Miguel inconsciente de un lado y la de un Luis sollozante con ojos marcados por las lágrimas. Un practicante había colocado una máscara de oxígeno en la cara de Miguel. Éste no había recuperado la conciencia. La sirena de la ambulancia sonaba, pero el tránsito estaba muy pesado y la ambulancia avanzaba despacio, mientras los curiosos miraban a través de sus ventanillas, deteniéndose ante la mujer de rostro desencajado, un niño llorando y idéntico inconsciente. A Elis le parecía una violación de la privacidad.

—¿Por qué no usarán vidrios que no dejen ver desde afuera? —se preguntó Elis.

El practicante la miró sorprendido.

—¿Sí, señora?

—Nada… nada.

Después de lo que pareció una eternidad, la ambulancia entró por la puerta de emergencia en la parte de atrás del hospital. Dos internos estaban esperándolos. Elis se quedó allí, desconsolada, sosteniendo la mano cicatrizada de Luis, viendo como Miguel era sacado de la ambulancia y puesto en una camilla.

—¿Es usted la madre del muchacho?—preguntó un practicante.

—Sí.

—Por aquí, por favor.

Lo que siguió fue un caleidoscopio confuso de sonido, luz y movimiento para ambos niños, pues Elis quería asegurarse de que Luis también estuviera bien. Elis vio cómo Miguel era conducido por un largo pasillo blanco hasta la sala de Rayos X. Empezó a seguirlo, pero el practicante le dijo:

—Primero tiene que ir a anotar su ingreso al hospital.

Una mujer delgada en el escritorio de entrada dijo a Elis:

—¿Cómo piensa pagar esto? ¿Pertenece a la Cruz Azul o tiene otro tipo de seguro?

Elis tenía ganas de gritar a la mujer, deseando volver al lado de sus hijos, pero se forzó a contestar las preguntas y cuando terminaron y Elis llenó todos los formularios necesarios, la mujer le permitió irse. Se dirigió apresuradamente a la sala de Rayos X y entró. El cuarto estaba
vacío, Luis y Miguel no estaban. Elis volvió al hall mirando para todos lados enloquecida. Pasó una enfermera a su lado. Elis la aferró de un brazo.

—¿Dónde están mis hijos?

—No lo sé —contestó la enfermera—. ¿Cuáles son sus nombres?

—Luis y Miguel Irazabal.

—¿A dónde lo dejó?

—Ellos… ellos iban a Rayos X y… —Elis se estaba volviendo incoherente—. ¡Qué han hecho con ellos! ¡Dígamelo!

La enfermera miró más detenidamente a Elis y le dijo:—Espere aquí, señora Irazabal. Voy a ver si lo encuentro.

Volvió unos minutos más tarde.

—El doctor Hurtado quiere verla. Por aquí por favor.

Elis sintió que le temblaban las piernas. Le resultaba difícil caminar.

—¿Está usted bien? —La enfermera se detuvo para esperarla.

Tenía la boca seca por el miedo.

—Quiero a mis hijos.

Llegaron a una sala llena de extraños aparatos.

—Espere aquí, por favor.

El doctor Hurtado llegó un momento después. Era un hombre muy gordo, con el rostro colorado y los dedos manchados de nicotina.

La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora