11: Amarga derrota

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Ahora Elis tenía una oficina, su próximo paso era conseguir clientes. Elis ya no podía pagarse las comidas en "Rosanella". Se preparaba un desayuno de tostadas y café en un calentador que había colocado en el radiador de su diminuto cuarto de baño. El baño tenía una ventana, pero alguien alguna vez la había pintado de negro y estaba clausurada.

Elis no almorzaba y ahora comía en "El Mogollón" o en "Carnes Ribaardo", donde servían grandes salchichas, rebanadas gruesas de pan y ensalada de papas calientes.

Elis llegaba a su escritorio a las nueve de la mañana pero no tenía nada que hacer, salvo escuchar a Doumasr Constantine o a Josué Velardes hablar por teléfono.

Los casos de Doumasr Constantine consistían en su mayoría en la búsqueda de cónyuges y animales domésticos perdidos, y Elis estaba convencida de que era un estafador que prometía cosas imposibles y cobraba sustanciosos adelantos. Pero Elis pronto se dio cuenta de que Doumasr Constantine trabajaba mucho y a menudo encontraba lo que buscaba. Era honesto y capaz.

Josué Velardes era un enigma. Su teléfono sonaba constantemente. Lo atendía, murmuraba unas pocas palabras, escribía algo en una hoja de papel y desaparecía por unas pocas horas.

—Josué se dedica a recuperar —le explicó un día Doumasr Constantine a Elis.

—¿Recuperar?

—Sí. Las compañías de cobranzas lo utilizan para que recupere automóviles, aparatos de TV, máquinas de lavar, todo lo que se le ocurra. — Miró a Elis con curiosidad. — ¿Consiguió algún cliente?

—Tengo algunas cosas en camino — contestó evasivamente Elis.

Doumasr inclinó la cabeza.

—No se deje aplastar. Todos podemos cometer errores.

Elis sintió que se ruborizaba.

Entonces él sabía quién era ella.

Doumasr Constantine desenvolvió un gran sándwich de carne con queso, jamón y tomate.

—¿Quiere un poco?

Parecía delicioso.

—No muchas gracias —contestó con firmeza Elis—. Nunca almuerzo.

—Bueno.

Elis lo miró mientras mordía el suculento sandwich.

—¿Seguro que no…? —dijo mirándola.

—No muchas gracias. Tengo… tengo un compromiso.

Doumasr Constantine la miró salir de la oficina y se quedó pensativo. Se enorgullecía de su facilidad para captar a la gente, pero Elis Irazabal lo desconcertaba. De acuerdo a las informaciones de la TV y los periódicos había tenido la seguridad de que le habían pagado para que destruyera el caso contra Nicolás Castro.

Después de conocerla, Doumasr ya no estaba tan seguro. Había estado casado una vez pasando por un infierno y tenía poca estima por las mujeres. Pero algo le decía que ésta era diferente. Era muy hermosa, brillante y sumamente orgullosa.

¡Dios!, se dijo a sí mismo. ¡No seas idiota! Una muerte en tu conciencia ya es suficiente.

Elis había salido simplemente para despejarse y que su estomago no le rugiera en frente de Doumasr Constantine.

¡De veras! Ninguna bienvenida fabricada en Caracas servía para nada. En Caracas a nadie le importa si uno está vivo o muerto. ¡Deja de compadecerte!, se dijo Elis.

Pero era difícil. Sus fondos se habían reducido a un millón quinientos, el alquiler de su departamento estaba vencido, y su parte en el alquiler de la oficina vencido en dos días. No tenía suficiente dinero como para seguir por mucho más tiempo en Caracas y no tenía lo suficiente para irse.

Elis recorrió las páginas amarillas de la guía, llamando a los estudios jurídicos por orden alfabético para tratar de conseguir trabajo. Hacía los llamados desde teléfonos públicos porque le resultaba muy incómodo que Doumasr Constantine y Josué Velardes oyeran sus conversaciones. El resultado era siempre el mismo. Nadie estaba interesado en emplearla. Estaba terminada. Debería volver a Santa Teresa y conseguir el puesto de asistente jurídica o secretaria de alguno de los amigos de su madre.

¡Cómo le hubiera disgustado eso a su madre! Era una amarga derrota, pero no le quedaba otra opción. Regresaría a casa como una fracasada. El problema inmediato era cómo llegar. Buscó en la edición de la tarde del Los Clasificados y encontró un aviso donde buscaban a alguien para compartir los gastos del viaje en auto hasta Santa Lucía. Era bastante cerca. Elis llamó al teléfono que estaba en el aviso. No contestaron.

Decidió volver a intentar a la mañana siguiente.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora