29: Los vamos a derrotar

25 3 1
                                    

A las cuatro de la madrugada del 12 de agosto, día en que debía comenzar el juicio de Darwin Opez, Elis se despertó cansada y con los ojos hinchados. Había dormido muy mal, con la mente atribulada por sueños del juicio. En uno de los sueños, Jorge D' Alessandro la colocaba en el lugar de los testigos y la interrogaba sobre Nicolás Castro. Cada vez que Elis trataba de responder a las preguntas, los miembros del jurado comenzaban a interrumpirla con el estribillo: ¡Mentirosa! ¡Mentirosa! ¡Mentirosa! Todos los sueños eran diferentes pero a la vez parecidos. En el último, Elis y Darwin Opez eran encerrados en celdas contiguas.

Elis se despertó temblando y le resultó imposible volver a conciliar el sueño. Se levantó y se sentó en una silla hasta que comenzó a amanecer y vio cómo se levantaba el sol. Se hallaba demasiado nerviosa para comer. Deseaba haber podido dormir la noche anterior. Deseaba no haber estado tan nerviosa. Deseaba que ese día ya hubiera pasado.

Mientras se bañaba y luego mientras se vestía no la abandonaba la premonición del desastre. Tenía ganas de vestirse de negro, pero se decidió por un Chanel de imitación que había comprado en la liquidación de Traki.

A las ocho y media, Elis Irazabal llegaba al Tribunal de Justicia para comenzar su defensa de Darwin Opez contra el Pueblo del Distrito Capital. Ante la puerta del edificio había una multitud y el primer pensamiento de Elis fue que había ocurrido un accidente. Vio un despliegue de cámaras de televisión y micrófonos, y antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba sucediendo se vio rodeada por periodistas.

Uno de ellos dijo: —¿Señorita Irazabal, ésta es la primera vez que aparece usted ante el Tribunal no es así, desde que le arruinó el caso Nicolás Castro al Fiscal?

Y Elis, de pronto, se dio cuenta de cómo era todo. Ella era la atracción central, no su cliente. Los periodistas no estaban ahí como observadores objetivos; estaban ahí como aves de presa y ella constituía su bocado de carroña.

Una joven en jeans arremetió poniéndole un micrófono ante la cara. —¿Es verdad que el fiscal D' Alessandro está realizando una guerra personal contra usted?

—No tengo comentarios que hacer— Jennifer comenzó a abrirse paso dificultosamente hacia la entrada del edificio.

—El Fiscal manifestó a la prensa anoche que no la considera competente para ejercer como abogada ante los tribunales de Caracas. ¿Quisiera decir algo acerca de eso?

—Ningún comentario —Elis casi había llegado a la entrada.

—El año pasado el juez Mondragon intentó impedirle el ejercicio de la profesión. ¿Ahora tratará usted de que él mismo se descalifique…?

Elis se encontraba ya dentro del Palacio de Justicia. Según estaba fijado, el juicio de Darwin Opez debía realizarse en la sala 186. El corredor estaba lleno de gente que trataba de penetrar inútilmente en el recinto pues ya se hallaba colmado. Se escuchaba un compacto ruido de conversaciones. Habían agregado filas de bancos reservados para los miembros de la prensa. D' Alessandro se ha encargado de todo esto, pensó Elis.

Darwin Opez se encontraba sentado ante el estrado de la defensa, que sobresalía por encima de todos como un monte demoníaco. Estaba vestido con un traje azul oscuro demasiado estrecho para él, y una camisa blanca y corbata azul que Elis le había comprado. No armonizaban con él. Darwin Opez parecía un horrible asesino en traje azul marino. Elis, desalentada, pensó que hubiera dado lo mismo que vistiera sus ropas de preso.

Opez echaba una mirada desafiante en torno al recinto de la sala del tribunal tratando de tragarse con los ojos a aquel con quien se topara de frente. Elis conocía bastante a su cliente como para saber que su aspecto beligerante era una máscara para encubrir el temor: ¿pero cuál sería la reacción en todos los demás? —incluyendo al Juez y al jurado — todo indicaba que sería hostilidad y odio. Ese hombre enorme constituía una amenaza. Lo considerarían como alguien al que se debía temer, al que se debía aniquilar.

Ningún rasgo de la personalidad de Darwin Opez resultaba atractivo; nada en su apariencia movía a simpatizar con él. Sólo predominaba ese rostro macerado y horrible con el tabique de su nariz quebrado y su boca desdentada, ese cuerpo descomunal que inspiraba miedo.

Elis avanzó hasta el estrado de la defensa donde estaba sentado Opez y se sentó a su lado.

—Buen día, Darwin.

Él la miró y contestó:

—Hola, pensé que no iba a venir.

Ella miró a fondo en las ranuras de sus ojillos.

—Sabía muy bien que yo estaría aquí.

—En realidad me da lo mismo — dijo encogiéndose de hombros con indiferencia—. Me la darán. Me sentenciarán a la pena máxima, me declararán culpable sin atenuantes y me aplicarán la ley y si es necesario crearán una ley que les permita freírme en aceite hirviendo y me freirán. Aquí no va a haber ningún juicio, ya está cocinado, será un show. Espero que se haya traído caramelos.

Se produjo un movimiento en torno al estrado del Fiscal y Elis miró en esa dirección para ver al fiscal D' Alessandro ubicándose ante el escritorio junto a una cantidad de asistentes. Al encontrarse con su mirada, D' Alessandro hizo una pequeña inclinación de cabeza. Elis sintió de pronto una sensación de pánico.

Un encargado de la Corte dijo: «Todos de pie», y el juez Isaac Mondragon entró desde el salón-vestuario de los jueces. —Atención, atención a los presentes. Todos los que estén vinculados con la Causa Ciento ochenta y seis de este Tribunal, aproxímense, presten atención y serán escuchados. Preside la causa Su Señoría el juez Isaac Mondragon.

El único que se negó a ponerse de pie fue Darwin Opez. Elis le susurró sin mover los labios.

—Póngase de pie.

—Ni pienso, muchacha. Tendrán que venir a levantarme.

Elis le tomó la mano gigantesca entre las suyas.

—De pie, Darwin. Los vamos a derrotar.
.
.
.
.
.
Gracias por votar ;)

La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora