66: Rosas rojas

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Los días de Elis estaban increíblemente llenos de cosas. Si antes había pensado que estaba ocupada, ahora estaba asediada. Estaba representando a sociedades internacionales que habían transgredido algunas pocas leyes y habían sido descubiertas, senadores que habían puesto las manos en dinero que no era de ellos, actores de cine que tenían algunos problemas. Representaba a presidentes de Bancos y a ladrones de Bancos, políticos y jefes de sindicatos.

El dinero estaba entrando, pero eso no era importante para Elis. Pagaba grandes bonificaciones a los miembros de su oficina y les hacía espléndidos regalos.

Las sociedades que tenían que enfrentarse a Elis no tardaron en mandar a sus abogados que eran su mano derecha, y así Elis se encontró peleando contra los más importantes talentos legales del mundo.

La admitieron en el Colegio de Abogados Litigantes y hasta Doumasr Constantine estaba impresionado.

—Dios —dijo— ¿sabes que sólo un uno por ciento de los abogados de este país lo consigue?

—Yo soy el símbolo femenino —dijo Elis riéndose.

Cuando Elis representaba a un acusado en los lugares mas importantes, Miraflores, Altamira, Los Cortijos, Los Dos Caminos, podía estar segura de que Jorge D' Alessandro tomaría el caso personalmente o lo dirigiría. Su odio hacia Elis crecía con cada victoria de ella.

Durante un juicio en el cual Elis estaba peleando contra el Fiscal del Distrito, D' Alessandro llevó como testigos a doce expertos importantísimos. Elis no llamó a ningún experto. Dijo al jurado:

—Si queremos construir una nave espacial o saber la medida de la distancia de una estrella, llamamos a los expertos. Pero cuando queremos hacer algo realmente importante, buscamos a doce personas cualesquiera para que lo hagan. Creo recordar que el fundador del Cristianismo hizo lo mismo.

Elis ganó el caso.

Una de las técnicas que Elis encontró que eran efectivas con el jurado fue decir:

—Sé que las palabras «Ley» y «sala del Tribunal» suenan un poco atemorizadoras y remotas para sus vidas, pero cuando se detienen a pensar
en ello, todo lo que estamos haciendo aquí es tratando con las cosas buenas y malas hechas por seres humanos como nosotros mismos. Olvidémonos que estamos en la sala del Tribunal, mis amigos. Simplemente imaginemos que estamos sentados en la sala del living de mi casa, hablando sobre lo que sucede con este pobre acusado.

Y, en sus mentes, los jurados estaban sentados en el living de Elis, llevados por su discurso.

Elis también ganó ese caso.

Esta maniobra funcionaba maravillosamente para Elis, hasta un día en que estaba defendiendo un cliente contra Jorge D' Alessandro. El Fiscal se puso de pie y comenzó su alegato dirigido al jurado.

—Damas y caballeros —dijo D' Alessandro—. Quisiera que ustedes se olvidaran que están en una sala del Tribunal. Quiero que se imaginen que están sentados en casa, en mi living y estamos charlando informalmente sobre el hecho terrible que el acusado cometió.

Doumasr Constantine se inclinó hacia Elis y le susurró:

—¿Oyes lo que está diciendo el hijo de puta? Te está robando tu sistema.

—No te preocupes por eso — respondió fríamente Elis. Cuando Elis se levantó para dirigirse al jurado, dijo:

—Damas y caballeros, nunca he oído algo tan extravagante como los comentarios del Fiscal —su voz subió de tono con indignación—. Por un minuto, no pude creer que lo estaba oyendo correctamente. ¡Cómo puede animarse a decirles que olviden que están en una sala del Tribunal! ¡Esta sala es una de las posesiones más preciosas que tiene nuestra nación! Es la base de nuestra libertad. La de ustedes y la mía y la del acusado. Y con la sugestión del Fiscal de que olviden dónde están, pueden olvidar su deber por el juramento. Encuentro las dos cosas desagradables y despreciables. Yo les pido a ustedes, damas y caballeros que recuerden dónde están, para recordar que todos nosotros estamos aquí para que se haga justicia y el acusado sea defendido.

Los jurados asintieron con aprobación.

Elis echó una mirada a la mesa en donde estaba Jorge D' Alessandro sentado. Se mantenía derecho, con la mirada vidriosa. El cliente de Elis fue absuelto.

Después de cada victoria en la Corte, había cuatro docenas de rosas rojas en el escritorio de Elis con una tarjeta de Nicolás Castro. Cada vez, Elis tiraba la tarjeta y le daba las flores a Silvia para que se las llevara. De alguna manera le parecían inmorales por provenir de él. Por último, Elis envió una nota a Nicolás Castro pidiéndole que no le enviara más flores.

Cuando Elis volvió del Tribunal después de haber ganado su último caso encontró diez docenas de rosas rojas aguardándola.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora