116: Adios para siempre

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Al lado del traje azul había varios pares de jeans, y chaquetas y remeras, una con el nombre del equipo de fútbol. Elis se detuvo pasando sus manos por la ropa, como a la deriva, perdiendo toda noción del tiempo.

La señora Dolores apareció a su lado junto con Luis.

—¿Está usted bien, señora Irazabal?

Elis contestó con amabilidad.

—Estoy muy bien, muchas gracias señora Dolores.

—¿Puedo ayudarla en algo?

—No, muchas gracias. Voy a vestir a Miguel. ¿Qué le parece que le gustaría que le pusiera? —Su voz era brillante y alegre, pero sus ojos estaban sin vida.

A pesar de ser un niño, por primera vez en su vida, Luis miró a su propia madre y tuvo miedo.

—¿Por qué no se acuesta un poco querida? Voy a llamar al doctor.

Las manos de Elis seguían moviéndose entre la ropa. Sacó el uniforme de fútbol de la percha.

—Creo que a Miguel le va a gustar esto. Vamos a ver: ¿Qué otra cosa necesito?

La señora Dolores observó desconsolada como Elis sacaba ropa interior, medias y zapatos. Miguel necesita todas estas cosas porque se va de vacaciones. Unas largas vacaciones

—¿Le parece que tendrá suficiente abrigo?

La señora Dolores rompió en sollozos.

—Por favor, no haga eso —suplicó—. Deje esas cosas. Yo me ocuparé.

Pero Elis ya había bajado con la ropa.

—Mami —Bramó Luis, pero una vez mas, Elis ignoró su presencia, cuando Elis se fue, Luis se echó sobre el suelo a llorar, mientras la señora Dolores lo abrazaba.

El cuerpo estaba en la sala de la funeraria. Habían colocado el cuerpo de Miguel en una gran tabla que achicaba más la pequeña figura. Cuando Elis volvió con la ropa de Miguel, el encargado de la funeraria intentó convencerla una vez más.

—Hablé con el doctor Hurtado. Los dos estuvimos de acuerdo en que esto va a ser demasiado para usted, señora Irazabal. Si nos deja nosotros nos encargaremos, estamos acostumbrados…

Elis le sonrió.

—Fuera de aquí.

El hombre tragó saliva y contestó:

—Sí, señora Irazabal.

Elis esperó que el hombre se retirara y después se volvió hacia su hijo.

Miró su cara dormida y dijo:

—Tu madre te va a cuidar, querido. Te voy a poner tu uniforme de fútbol. ¿Te gusta verdad?

Sacó la sábana y miró el cuerpo desnudo y encogido, y empezó a vestirlo. Empezó a ponerle los calzoncillos y se asustó de lo fría que estaba su piel. Era tan dura como el mármol. Elis trató de convencerse de que ese pedazo de fría carne sin vida, no era su hijo, pero no podía creer eso. Era Miguel el que estaba sobre la mesa. El cuerpo de Elis empezó a temblar.

Era como si tuviera el frío adentro de ella. Miguel estaba dentro de ella helándola hasta los tuétanos. Se dijo enfurecida a sí misma: ¡Basta! ¡Basta! ¡Basta! ¡Basta!

Tomó aire profundamente a grandes bocanadas, y cuando estuvo finalmente en calma, siguió vistiendo a su hijo hablándole todo el tiempo. Le puso los calzoncillos, los pantalones y cuando lo levantaba para ponerle la remera, su cabeza se deslizó y golpeó contra la mesa, y Elis lloró:

—¡Perdóname Miguel! ¡Lo siento tanto! —y empezó a sollozar.

Vestir a Miguel le llevó casi tres horas. Le puso su uniforme de fútbol y su remera preferida, medias blancas y zapatos. Su gorra favorita ensombrecía la cara así que Elis se la colocó sobre el pecho.

—Puedes llevarla contigo, querido.

Cuando el encargado de la funeraria entró al cuarto, Elis estaba parada al lado del cuerpo vestido, apretando la mano de Miguel y hablándole. El hombre se le aproximó y le dijo amablemente:

—Ahora nos vamos a encargar nosotros de él.

Elis dirigió una última mirada a su hijo.

—Por favor sean cuidadosos con él. Se lastimó la cabeza, ¿sabe?... Adiós para siempre Miguel.

El funeral fue sencillo. Elis y la señora Dolores eran las únicas que estuvieron para ver como el pequeño cajón blanco era colocado en la fosa. Luis estaba siendo cuidado en la casa por la hermana de la señora Dolores, que era de confianza. Elis pensó en avisarle a Doumasr Constantine porque Doumasr y Miguel se querían mucho, pero Doumasr ya no pertenecía a sus vidas. Cuando tiraron la primera palada de tierra sobre el cajón, la señora Dolores dijo:

—Vamos, querida, venga que la voy a llevar a casa.

—Estoy bien —contestó amablemente Elis—. Vaya a casa señora Dolores. Sé que su hermana es una referida suya, pero igual no la conozco, vaya con Luis, yo me quedaré aquí con Miguel.

La señora Dolores se quedó mirando como Elis no apartaba en ningún momento, la vista del cajón. Aun en contra de su orden, la esperó en el auto y al verla caminar hacia el auto, casi rompe en llanto de nuevo, caminaba con cuidado, se mantenía muy erguida, como si fuera por un eterno pasillo en el que hubiera lugar para una sola persona.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora