42: ¿No dañará a nadie verdad?

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—Muchas gracias, señor Sexta. Estoy realmente halagada pero justamente acabo de mudarme a mis propias oficinas. Espero que las cosas resulten.

Sexta le dirigió una profunda mirada.

—Las cosas resultarán. —Dirigió la mirada hacia alguien que se acercaba, se puso de pie y extendió la mano. — Alivier, ¿cómo estás?

Elis levantó la vista y vio como Alivier Reinosa estaba estrechando la mano de Camilo Sexta. El corazón de Elis comenzó a latir con fuerza y sintió que su cara enrojecía.

¡Estúpida colegiala!

Alivier Reinosa miró a Elis y a Camilo Sexta y dijo:

—¿Ustedes se conocían?

—Recién empezábamos a hacerlo — contestó con tranquilidad Camilo Sexta—. Llegaste demasiado pronto.

—O justo a tiempo —tomó a Elis suavemente del brazo—. Mejor suerte la próxima vez, Camilo.

El maître se acercó a Alivier.

—¿Quiere la mesa ahora, señor Reinosa o prefieren tomar primero un trago en el bar?

—Queremos la mesa, Jaime.

Una vez que se sentaron, Elis miró a su alrededor y reconoció a media docena de celebridades.

—Este lugar es como el Quién es Quién —dijo ella.

Alivier la miró.

—Lo es ahora.

Elis sintió que se ruborizaba de nuevo. Basta, tonta. Se preguntaba a cuántas otras chicas habría traído Alivier mientras su mujer estaba en casa, esperándolo. Le hubiera gustado saber si sabrían que era casado o si siempre se las arreglaba para guardar el secreto.

Bueno, ella tenía una ventaja. Va a tener una sorpresa, señor Reinosa, pensó Elis.

Ordenaron la comida y el vino y se dedicaron a charlar. Elis dejó que Alivier llevara todo el peso de la conversación. Alivier era ingenioso y encantador, pero ella estaba a la defensiva contra ese encanto. No era fácil. Se encontraba sonriendo ante sus anécdotas y riendo al oír sus historias.

No puede salir nada bueno, se decía Elis a sí misma. No estaba buscando una aventura. La sombra de su padre la acechaba. Había una profunda pasión en Elis y ella temía descubrirla, tenía miedo de que se liberara.

Estaban comiendo el postre y Alivier todavía no había dicho una sola palabra que pudiera ser mal interpretada.

Elis había estado construyendo sus defensas para nada, defendiéndose de un ataque que no se había realizado, y se sentía como una tonta. Se preguntaba qué habría dicho Alivier si hubiera sabido lo que ella pensó durante toda la noche.

Elis se rió de su propia vanidad.

—Nunca tuve la oportunidad de agradecerle por los clientes que me mandó —dijo Elis—. Lo llamé por teléfono unas cuantas veces pero…

—Lo sé. —Alivier vaciló y después agregó embarazado. —No quise contestar a sus llamadas. —Jennifer lo miró sorprendida. —Tenía miedo —dijo simplemente.

Y había sucedido. La había tomado por sorpresa, con la guardia baja, pero el sentido de lo que decía era inconfundible. Elis sabía qué era lo que seguiría a eso. Y no quería que él lo dijera. No quería que fuera como los otros, los hombres casados que pretenden ser solteros. Los despreciaba y no quería despreciar a este hombre.

Alivier dijo con calma.

—Elis quiero que sepas que soy casado. —Ella se quedó mirándolo con la boca abierta. —Lo siento. Tendría que haberlo dicho antes —sonrió con amargura—. Bueno, en realidad no hubo antes ¿no?

Elis estaba llena de una extraña confusión.

—¿Por qué… por qué me invitaste a comer, Alivier?

—Porque tenía que verte de nuevo.

Todo empezó a parecer irreal para Elis. Era como si hubiera sido empujada por una gigantesca ola. Sentada allí oyendo todas las cosas que él sentía y sabiendo que todo lo que le decía era verdad. Lo sabía porque ella sentía lo mismo. Quería detenerlo antes de que dijera demasiado. Y quería que dijera mucho más.

—Espero que esto no te ofenda —dijo Alivier.

Hubo cierta timidez en él que conmovió a Elis.

—Alivier yo… yo…

Alivier la miró y aunque ni siquiera la había tocado fue como si ella estuviera en sus brazos.

Elis le dijo vacilante.

—Háblame de tu esposa.

—Diana y yo hemos estado casados durante quince años. No tenemos hijos.

—Me doy cuenta.

—Ella… nosotros decidimos no tenerlos. Éramos los dos muy jóvenes cuando nos casamos. La conocía desde hacía mucho. Nuestras familias eran vecinas en un lugar de veraneo que teníamos en Montreal. Cuando ella tenía dieciocho años sus padres se mataron en un accidente de avión. Diana casi enloqueció por la pena. Quedó sola. Yo… nos casamos.

Se casó por compasión y es demasiado caballero para decirlo, pensó Elis.

—Es una mujer magnífica. Siempre hemos tenido una muy buena relación.

Le estaba diciendo más de lo que ella quería saber, mucho más de lo que podía soportar. Su instinto le decía que se cuidara, que huyera del peligro. En el pasado ella se las había arreglado con facilidad para librarse de los hombres casados que habían querido tener algo con ella, pero ahora sabía instintivamente que esto era diferente. Si se permitía enamorarse de este hombre no podría retroceder. Tendría que estar loca si siquiera empezaba algo con él.

Elis habló con cuidado.

—Alivier, me gustas mucho. Pero no quiero tener nada con un hombre casado.

Alivier sonrió y sus ojos detrás de los cristales eran cálidos y honestos.

—No estoy buscando tener una relación oculta. Me encanta estar contigo. Estoy orgulloso de ti. Me gustaría que nos viéramos de vez en cuando.

Elis iba a decir ¿Qué puede haber de bueno en eso? pero en cambio dijo:

—Eso sería muy bueno.

Podemos comer una vez al mes, pensó Elis. Eso no dañará a nadie.... ¿No dañará a nadie verdad?
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora