109: Lo prometemos

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Elis y los niños estaban desde hace dos semanas de vacaciones en las playas de México y era el último día en Acapulco, una mañana perfecta con brisas suaves y cálidas que sonaban melodiosas entre las palmeras. La playa de La Concha estaba repleta de turistas que aprovechaban el sol antes de volver a la rutina de todos los días.

Luis y Miguel llegaron a la mesa del desayuno con trajes de baño, con sus cuerpitos atléticos tostados y en buena forma. La señora Dolores avanzaba pesadamente detrás de él.

—Hemos tenido tiempo más que suficiente para digerir lo que comimos — dijo Miguel—. ¿Podemos ir ahora a hacer esquí acuático?

—Chicos, ambos recién acaban de comer.

—Tenemos un metabolismo muy rápido—explicó muy serio Luis—. Digerimos la comida muy rápido.

Elis se rió.

—Muy bien. Que se diviertan.

—Lo haremos. ¿Míranos, quieres?

Elis miró como Luis y Miguel se dirigían por el muelle a la lancha que los esperaba. Vio conversar seriamente a Luis con el conductor y que el muchacho se daba vuelta para mirar a Elis. Ella hizo un gesto de asentimiento y el conductor otro y Luis y Miguel comenzaron a ponerse los esquíes.

El motor arrancó y la lancha comenzó a andar y Elis observó a los niños deslizándose en sus esquíes por el agua. La señora Dolores dijo con orgullo:

—Es un atleta por naturaleza, ¿no es cierto?

En ese momento, Miguel se volvió para hacer señas a Elis y perdió el equilibrio, cayendo contra los pilotes. Elis salió volando hacia el muelle. Un instante después vio que la cabeza de Miguel aparecía sobre el agua y la miraba sonriendo.

Elis se detuvo con el corazón palpitante, y miró como Miguel se volvía a poner los esquíes. La lancha se empezó a mover de nuevo, ganando velocidad para que ambos pudieran ponerse de pie. Esta vez ambos saludaron a Elis y después siguieron deslizándose en la cresta de las olas. Se quedó allí, mirándolo, su corazón todavía latía agitado. Si algo le llegara a pasar a sus hijos… Se preguntó si las otras madres querrían a sus hijos como ella quería al suyo, pero no le pareció posible. Moriría por sus niños, podría matar por ellos. Ya he matado por él, pensó, con la mano de Nicolás Castro.

La señora Dolores estaba diciéndole.

—Pudo haber sido un golpe muy feo.

—Gracias a Dios no lo fue.

Luis solo estuvo en agua media hora, Miguel se quedó un rato as hasta llegar a una hora. Cuando la lancha se dirigió al muelle, dejó caer las sogas y siguió esquiando graciosamente hasta la arena. Corrió hasta donde estaba Elis y su hermano lleno de excitación.

—Luis, de lo que te perdiste.... Deberías haber visto el accidente, mami. ¡Fue increíble! Un gran velero se hundió y nosotros paramos y los salvamos.

—Eso es una maravilla, hijo. ¿Cuántas vidas salvaron?

—Había seis personas.

—¿Y los sacaron del agua?

Miguel vaciló.

—Bueno, no exactamente. Ellos ya estaban sentados en un costado del barco. Pero probablemente se hubieran muerto si nadie aparecía para salvarlos.

Elis se contuvo para no reírse... Pero Luis no.

—Eso no es salvar a alguien, solo los remolcaron.

—¡Claro que no!

—¡Claro que sí!

—¡Basta! Saben que no me gusta que se peleen, son hermanos.... Ahora Miguel. Esas personas tuvieron mucha suerte de que ustedes llegaran, ¿no es cierto?

La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora