55: Dubai y MonteCarlo

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Las Torres Plaza quedaba en la calle 53 Este, en una de las zonas residenciales más lindas de Caracas. Allí tenía su pent-house Patricia Clemente.

Ahora la chapa de la puerta decía señor y señora Poncia.

Elis había telefoneado a la hija, Génesis, y cuando llegó al departamento la estaban esperando los dos. Patricia Clemente tenía razón en lo que había dicho sobre su hija. No era atractiva. Parecía un ratoncito, sin mentón y un poco bizca. Su marido Carlos parecía una reproducción asexual de las historias de Deseo. Por lo menos era veinte años mayor que Génesis.

—Entre —gruñó.

Acompañó a Elis desde el hall de entrada hasta un enorme living con las paredes cubiertas de cuadros de maestros de las escuelas francesa y holandesa. Carlos Poncia se dirigió a Elis con brusquedad.

—Bien, a ver si me dice de qué se trata todo esto.

Elis se volvió hacia la muchacha.

—Es acerca de su madre.

—¿Qué pasa con ella?

—¿Cuándo empezó a mostrar signos de insania?

—Ella…

Carlos Poncia la interrumpió.

—Desde que Génesis y yo nos casamos. La anciana no podía tolerarme.

Ciertamente ésa es una prueba de que está sana, pensó Elis.

—He leído los informes de los médicos —continuó Elis—. Parece que hubieran sido influenciados.

—¿Qué quiere decir con eso de influenciados? —El tono de su voz era agresivo.

—Lo que quiero decir es que los informes indican que ellos se manejaron en áreas dudosas en donde no hay nada bien definido para establecer lo que la sociedad llama ser sano. La decisión fue tomada en parte por lo que usted y su esposa les dijeron sobre la conducta de la señora Clemente.

—¿Qué es lo que está tratando de decir?

—Estoy diciendo que la evidencia no es legal. Otros tres doctores podrían llegar a una conclusión totalmente diferente.

—Bueno, mire —contestó Carlos Poncia—. No sé lo que usted está tratando de hacer pero la anciana está loca. Lo dijeron los médicos y lo dijo el Tribunal.

—Leí la transcripción del caso — contestó Elis—. También se sugirió que el caso debía ser revisado periódicamente.

En el rostro de Carlos Poncia había consternación.

—¿Quiere decir que la podrían dejar salir?

—La VAN a dejar salir —prometió Elis afincando la voz en la palabra van, para remarcar que no se trataba del pasado—. Yo me voy a ocupar de eso.

—¡Espere un minuto! ¿Qué diablos es esto?

—Eso es lo que intento averiguar — Elis se volvió a la muchacha. — Revisé la historia clínica de su madre. Nunca tuvo nada malo, ni mental ni emocionalmente. Ella…

Carlos Poncia la interrumpió.

—¡Eso no tiene ninguna importancia! Esas cosas aparecen de golpe. Ella…

—Además —continuó Elis dirigiéndose a Génesis— controlé las actividades sociales de su madre antes de que usted la internara. Ella vivía una vida completamente normal.

—No me importa lo que usted o cualquiera diga: ¡esa vieja está loca! —exclamó Carlos Poncia.

Elis se volvió y lo estudió por un momento.

—¿Usted le pidió a la señora Clemente la herencia?

—¡Eso no tiene nada que ver con sus malditos asuntos!

—Lo estoy convirtiendo en mi asunto. Creo que eso es todo por ahora.

Elis se dirigió hacia la puerta. Carlos Poncia se paró enfrente bloqueándole la salida.

—Espere un minuto. Usted se está metiendo donde no la llamaron. ¿Está tratando de ganar un poco de dinero no es verdad? Muy bien, yo la entiendo, querida. Le voy a decir lo que voy a hacer. ¿Qué le parece si le doy un cheque por diez mil dólares por servicios prestados y usted deja todo como está? ¿Qué le parece?

—Lo siento —fue la respuesta de Elis—. No hay trato.

—¿Usted cree que va a conseguir más dinero de la vieja?

—No —dijo Elis. Lo miró a los ojos—. Sólo uno de nosotros dos está en esto por dinero.

Se tardó tres semanas en llamados y consultas a psiquiatras y conferencias con cuatro organismos distintos del Estado. Elis llevó sus propios
psiquiatras y cuando terminaron con todos sus exámenes y Elis hubo entregado todos los hechos, el Juez revisó su primera decisión y Patricia Clemente fue puesta en libertad y se le devolvió el control de sus bienes.

La mañana en que la señora Clemente salió del sanatorio, llamó por teléfono a Elis.

—Quiero almorzar con usted.

Elis miró en su agenda. Tenía una mañana llena de gente, una cita para almorzar y una tarde de trabajo en los Tribunales, pero sabía lo mucho que esto significaba para la anciana.

—Estaré allí —le dijo.

La voz de Parecía Clemente sonaba encantada.

—Vamos a tener una pequeña celebración.

El almuerzo fue magnífico. La señora Clemente era una estupenda anfitriona y evidentemente la conocían bien en el club al que fueron.

Joshua Contreras, el dueño del club, las acompañó hasta una mesa en el piso de arriba, donde estaban rodeadas de hermosas antigüedades y objetos de plata de Finlandia. La comida y la atención fueron soberbias.

Patricia Clemente esperó hasta que les trajeron el café. Entonces le dijo a Elis.

—Te estoy muy agradecida, mi querida. No sé cuánto pensarás cobrarme, pero quiero darte algo más.

—Mis honorarios son bastante altos.

La señora Clemente movió la cabeza.

—Eso no me importa. —Se inclinó, tomó las manos de Elis entre las suyas y bajó la voz hasta convertirla en un susurro —Voy a darte mis propiedades en Dubai y MonteCarlo.... Y no acepto un no por respuesta.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora