49: Línea privada

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El Tribunal era el lugar en donde Elis podía escapar de su dolor. La sala del Tribunal era su campo de acción, un área donde ella contendía con
su ingenio contra lo mejor que la oposición pudiera ofrecer. Su escuela era la sala de justicia y aprendía bien.

Un juicio era un juego jugado dentro de ciertas rígidas reglas, en donde ganaba el mejor jugador y Elis estaba decidida a ser el mejor jugador. Los
interrogatorios de Elis se convertían en acontecimientos teatrales, con ingeniosa velocidad y ritmo. Aprendía a reconocer al líder entre los jurados y a concentrarse en él, sabiendo que podía influir en los demás.

Los zapatos son reveladores de la personalidad de quien los usa. Elis miró a los jurados que usaban zapatos confortables, se inclinarían fácilmente a ser convencidos.

Aprendió sobre estrategia, el plan general de un juicio, y acerca de las tácticas, las maniobras que se realizan día a día. Se convirtió en una experta en comprar la amistad de los jueces. Elis estaba durante interminables horas preparando cada caso, atendiendo al dicho Muchos casos se han perdido o ganado antes de que empiece el juicio.

Se acostumbró a usar la misma técnica para recordar los nombres de los jurados, Fernández: hombre con fuerza; Harold: hambre; Linares: hombre nuevo. Habitualmente el Tribunal entraba en receso a las cuatro, y cuando Elis tenía que interrogar a un testigo a la tarde, ganaba tiempo hasta unos pocos minutos antes de las cuatro y entonces atacaba al testigo con una explosión de palabras que dejaría una fuerte impresión durante la noche en los jurados.

También aprendió a leer el lenguaje del cuerpo. Cuando un testigo estaba declarando y mentía había gestos indicadores: se tocaba la barbilla,
juntaba los labios, se tapaba la boca, se apretaba el lóbulo de la oreja o ponía en orden sus cabellos, Elis se convirtió en una experta para leer esos signos y centraba la puntería para el ataque final.

Descubrió también que ser una mujer era una desventaja para practicar el derecho penal. Era el territorio de los machos. Todavía había muy pocas mujeres que se dedicaran a penalistas y muchos de los abogados no la aceptaban. Un día encontró en su portafolios una etiqueta que decía Las mujeres abogadas Hacen las Mejores Mociones. En venganza, Silvia puso un cartel en su escritorio que decía: Un Lugar para la Mujer en la Casa... y en el Senado.

Algunos jurados tenían al principio prejuicios contra Elis porque muchos de los casos que defendía eran sórdidos y había una tendencia a hacer una asociación entre ella y sus clientes. Se negaba a vestirse como lo hacían en las películas de Hollywood, con demasiada soberbia que era lo que parecían esperar, pero lo hacía en una forma cuidadosa de manera de no despertar la envidia de los miembros femeninos del jurado y al
mismo tiempo parecer lo bastante femenina como para no despertar antagonismo en los hombres que podrían creer que era lesbiana.

En otra ocasión, Elis se hubiera reído de esas consideraciones, pero en la sala del Tribunal eran estrictas realidades. Porque había entrado a un mundo de hombres, tenía que trabajar el doble de fuerte y ser el doble de buena en la competición. Aprendió a preparar detalladamente no sólo sus propios casos, sino también los de sus oponentes. Acostada de noche en su cama o sentada en el escritorio de su oficina tramaba la estrategia de su adversario. ¿Qué haría ella si estuviera en el otro lado? ¿Qué sorpresas manejaría? Era como un general planeando los dos lados de una batalla mortal.

Silvia la llamó por el intercomunicador.

-Hay un señor en la línea tres que quiere hablar con usted, pero no me quiere decir quién es ni lo que quiere.

Seis meses atrás, Silvia simplemente hubiera cortado la comunicación. Elis le había enseñado a que no rechazara a nadie.

-Pásame la comunicación -dijo Elis.

Un momento después oyó una voz de hombre que le preguntaba con cautela:

-¿Habla Elis Irazabal?

-Sí.

-¿Es una línea privada? -dijo vacilando.

-Sí. ¿Qué puedo hacer por usted?

-No es por mí. Es para... para una amiga mía.

-Ya veo. ¿Cuál es el problema de su amiga?

-Esto tiene que ser confidencial, ¿se da cuenta?

-Entiendo.

Silvia entró llevándole el correo.

-Espera -le indicó Jennifer sin hablar.

-La familia de mi amiga la internó en un manicomio. Ella está sana. Es una conspiración. Las autoridades están involucradas.

Ahora Elis estaba oyendo a medias. Tomó el teléfono con el hombro mientras miraba las cartas que habían llegado.

-Ella es rica y su familia quiere su dinero -le decía el hombre.

-Continúe -contestó Elis y siguió mirando las cartas.

-Si ellos se enteran que trato de ayudarla probablemente me sacarán del medio. Puede ser peligroso para mí, señorita Irazabal.

Un caso de un loco, decidió Elis.

-Me temo que no puedo hacer nada, pero le sugeriría que busque un buen psiquiatra para ayudar a su amiga.

-Usted no me entiende. Están todos confabulados.

-Entiendo -contestó Elis tratando de calmarlo-. Yo...

-¿La ayudará?

-No hay nada que yo pueda... le diré lo que haré. Por qué no me da el nombre de su amiga y la dirección y si tengo una oportunidad me ocuparé.

Hubo un largo silencio. Finalmente el hombre habló.

-Recuerde que es confidencial.

Elis hubiera querido que el hombre colgara. El primer cliente citado estaba esperando en la recepción.

-Lo recordaré.

-Clemente. Patricia Clemente. Tiene grandes propiedades en Hawaii, Milán, París, Dubai y MonteCarlo pero se las quitaron.

Obediente, Elis tomó nota en un papel.

-Muy bien. ¿En qué sanatorio dice que está internada? Se oyó el sonido de un click y la línea quedó muerta.

Elis tiró la nota en el canasto de los papeles. Elis y Silvia se miraron.

-Es un mundo misterioso el de afuera -comentó Silvia-. La señorita Machado la está esperando para verla.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora