60: No estoy en venta, ni ahora ni nunca

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Tiene que haber una salida, pensó Elis.

—¿Toyota Motors no tiene agencias en los Estados Unidos? —dijo Elis.

—Sí.... La mas famosa es la de San Francisco.

—En San Francisco es solo la una..... Podemos demandarlos desde allí y después pedir un cambio de Tribunal.

Mauricio Dallas movió la cabeza.

—Elis, todos los papeles están aquí. Si conseguimos una firma de abogados en San Francisco y les informamos lo que necesitamos y ellos preparan todos los documentos no hay forma de que lo puedan hacer dentro del plazo que vence a las cinco de la tarde.

Algo en ella se negaba a darse por vencida.

—¿Qué hora es en Hawaii?

—Once de la mañana.

El dolor de cabeza de Elis desapareció como por arte de magia y se levanto de la silla llena de excitación.

—¡Eso es, entonces! Fíjate si Toyota tiene negocios allí. Deben tener una fabrica, oficinas de venta, garajes, cualquier cosa. Si lo tienen, iniciaremos la demanda allí.

Mauricio Dallas permaneció ante ella un momento y después su cara se ilumino.

—¡Lo tenemos! —salió corriendo por la puerta.

Elis todavía podía oír el tono burlón de Arquilla en el teléfono. Dígale a ese inútil saco de carne que tiene por cliente que le deseo más suerte la próxima vez.

No habría una próxima vez para Samanta Valverde. Iba a ser ahora.

Voy a hacer que te arrepientas el resto de tu miserable vida por haberla llamado así.

Treinta minutos más tarde el intercomunicador sonó y Mauricio Dallas dijo con excitación.

—Toyota Motors fabrica sus ejes en la isla de Oahu.

—¡Los tenemos! Busca una firma de abogados allí y haz que presenten los papeles inmediatamente.

—¿Tienes alguna firma que quieras en especial?

—No. Busca alguna fuera de Martindale-Hubbell. Solo asegúrate de que se lo entreguen al abogado local de Toyota. Diles que nos llamen en cuanto hayan presentado todo. Estaré esperando en mi oficina.

—¿Hay algo mas que pueda hacer?

—Rezar.

El llamado desde Hawaii llegó a las diez de la noche. Elis levantó el teléfono y una voz suave le dijo:

—Por favor con la señorita Elis Irazabal.

—Soy yo.

—Soy la señorita Perez de la firma Ribero y Marques de Oahu. Queríamos hacerle saber que hace quince minutos presentamos su demanda al abogado de la Corporación Toyota Motors.

Elis suspiro despacio.

—Gracias. Muchísimas gracias.

Silvia hizo pasar a Jesús Larousa. Elis no lo había visto nunca El hombre había llamado por teléfono para pedirle que lo representara en un caso por asalto. Era bajo, robusto y llevaba unas ropas costosas que parecían hechas para otra persona. Llevaba un enorme anillo de diamante en el dedo pequeño.

Larousa sonrió mostrando sus dientes amarillentos y dijo:

—Vengo a verla porque necesito ayuda. Cualquiera puede cometer un error, ¿cierto, señorita Irazabal? La policía me agarró porque tuve un asuntito con un par de tipos, pero creo que no me van a pescar ¿sabe? El callejón estaba oscuro y cuando vi que ellos venían, bueno es un barrio peligroso. Los sacudí antes de que pudieran sacudirme a mí.

Había algo en sus modales que hacía que Elis lo encontrara desagradable y falso. Era evidente que estaba tratando de caerle bien. Puso un gran fajo de billetes.

—Tenga. Uno de diez mil ahora y otro cuando vaya al Tribunal ¿Estamos?

—Mi agenda esta completa en los próximos meses. Con mucho gusto le puedo recomendar otro abogado.

Se volvió insistente.

—No, yo no quiero otro. Usted es la mejor.

—Por un simple cargo de asalto usted no necesita el mejor abogado.

—Eh oiga —dijo—. Le daré más dinero. —Había desesperación en su voz. —Veinte mil ahora y…

Elis apretó el timbre de su escritorio y Silvia entró.

—El señor Larousa se retira, Silvia.

Jesús Larousa miro a Elis con odio por un largo rato, recogió su dinero y lo guardo en el bolsillo. Se retiró de la oficina sin decir una palabra.

Elis apretó el intercomunicador.

—¿Doumasr, podrías venir un momento?

En menos de treinta minutos Doumasr Constantine tenía un informe completo sobre Jesús Larousa.

—Tiene una hoja de acusaciones del largo de un kilómetro —dijo Doumasr—. Ha estado entrando y saliendo de la cárcel desde que tiene dieciséis años —lanzo una mirada al informe que tenía en sus manos—. Está afuera bajo fianza. Lo pescaron la semana pasada por asalto y agresión. Molió a palos a dos viejos que debían dinero a la Organización.

Repentinamente todo encajaba en su lugar.

—¿Jesús larousa trabaja para la Organización?

—Es uno de los que hace cumplir la ley del grupo de Nicolás Castro

Elis se sintió inundada por una fría cólera.

—¿Puedes conseguirme el numero de teléfono de Nicolás Castro?

Cinco minutos más tarde, Elis estaba hablando con Castro.

—Bueno, este es un inesperado placer, señorita Irazabal, yo…

—Señor Castro no me gusta ser terca.

—¿De qué está hablando?

—Escúcheme. Y escúcheme con atención. No quiero que siga enviando a sus lamesuelas para contratarme para representarlos en sus porquería ilegales.... No estoy en venta. Ni ahora, ni nunca. No voy a representarlo a usted ni a ninguno de los que trabajan para usted. Todo lo que quiero de usted es que me deje tranquila. ¿Está claro?

—¿Puedo preguntarle algo?

—Hágalo.

—¿Quiere almorzar conmigo?

Elis colgó el teléfono.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora