10: Comenzando desde las ruinas

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Cuando Elis terminó con la lista de estudios importantes, se hizo una lista de abogados menos conocidos y empezó a llamarlos, pero su reputación le precedía a donde fuera. Recibió un montón de proposiciones de hombres, pero ninguna oferta de trabajo.

Empezaba a desesperarse.

Muy bien, se dijo desafiante, si nadie me quiere, abriré mi propio estudio de abogada.

La dificultad es que para eso se necesita plata. Por lo menos mil doscientos millones de bolívares.

Necesitaba lo suficiente para el alquiler, el teléfono, una secretaria, papelería, libros de derecho, un escritorio, sillas… ni siquiera podía pagar las estampillas.

Elis contaba con su sueldo en la oficina del Fiscal, pero eso por supuesto se había ido para siempre. No debía pensar en la indemnización. No la habían despedido; la habían decapitado.

No, no había modo de que ella pudiera abrir su estudio de abogada, no importaba lo chico que fuera. La respuesta era buscar a alguien con quien compartir una oficina.

Elis compró El Universal, La Voz y El Últimas Noticias y empezó a buscar en los avisos. No fue hasta que estaba cerca del final de la lista del Últimas Noticias cuando vio un pequeño aviso que decía:

Búsqueda: Profesional. hombre comparte oficina, pequeña con 2 profesionales, bajo alquiler.

Lo que más le gustó fueron las dos últimas palabras.

Ella no era un profesional, pero el sexo no podía tener importancia. Arrancó el aviso y tomó el subterráneo para dirigirse a la dirección del aviso.

Era un edificio viejo y ruinoso en las zonas bajas de El Valle. La oficina estaba en el décimo quinto piso y el descascarado letrero de la puerta decía:

DOUMASR CONSTANTINE: INVES IGAC ONES

seguido de:

JOSUÉ VELARDES: ACENC A DE COBRA ZAS

A ambos letreros les faltaban letras.

Elis tomó aliento, abrió la puerta y entró en la oficina. No había recepción. Estaba parada en medio de una oficina reducida y sin ventanas.

Había tres gastados escritorios y sillas apiñadas en el cuarto; dos de los escritorios estaban ocupados.

En uno de los escritorios estaba un hombre joven de unos treinta años, de cabello ondulado, de baja estatura y delgado, miserablemente vestido, trabajando en sus papeles. Contra la pared opuesta, en otro escritorio trabajaba un joven también de unos treinta años. Tenía el pelo negro crespo y brillantes ojos negros, era moreno y bastante alto. Llevaba jeans muy sueltos y una remera y zapatos blancos de lona con medias del mismo color. Estaba hablando por teléfono.

—No se preocupe señora Desire, tengo a dos de mis mejores hombres trabajando en su caso. En cualquier momento tendremos noticias de su marido. Me temo que tendré que pedirle algo más de dinero para gastos… No, no se moleste en enviarlo por correo. El correo es terrible. Esta tarde tengo que ir cerca de su casa. Yo pasaré por allí a buscarlo.

Dejó el tubo en su lugar y vio a Elis.

Se puso de pie y le extendió una mano fuerte y firme.

—Yo soy Doumasr Constantine. ¿Qué puedo hacer por usted esta mañana?

Elis miró a su alrededor en la pequeña y poco ventilada oficina y dijo vacilante:

—Yo… yo vine por el aviso.

—Oh. —Había sorpresa en sus ojos negros.

El hombre detrás de Doumasr miraba fijamente a Elis. Doumasr Constantine lo presentó.

—Éste es Josué Velardes. Él es la agencia Velardes de cobranzas.

Elis inclinó la cabeza.

—Hola. —Se volvió hacia Doumasr Constantine. — ¿Y usted es Investigaciones?

—Así es. ¿Y cuál es su trampa?

—¿Mi…? —se dio cuenta y continuó—. Soy abogada.

Doumasr Constantine la estudió con escepticismo.

—¿Y usted quiere abrir su estudio aquí?

Elis volvió a mirar la deprimente oficina y se vio a sí misma en el escritorio vacío entre los dos hombres.

—Quizá buscaría algo un poco más amplio —dijo—. No estoy segura…

—Su alquiler sería sólo de quince millones por mes.

—Con quince millones por mes puedo comprar este edificio —contestó Elis y se dio vuelta para irse.

—Eh, espere un momento.

Elis esperó.

Doumasr Constantine se pasó la mano por su elegante barbilla.

—Voy a hacer un arreglo por usted. Nueve millones. Cuando sus negocios empiecen a funcionar entonces hablaremos de un aumento.

Era una ganga. Elis sabía que no iba a encontrar nada por ese precio. Por otro lado no había manera de que pudiera atraer clientes en ese horrible lugar. También tenía que considerar otra cosa. No tenía nueve millones.

—De acuerdo, me quedo.

—No se va a arrepentir —le prometió Doumasr Constantine. ¿Cuándo quiere traer sus cosas?

—Están aquí.

Doumasr Constantine pintó él mismo el letrero en la puerta. Decía:

ELIS IRAZABAL

ABOGADA

Elis contemplaba el letrero con una mezcla de sentimientos. En lo peor de su depresión nunca se le había ocurrido que su nombre podría estar entre el de un investigador privado y un cobrador de cuentas. Sin embargo, cuando miraba el letrero levemente torcido no podía dejar de sentir orgullo.

Ella era una abogada. Comenzando desde cero, desde la nada, desde las ruinas de su intrincado error, pero era una abogada al fin y al cabo, El letrero en la puerta lo probaba.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora