103: Conociendo a Nicolás Castro y a la organización

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Elis empezó a conocer a Nicolás Castro mejor que nadie. Le revelaba sentimientos que nunca había manifestado a ninguna otra persona. Básicamente, era un hombre solitario, triste, y Elis era la primera persona que había podido penetrar en su coraza. Elis sentía que Nicolás la necesitaba. Nunca había sentido eso con Alivier ni con Doumasr. Y Nicolás la forzó a admitir cuánto lo necesitaba ella. Nicolás le había hecho surgir sentimientos reprimidos, pasiones atávicas y salvajes que ella había temido que salieran a luz.

Con Nicolás no había inhibiciones. Cuando estaba con él no existían ni los límites ni las barreras en las conversaciones. Sólo el placer de hablar, un placer que Elis nunca había soñado que fuera posible.

Nicolás confió a Elis que no amaba a Sheila, pero era evidente que Sheila adoraba a Nicolás. Estaba siempre a su servicio, esperando para ocuparse de sus necesidades. Elis conoció a otras mujeres de la Mafia y encontró que sus vidas eran fascinantes en sentido bastante extraño. Los maridos iban a restaurantes y bares y a las carreras con sus amantes, mientras las mujeres se quedaban en casa, esperándolos.

La esposa, en la Mafia, siempre tenía una generosa asignación pero debía ser siempre muy cuidadosa en los gastos, para no atraer la atención de la Dirección de Impuestos Internos. Regía la ley del más fuerte desde el más bajo soldato hasta el capo di tutti capi, y una mujer jamás era dueña de un abrigo o un auto más caro que la mujer del superior de su marido.

Las mujeres daban comidas para los socios de sus maridos, pero debían tener cuidado de no gastar más de lo que su posición con relación a los otros les permitía. En las ceremonias como bodas o bautismos, donde se hacían regalos, la mujer no tenía permiso de gastar más que la mujer que estaba por encima en la jerarquía.

El protocolo era tan estricto como el de cualquiera de las más importantes compañías de negocios. La Mafia era una increíble máquina de hacer dinero, pero Elis  se dio cuenta de que había otro elemento que tenía igual importancia: el poder.

—La Organización es más importante que el gobierno de muchos países del mundo —le decía Nicolás Castro a Elis—. Somos más de una media docena de las más importantes compañías de Venezuela juntas.

—Hay una diferencia —le hacía notar Elis—. Hay legales y…

Nicolás se reía.

—Lo que quieres decir es que todavía no las han pescado. Muchísimas de las más importantes compañías del país han sido procesadas por violar una ley u otra. No te engañes a ti misma con los héroes, Elis. El término medio de la población de Venezuela de hoy no puede nombrar a dos meda listas olímpicos de este país, pero todos conocen los nombres de Leiver Figuera y Nicolás Castro.

Elis notaba que, a su manera, Nicolás se dedicaba a lo suyo como Alivier. La diferencia era que sus vidas habían tomado direcciones contrarias. Cuando se trataba de negocios, Nicolás tenía una falta total de empatía. Ése era su punto fuerte. Tomaba sus decisiones únicamente basándose en lo que era conveniente para la Organización.

En el pasado, Nicolás se dedicó completamente a acrecentar sus ambiciones. No había tenido lugar para una mujer en su vida. Sheila nunca había tenido una parte real en sus necesidades y si no la engañaba, era simplemente porque Leiver Figuera aun seguía con vida.

Con Elis era diferente. La necesitaba como no había necesitado a ninguna otra mujer. Nunca conoció a nadie como ella. Le excitaba físicamente, pero eso también le había sucedido con muchas otras. Lo que convertía a Elis en algo especial era su inteligencia, su independencia. Sheila le obedecía, otras mujeres le temían,

Elis lo desafiaba. Era su igual. Podía hablar con ella, discutir cosas con ella. Era algo más que inteligente. Era astuta.

Nicolás sabía que jamás la dejaría irse y que apenas Leiver Figuera muriera, él tomaría posesión sobre todo su imperio.... Y sobre Elis.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora