101: Un mensaje claro

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Como agradecimiento por salvar las vidas de sus hijos, Elis se encargó de un caso que Nicolás Castro le pidió como favor que defendiera, el robo a mano armada de uno de sus hombres, que Elis logró que pusieran en libertad.... Después de eso, todo ocurrió de una manera tan gradual, que parecía que no hubiera sucedido nada.

Empezó con un caso, y un poco después, Nicolás pidió a Elis que atendiera otro caso, luego otro y otro y pronto se convirtió en un continuo fluir de casos.

Nicolás llamaba a Elis y le decía:

—Necesito tu ayuda. Uno de mis muchachos tiene un problema.

Y Elis recordaba las palabras del padre Raimundo. Un amigo mío tiene un problemita. ¿Había en realidad alguna diferencia? Venezuela estaba aceptando el síndrome del Padrino. Elis se decía que lo que estaba haciendo ahora era lo mismo que había estado haciendo hasta ahora. Lo cierto es que había una diferencia… una gran diferencia.

Ella estaba en el centro de una de las más poderosas organizaciones del mundo.

Nicolás invitó a Elis a una granja en el estado Apure en donde ella vio a Leiver Figuera por primera vez y también a algunos hombres de la organización. En la gran mesa de la antigua cocina estaban Aníbal Cárdenas y Gabriel Cárdenas.

Cuando Elis y Nicolás llegaron y se detuvieron en la puerta de entrada, Nicolás le dijo:

—Vamos… voy a presentarte a Papá.

Leiver Figuera impresionó a Elis. Estaba en una silla de ruedas, un débil esqueleto de lo que quedaba de un hombre, era difícil imaginar lo que alguna vez había sido. Una mujer atractiva, con un cuerpo bien formado y pleno entró a la habitación y Nicolás dijo a Elis:

—Ésta es Sheila, mi mujer.

Sheila miró a Elis con ojos de persona que sabe. Ella lo sabe, pensó Elis. Sabe que su esposo está interesado en .

Hubo un instante de incomodidad y después Sheila dijo suavemente.

—Estoy encantada de conocerla, señora Irazabal. Nicolás me dijo que usted es muy inteligente.

Leiver Figuera gruñó.

—No es bueno para una mujer el ser demasiado inteligente. Es mejor dejar el cerebro para los hombres.

Nicolás contestó con un rostro impasible.

—Yo pienso en la señora Irazabal como si fuera un hombre, papá.

Comieron en un comedor grande y antiguo.

—Usted siéntese junto a mí —ordenó Leiver Figuera a Elis.

Nicolás se sentó al lado de Sheila.

Manuel Rivas el consigliere se sentó frente a Jennifer y ella percibió su enemistad.

La comida fue exquisita. Sirvieron un inmenso antipasto y después pasta fagioli. Había ensalada de garbanzos, hongos secos, carne de ternera piccata, macarrones y pollo asado. Parecía que nunca iban a terminar de traer fuentes. No se veían sirvientes en la casa, y Sheila iba y venía constantemente llevando y trayendo platos de la cocina.

—Mi Sheila es una gran cocinera — dijo Leiver Figuera a Elis—. Es casi tan buena como lo era su madre. ¿No, Nico?

—Sí —contestó amablemente Nicolás.

—Su Sheila es una esposa maravillosa —continuó Figuera, y Elis se preguntó si esta insistencia sería casual o era un aviso.

—No ha terminado su carne —dijo Nicolás.

—Nunca he comido tanto en mi vida—protestó Elis.

Y todavía no había terminado. Había una fuente con fruta fresca y una bandeja con queso y helado con una salsa de chocolate caliente y bombones y mentas. Elis se maravillaba con que Nicolás pudiera conservar su figura atlética.

La conversación era fácil y agradable y podría haber tenido lugar en cualquiera de las miles de casas de italianos, y a Elis le resultaba difícil creer que esta familia era diferente de otras.

Eso fue hasta que Leiver Figuera dijo:

—¿Usted sabe algo sobre la Unione Siciliana?

—No —contestó Elis.

—Déjeme decirle algo sobre eso, señora.

—Pa… su nombre es Elis.

—Ése no es un nombre italiano. Es muy difícil para mí recordarlo. Voy a llamarla señora, señora. ¿Está bien?

—Está bien —replicó Elis.

—La Unione Siciliana se inició en Sicilia para proteger a los pobres contra la injusticia. Usted sabe, la gente que estaba en el poder robaba a los pobres. Los pobres no tenían nada… ni plata, ni trabajo ni justicia. Por eso se formó la Unione. Cuando hay una injusticia, la gente acude a los miembros de una sociedad secreta y obtiene venganza. Muy pronto la Unione se volvió más fuerte que la ley, porque era la ley del pueblo. Nosotros creemos en lo que dice la Biblia, señora. —Miró a Elis en los ojos. —Si alguien nos traiciona, nosotros nos vengamos.

El mensaje era bien claro.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora