121: Comenzar en Suiza

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Es como una condenada producción de cine de Hollywood, pensó el comandante general Romualdo Alarcón, con mi prisionero como primer actor. El salón de conferencias de la base del Cuerpo de Marinos de los Venezuela estaba lleno de técnicos del Cuerpo de Señales que colocaban cámaras y equipos de sonido y luz usando una jerga secreta.

—Mata el bruto y enciende las tintas. Trae una nena para aquí… La declaración de Manuel Rivas había sido completamente filmada. —Es un seguro más —había argumentado el fiscal del Distrito Jorge D' Alessandro—. Sabemos que nadie puede venir aquí a matarlo, pero de todos modos es mejor tener todo grabado. —Y los demás habían estado de acuerdo con él y así se hizo, todos los horrores que había contado antes, los repitió, incluyendo los de Elis Irazabal, los cuales pudo disfrutar con singular alegría el rostro de horror de todos los presentes al relatarles una de las vivencias de lo que ellos consideraban la mejor abogada del país.

Rivas incluso les indicó en donde estaría Nicolás Castro exactamente ahora, esa era la pieza clave.

—Está en esas montañas en los paramos andinos, tiene una gran mansión allá y siempre va a verla los primeros días de agosto para asegurarse de que su plantación de drogas de ese año esta lista, nunca deja que nadie mas lo haga, él está allá, lo sé... Seguro está con Elis Irazabal, si se apresuran, los tendrán rápido a los dos.

Y dio la dirección exacta del lugar, Alivier Reinosa junto con Jorge D' Alessandro ordenaron la redada secreta mas grande que se haya visto jamas en el país, cientos de guardias, policías militares, marinos y miembros del CICPC salieron en la búsqueda del mas grande capo de Venezuela y su amante.

Ahora, después de eso, el único ausente era precisamente el mismo Manuel Rivas. Lo iban a sacar a último momento, su parte ya estaba hecha y ahora le tocaba al gobierno cumple con su parte del trato de sacarlo del país con dinero y una nueva identidad, lo iban a hacer cuando todo estuviera listo.

Igual que con una maldita estrella de cine.

Manuel Rivas tenía una reunión en su celda con Darío Carrasquel del Departamento de Justicia, el hombre encargado de crear nuevas identidades para los testigos que deseaban desaparecer.

—Déjeme que le explique un poco sobre el Programa Federal de Seguridad para Testigos —dijo Carrasquel—. Cuando el juicio termine, lo mandaremos a cualquier país que usted elija. Sus muebles y las otras pertenencias serán enviados por barco a un depósito en Los Roques con un número en código. Se las mandaremos más tarde. No hay ninguna manera de que alguien le siga las huellas. Le daremos una nueva identidad y antecedentes y, si usted quiere, una nueva apariencia.

—Yo me ocuparé de eso. —No confiaba en nadie y no quería que supieran qué iba a hacer con su apariencia.

—Ordinariamente cuando mandamos gente con una nueva identidad les encontramos trabajo en lo que ellos elijan y les damos dinero. En su caso, señor Rivas, creo que el dinero no es problema.

Manuel Rivas se preguntó qué diría Darío Carrasquel si supiera cuánto dinero tenía en sus cuentas de Banco en Alemania, Suiza y Hong Kong. Incluso Manuel Rivas no sabía exactamente cuánto tenía, pero una modesta estimación le hacía adivinar que podían ser unos novecientos o mil millones de dólares.

—No —dijo Rivas—. No creo que el dinero sea problema.

—Muy bien, entonces. La primera cosa a decidir es adonde querría ir. ¿Tiene pensado algún lugar en particular?

Era una pregunta simple, pero había mucho detrás de ella. Lo que el hombre le estaba diciendo realmente era: ¿Dónde quiere pasar el resto de su vida? Rivas sabía que cuando fuera a donde eligiera ir, nunca podría irse de allí. Debería convertirse en su nuevo hábitat, su protección, y no estaría a salvo en ningún otro lugar del mundo.

—Suiza... Quiero... Comenzar mi nueva vida en Suiza.

Era la elección lógica. Era dueño de una gran plantación de chocolate allí a nombre de una sociedad finlandesa que no relacionarían con él. La plantación misma era como una fortaleza. Podía comprar suficiente protección como para que si finalmente Nicolás Castro descubriera su paradero, nadie pudiera tocarlo. Podía comprar todo, incluso todas las mujeres que quisiera. A Manuel Rivas le gustaban las mujeres europeas.

La gente cree que cuando un hombre llega a cierta edad y está terminado sexualmente, que ya no le interesa más eso, pero Rivas sabía que su apetito sexual aumentaba con la edad. Su deporte favorito era tener dos o tres hermosas jóvenes en la cama al mismo tiempo. Mientras más jóvenes, mejor.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora