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La casa de empeños estaba situada en la colonia Tovar. Estaba en un desagradable edificio de dos pisos con el negocio abajo y la parte de vivienda arriba. José Peregrino se despertó con una luz brillante en su cara. Instintivamente empezó a buscar el timbre de alarma al costado de su cama.

—Yo no lo haría —dijo una voz.

La luz de la linterna se movió y José Peregrino se sentó en la cama. Miró a los dos hombres a cada lado de su cama y supo que le habían dado un buen consejo. Dos gigantes. Peregrino pudo sentir que le venía un ataque de asma.

—Vayan abajo y tomen todo lo que quieran —jadeó con dificultad—. No pienso moverme.

Uno de los gigantes era Aníbal Cárdenas y el otro gigante, era Gabriel Cárdenas, su hermano, este último dijo:

—Levántate. Despacio.

José Peregrino se levantó de su cama, cuidando de no hacer ningún movimiento precipitado. Aníbal, le puso un pedazo de papel delante de la nariz.

—Éste es el número de una boleta de empeño. Queremos ver la mercadería.

—Sí señor.

José Peregrino se dirigió hacia abajo, seguido por los dos hombres. Peregrino había instalado un complicado sistema de alarma sólo seis meses atrás. Había campanas que podría haber apretado y lugares secretos en el piso que podría haber pisado y la ayuda ya estaría en camino. No hizo ninguna de esas cosas porque su instinto le decía que podría morir antes de que llegara alguien a rescatarlo. Sabía que su única posibilidad consistía en dar a los dos hombres lo que querían. Por lo único que rezaba era para no morir de un maldito ataque de asma antes de librarse de ellos.

Prendió las luces y se trasladaron a la parte delantera del negocio. José Peregrino no tenía idea de lo que pasaba, pero sabía que podría haber sido peor. Si esos hombres hubieran ido simplemente a robarle, podrían haber limpiado el negocio y haberse ido.

Parecía que sólo estaban interesados en una pieza de su mercadería. Se preguntaba cómo habían pasado las complicadas y nuevas alarmas de las puertas y ventanas, pero decidió no preguntar nada.

—Mueve el culo —dijo Aníbal.

José miró de nuevo el número de la boleta y empezó a buscar en sus fichas. Encontró lo que estaba buscando, movió la cabeza satisfecho y se dirigió a la puerta de entrada de una gran bóveda de seguridad, la abrió, con los dos hombres pisándole los talones. Peregrino miró a lo largo de un estante hasta que encontró un pequeño sobre. Volviéndose a los dos hombres abrió el sobre y sacó un anillo de diamante que brillaba bajo las luces.

—Éste es —dijo José Peregrino—. Le di veinte mil dólares por él. —El anillo debía de costar por lo menos cien mil dólares.

—¿Le diste veinte mil a quién? — preguntó el gigante Gabriel Cárdenas.

se encogió de hombros.

—Cien clientes caen acá por día. El nombre en el sobre dice Jhonny Díaz.

Gabriel sacó de algún lado un pedazo de caño de plomo y golpeó salvajemente la nariz de José Peregrino. Cayó al suelo gritando de dolor, ahogándose en su propia sangre.

—¿Quién le trajo esto? —preguntó tranquilamente Gabriel.

Luchando por respirar José Peregrino jadeaba.

—No sé su nombre. No me lo dijo. ¡Lo juro por Dios!

—¿Qué aspecto tenía?

La sangre entraba por la garganta de José Peregrino tan rápido que apenas podía hablar. Estaba empezando a desmayarse, pero sabía que si lo hacía antes de hablar, nunca más volvería a despertarse.

—Déjeme pensar —suplicó.

Peregrino trataba de aclarar su mente, pero estaba tan confundido por el dolor que le resultaba difícil. Se forzó a sí mismo para recordar al cliente que entraba al negocio, sacando el anillo de una caja y mostrándoselo a él. Se estaba acordando.

—Él… era esa clase de rubios muy flacos —se ahogó por la sangre—. Ayúdenme a levantar.

Gabriel Cárdenas le pateó las costillas.

—Sigue hablando.

—Tenía barba, una barba rubia…

—Cuéntanos sobre la piedra. ¿De dónde provenía?

Incluso con su terrible dolor, José Cárdenas dudó. Si hablaba, más tarde sería un hombre muerto. Si no lo hacía moriría ahora. Decidió posponer su muerte lo más lejos posible.

—Provenía de un trabajo en Joyerías Mimí.

—¿Quién más estaba en el trabajo con el tipo rubio?

José Peregrino estaba teniendo dificultades para respirar.

—Eduardo Moreno.

—¿Dónde podemos encontrar a Moreno?

—No sé. Él… él vive con su amante, una chica de la cota mil.

Aníbal extendió un pie y golpeó la nariz de Cárdenas. Éste gritó de dolor.

—¿Cómo es el nombre de la tipa?—preguntó Aníbal Cárdenas.

—Vallenilla. Viviana Vallenilla.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora