38: Ficha confidencial

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Doumasr ordenó un banquete para los dos, pero Elis estaba demasiado excitada para poder comer.

—¿Sabes lo que me dijo Darwin Opez la primera vez que lo vi? Me dijo: «Métase dentro de mi pellejo y yo me meteré en el suyo y después los dos podremos charlar sobre el odio». Doumasr, yo estaba en su pellejo hoy ¿y sabes una cosa? Pensaba que el jurado me iba a condenar a mí. Me sentía como si me fueran a encerrar. Quiero a Darwin Opez. ¿Podemos tomar más vino?

—Ni siquiera has comido un bocado.

—Tengo sed.

Doumasr miró preocupado cómo Elis seguía llenando y vaciando su vino.

—Tómalo con calma.

Elis movió la mano como para desechar la idea.

—Es vino de Anzoategui. Es como beber agua. —Tomó otro trago. —Eres mi mejor amigo. ¿Sabes quién no es mi mejor amigo? El gran Jorge D' Alessanrro.

—D' Alessandro.

—Él también. Me odia. ¿Viste su cara hoy? O-o-oh ¡estaba loco! Dijo que me iba a echar de la Corte. ¿Pero no lo hizo, no?

—No, él…

—¿Sabes lo que pienso? ¿Sabes lo que realmente pienso?

—Yo…

—D' Alessandro cree que yo soy Van Helsing y él es un vampiro.

—Me parece que es al revés.

—Gracias, Doumasr. Siempre puedo contar contigo. Tomemos otra botella de vino.

—¿No te parece que ya es suficiente?

—Los vampiros tienen sed —Elis se rió como una tonta—. Ésa soy yo. La vieja y polvorienta vampira. ¿Te dije que quiero mucho a Darwin Opez? Es el hombre más lindo que he conocido en mi vida. Me miré en sus ojos, mi querido amigo Doumasr y son ¡maravillosos! ¿Alguna vez has mirado los ojos de D' Alessandro? ¡O-o-oh! ¡Son fríos! Quiero decir, él es un iceberg. Pero no es un mal hombre. ¿Te hablé de Van Helsing y el vampiro?

—Sí.

—Quiero al viejo Van Helsing. Quiero a todo el mundo. ¿Y sabes por qué Doumasr? Porque esta noche Darwin Opez está bien. Está bien y saldrá en quince años.

—Cinco Elis, saldrá en cinco años.

—Lo que sea. Tomemos otra botella de vino para celebrar…

Eran las dos de la madrugada cuando Doumasr Constantine llevó a Elis a su casa. La ayudó a subir los cuatro pisos por la escalera y a entrar en el pequeño departamento. Respiraba con fuerza por la subida.

—Sabes —dijo Doumasr— puedo sentir el efecto de tanto vino.

Elis lo miró con lástima.

—La gente que no puede aguantarlo no debería beber.

Y perdió el conocimiento. Se despertó con el sonido del teléfono. Cuidadosamente estiró la mano para tomar el tubo y el ligero movimiento le produjo oleadas de dolor en cada nervio de su cuerpo.

—Hola…

—¿Elis? Soy Doumasr.

—Hola Doumasr.

—Pareces muy mal. ¿Cómo estás?

—Creo que mal. ¿Qué hora es?

—Casi mediodía. Mejor que vengas. Se ha desatado el infierno.

—Doumasr… creo que me estoy muriendo.

—Escúchame. Levántate de la cama… despacio… toma dos aspirinas, una ducha fría, toma una taza de café caliente y cargado y probablemente
vivas.

Una hora más tarde, cuando Elis llegó a la oficina, ya se sentía mejor. No bien, pensó Elis, pero mejor. Los dos teléfonos estaban sonando cuando entró a la oficina.

—Son para ti —dijo Doumasr con una sonrisa—. ¡No han parado! Necesitas un conmutador.

Eran llamadas de los periódicos y de las revistas y de la televisión y de las estaciones de radio que querían información sobre Elis. La noche anterior se había convertido en una gran noticia. Había otros llamados, de la clase con los que ella había soñado. Estudios jurídicos que antes la habían rechazado la llamaban para preguntarle cuándo podría tener una entrevista con ellos.

En su oficina en la ciudad, Jorge D' Alessandro estaba gritando a su primer asistente.

—Quiero que abra una ficha confidencial sobre Elis Irazabal. Quiero estar informado sobre cada cliente que acepte. ¿Me entendió?

—Sí, señor.

—¡Muévase entonces!
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora