107: Librándose de la basura

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Manuel Rivas y Nicolás Castro estaban solos en la habitación, discutiendo una gran operación de juego que la Familia estaba por establecer en Aruba. Nicolás había encargado a Elis para que se hiciera cargo de la parte comercial del asunto.

—No puedes hacer eso, Nicolás —protestaba Rivas—. Yo conozco a todos los tipos de allí. Ella no. Debes dejar que yo maneje eso. —Sabía que estaba hablando en voz demasiado alta, pero era incapaz de controlarse.

—Demasiado tarde —dijo Nicolás.

—No me fío de esa chica. Lei tampoco.

—Lei ya no está con nosotros —la voz de Nicolás era peligrosamente tranquila.

Manuel Rivas supo que ése era el momento de dar marcha atrás.

—Claro, Nico. Todo lo que te estoy diciendo es que creo que poner a la chica es un error. Reconozco que es muy lista, pero te estoy advirtiendo antes de que ella nos arruine todo.

Era Manuel Rivas el que estaba preocupando a Nicolás. La Comisión de Investigación del crimen, de Reinosa, estaba en su máximo furor. Cuando encontraran a Rivas, ¿cuánto tiempo podría estar el tipo sin venirse abajo? Él sabía más cosas sobre la Familia de las que Elia nunca podría llegar a saber. Rivas era el único que podría destruirlos a todos, y Nicolás no confiaba en él.

—Mándala por un tiempo —le estaba diciendo Manuel Rivas—. Sólo hasta que esta investigación se enfríe. Es una mujer, si la presionan, hablará.

Nicolás lo observó y tomó su decisión.

—Muy bien, Manu. Quizá tengas razón en esto. Elis puede no ser peligrosa, pero por otro lado si ella no está con nosotros en un ciento por ciento, ¿para qué tomar innecesarios riesgos?

—Eso es todo lo que sugiero, Nico —Rivas se puso de pie, aliviado—.Estás haciendo lo más sabio.

—Lo sé. —Nicolás se volvió hacia la cocina y gritó: —¡Gabriel! Un momento más tarde, apareció Gabriel Cárdenas.

—Lleva de vuelta al consigliere a Caracas, Gabriel.

—Seguro, jefe.

—Ah. En el camino quiero que dejes algo que tengo que mandar —se volvió a Manuel Rivas—. ¿No te importa, no?

—Por supuesto que no, Nico. —Estaba radiante con su victoria.

—Ven conmigo arriba —dijo Nicolás Castro a Gabriel Cárdenas.

Gabriel siguió a Castro hasta su dormitorio. Cuando estuvieron allí, Nicolás cerró la puerta.

—Quiero que hagas una parada antes de llegar a Caracas .

—Seguro, jefe.

—Quiero que te libres de una basura—Gabriel Cárdenas lo miró intrigado—. El consigliere —explicó Nicolás.

—Oh. Está bien. Lo que usted diga.

—Llévalo y líbrate de él. A esta hora de la noche no vas a encontrar a nadie por ahí.
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La venganza viste de mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora